LA TRISTEZA NO SE MANCHA
Cómo te explicamos este dolor, Diego, lo que fuiste para toda esa multitud que te despidió de Casa Rosada a Bella Vista; cómo te explicamos que hasta hubo disturbios. Gracias por todo, Dios, descansá en paz.
No se explica. Son veinte de los minutos más silenciosos de la historia argentina. Contraste de lo que apenas se había vivido una hora antes, entre gritos, motos, patrullas y alabanzas futboleras. Y un nombre repetido hasta la eternidad: Diego.
No se explica. No lo entienden. Ni Claudia, ni Dalma, ni Gianinna, ni Jana. Ni tus cinco hermanas, ni Verónica. Tampoco Lalo. Ni el Turco, quien desde Italia también sufrió la ceremonia. Hay lágrimas que se esconden debajo de un gazebo blanco. Allí también está Guillote Coppola -el único presente ligado al ambiente del fútbol en ese adiós privado- con sus hijas, el Pollo y los dos Marianos, tus amigos más cercanos. También lloran Martín Arévalo, tu amigo del periodismo, y Luciano Malatini, escritor.
No se explica. Todos miran. Fijan la mirada en algún punto de esa bandera argentina que cubre el féretro del más grande ícono popular de la historia. El que imaginábamos -todos- que jamás se iría. El sacerdote habla. Pide unidad familiar. Recuerda a Doña Tota, también a Don Diego, los padres de la leyenda. Un discurso emotivo, que conmueve, que hace brotar lágrimas. Las que preceden a ese final. Al cajón bajando. A Maradona, tantas veces indestructible, pero que descubrimos que era humano. Y entonces llega ese silencio. Esos segundos que pasan sin que alguien pueda emitir una palabra. ¿Cómo hacerlo? ¿Qué decirle? ¿Cómo decírselo? ¿Cómo te explicamos, Diego, que hay un planeta con forma de pelota que se detuvo por el cimbronazo de tu adiós? ¿De qué forma construir una idea si lo único que se nos ocurre es estar totalmente tristes?