Olé

ASÍ NO VA MÁS

Russo está contra las cuerdas por culpas propias pero también de Román y Cía. El equipo no responde por el DT y lo ven “perdido”. Vélez y River definen un ciclo desgastado.

- SERGIO MAFFEI s m a f f e i @ ole.com.ar

No son decisiones. Una de sus frases de cabecera, ese latiguillo que se popularizó, aplica esta vez a la inversa. “Ya no son sus decisiones”, dicen en Boca sobre el último tiempo de este Boca. Sobre Miguel. Sobre su presente. Sobre su futuro. Russo parece estar en ese punto de difícil salida, acorralado en esa sensación de que ya no tiene el poder. O que de mínima, lo tiene recortado. A veces impuesto, en otras, expuesto. Y eso se trasladó a la cancha, al punto de poner su ciclo en jaque. Desde que el Consejo de Fútbol

le soltó la mano, a partir de la forma en la que el Xeneize fue eliminado de la Copa (goleado por Santos), su único margen de maniobra fue volver a encontrar un equipo confiable, con marcha de campeón, como tenía el del 2020. Sin embargo, está cada vez más lejos de eso. Y así, cada vez más cerca del final.

“Está perdido”. El comentario es casi una sentencia. La dirigencia, los jugadores, así lo ven al DT por estas horas, las más difíciles en Boca (el miércoles se fue sin hablar). Todo, a pesar del bicampeona­to. Y todo, a pesar de una victoria, ante Claypole, que en realidad estuvo cerca del papelón. “Está perdido, sí, no le encuentra la vuelta. Juegue quien juegue es lo mismo”, insisten, como si Russo fuera el único culpable. No lo es, claro, pero tiene su buena parte. Porque lo que él necesita, que es la respuesta de sus jugadores, no la consigue. Y no la consigue, entre otras cosas, porque el plantel dejó de confiar en él por el papel que Miguel tuvo en los casos de Pol Fernández y, ahora, en este sangrado permanente que es el lateral derecho (ver aparte).

Por eso, la encrucijad­a, la crisis, lo que complica el cuadro. Para levantar esta situación, Russo primero no tiene lo que necesita: un plantel consustanc­iado con su DT. Luego, no lo ayudan las determinac­iones que, a simple viste, no responden a su sello, a su forma de manejarse: la improvisac­ión Capaldo, la salida de Licha López, la insistenci­a por Zárate y hasta la aparición de Javi García en la Copa Argentina (más allá de que le haya salido bien) que alteró el orden del arco. Tampoco se ve un equipo que tenga una idea, un proyecto, un estilo y que sólo esté pasando un mal momento. Hasta ahora, sólo lo salvaron las individual­idades y no hay indicios de una mejoría inminente, más allá de que esto es fútbol y una victoria, decía Bianchi, llama a otra victoria. Y por último, tampoco lo ayuda el contexto: un plantel con varias bajas por lesión (ahora Salvio y Cali, antes Wancho, Pulpo y hasta Pavón) y por causas de fuerza mayor (lo que pasó con el papá de Tevez), que también recortan su poder, aunque en este caso, de elección.

Y ahí arranca el reparto de responsabi­lidades. Es cierto que el ciclo Russo fue de mayor a menor en lo futbolísti­co, como que desde el Consejo no lo ayudaron. Y las

razones están a la vista:

1) El conflicto por la renovación de Pol le sacó a Russo un jugador que considerab­a imprescind­ible y que le costó reemplazar, al punto que los compañeros del volante, como Tevez, salieron a decir que desde que lo colgaron, el equipo ya no fue el mismo.

2) Ese mismo sacudón interno, fue el que empezó a romper la relación plantelcue­rpo técnico. Los jugadores, que estaban agradecido­s por el trato y la confianza que les había dado Miguel cuando llegó, empezaron a sentir que era más funcional al Consejo que a ellos.

3) La falta de refuerzos: nunca hubo una inversión para darle a Miguel los jugadores que necesitaba. Y todo, en tres mercados de pases. No hubo 9 de jerarquía, el reemplazan­te de Junior Alonso llegó recién ahora y con un año sin jugar (Rojo) y en las otras posiciones tampoco hubo calidad, salvo en Cardona, hoy titular y figura.

4) El mal armado del plantel: quedó corto y desgastado, con el recambio siempre por venir (y cada vez más grande), algo que ahora no tiene solución por las bajas. Y todo, con tres meses de competenci­a por delante.

Por último, los jugadores también tienen su cuota parte. Boca luce como un equipo pasivo, desganado, apagado. Hoy no da señales de que así pueda construir el sueño de la Séptima. No hay reacción anímica más allá de las fallas de conducción deportiva e institucio­nal y el partido con Claypole encendió las alarma: si un equipo que venía de la D lo puso contra las cuerdas, qué queda para un rival de mayor jerarquía. Y ahí, no se salva nadie. Ni los pibes. Es cierto que el contexto puede no ayudarlos, pero ellos, que son el futuro, las joyas, las promesas, no pueden perder en actitud y en compromiso­s ante rivales de una categoría cuatro veces inferior.

Por todo, Vélez y el superclási­co asoman como las medidas de todas las cosas. Por ahora, el hincha no le da del todo la espalda Miguel, al punto que en la encuesta Olé, el 44% dice que hay que seguir apostando por él y el 56% que debe irse. Pero si no levanta en lo futbolísti­co, Boca va camino a un fin de ciclo. Y si el Consejo no modifica sus formas de conducción, otro DT, cualquier DT (Gareca ya asoma en una lista de candidatos, aunque hoy está en Perú), pagará estos mismos pecados. Así no va más...

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