Olé

MARADONA FUE UN LIBRO ABIERTO DEL EMPEDRADO, FUE PUEBLO.

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se acomodaba más cerca, solamente por ese imán incomparab­le que tenía Pelusa. Era de comer pausado Maradona. Le gustaba comer, ojo, pero lo hacía despacito. Y hablaba y hablaba, le encantaba, lo que demoraba todavía más la cosa. La carne le iba, las achuras a full, pero también era un gran consumidor de pescados. Son clásicas sus fotos con un buen dorado adobado a la parrilla.

Fueron varios los encuentros con Diego y de sus charlas podrían salir uno o dos libros. Hablaba de fútbol, claro, pero lo más jugoso eran sus historias personales. Hasta hacía una casita con la mano cuando contaba alguna picardía, “para que no escuchen las chicas”. Diego era un libro abierto del empedrado. Nunca agachaba la cabeza y tenía postura tomada ante cada condición social y política. No se les achicó a los gobernante­s de las grandes potencias y mucho menos a la FIFA, en un rol Che Guevara como el que llevaba tatuado en su brazo.

Desde las locuras de Bilardo

hasta las relaciones con los dirigentes de los clubes por los que pasó, desde sus autos hasta sus aritos, desde los regalos que recibía hasta la imposibili­dad de andar por cualquier parte del mundo sin que le pidieran una foto, desde su Argentinos natal hasta su gloriosa Selección, que lo emocionaba al hablar. Diego

fue pueblo, pueblo argentino. Y sentarse a su mesa era sentarse a escuchar jugosas historias, como ese vacío que humeaba en la parrilla esperando el tenedor.

Ya no habrá más charlas, ya no habrá más asados. Ya no habrá más anécdotas contadas en primera persona, con esos tonos festivos y ese lenguaje inigualabl­e. Se nos fue el Diego que se codeaba con las grandes estrellas pero también se daba una vuelta por Deportivo Riestra para alentar a un grupo de muchachos que la peleaban a diario.

Diego era el más popular de todos, además del mejor. Por eso nadie nunca le pisó ni le pisará los talones. Hizo macanas en su vida, sí, las hizo. Pero el Diego vino del cielo, para alegrar a una generación que nunca podrá olvidarlo.

Conocerlo en persona no hacía más que potenciar el mito. Era un tipo simple, alegre, festivo, copado, presto, directo. No daba vueltas para decir las cosas y en confianza a lo mejor abría el corazón más de lo que debería haberlo hecho. Sus ideales también fueron firmes, y siempre los dejaba claro en las reuniones. Mientras saboreaba una molleja tiraba una inmejorabl­e de Fidel Castro, o recordaba a su amigo Hugo Chávez. Por eso también cosechó críticas, por bancar al kirchneris­mo también, pero no le importa lo que dijeran los demás. “Si yo fuera Maradona, viviría como él”, canta Manu Chao...

La bondad del Diez daba para interrumpi­rle un chori para pedirle un reportaje. “Diego, ya que estamos, tirame unas palabritas para Olé, con eso hacemos la tapa”. Quien suscribe insistía y el astro nunca se negó. Un mediodía en Riestra, previo a que les diera una charla técnica a los jugadores, compartimo­s un asado inolvidabl­e. Diego metía pausas para masticar la molleja mientras le hablaba al grabador, un crack. Dejaba pinchado en su tenedor la ensalada de tomates para completar la respuesta, no tenía ningún drama. De hecho, hasta le hice perder parte del asado o lo tuvo que comer frío.

Eso era Diego. Un tipo con fallas, seguro, como cualquiera de nosotros, pero de un corazón enorme como su figura mundial. Y un día se nos fue para siempre. Y no se puede creer, ¡no se puede creer! Nos quedan sus hazañas futbolísti­cas, sus gritos en México, su hombría en Italia 90. Nos quedan sus anécdotas escuchadas de primera manera, que serán guardadas en la memoria por siempre. Ya no habrá mollejas, ya no habrá chorizos. La muerte nos escupió el asado.

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HACÍA MAGIA CON LO QUE LE TIRARAN: ACÁ TENÉS UNA MUESTRA.

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