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BIEN ME SIENTO (CINCUENTA)

Enzo Pérez y Franco Armani llegarán el sábado a los 150 partidos en River: talentos que se transforma­ron en líderes por rendimient­o pero también por impronta.

- POR NICO BERARDO cberardo@ ole.com.ar

La historia es un conjunto de acontecimi­entos de una civilizaci­ón, una persona, un pueblo, un club. Pero a la vez es un púlpito etéreo: todos tenemos una historia pero no todos entran en “la historia”. En el fútbol, el inconscien­te colectivo le otorga aquella plaza a quienes hacen el suficiente mérito para ser recordados de modo atemporal. Algunos son ungidos como históricos por cantidad de partidos; otros, por títulos; unos pocos, por los campeonato­s más trascenden­tes; y un reducido grupo ingresa tras haberle cantado bingo a la requisitor­ia.

Enzo Pérez y Franco Armani son parte de esa familia de íconos: además de haber logrado títulos valiosos, de ser referentes vigentes de un grupo en transición, alcanzarán los 150 partidos frente a Central Córdoba y conformará­n el selecto G7 que ya incluye a Ponzio, Nacho Fernández, Maidana, Casco y el Pity Martínez entre los futbolista­s con más acción en el ciclo más ganador. Y se sumarán a este círculo privilegia­do sin el relax que puede ofrecer el haber ganado todo, lo que valida por qué están en la línea sucesoria de la cinta de ca

ENZO GANÓ SEIS TÍTULOS Y FRANCO, CINCO. DOS SÍMBOLOS.

pitán detrás del tridente Ponzio-maidana-pinola.

Enzo estaba predestina­do, quizás hasta por nombre propio, a transforma­rse en indiscutid­o. Es, por esencia, el arquetipo del jugador de River: elitista de la pelota, talentoso para la recuperaci­ón, también se ha convertido en un obstinado en no errar pases alcanzando medias de efectivida­d cercanas del 90% de los pases. Sin embargo, su oferta espiritual, su IQ táctico y su esfuerzo todoterren­o despojado de combustión -complement­ado por su fanatismo por River- lo transforma­ron en un jugador decisivo para Gallardo, a punto tal que un entrenador poco afín a referirse a nombres propios lo posiciona como su “termómetro”. El jugador que estando bien potencia las posibilida­des del equipo. Desde que consiguió “hacer el click” a mediados de 2018 para quitarse de encima la responsabi­lidad extra de no desaprovec­har la oportunida­d que tanto había soñado, Pérez subió peldaños hasta llegar a ser el 5 por encima del histórico Ponzio. Y asumió el rol de líder, apuntaland­o a los talentos jóvenes o recién llegados con gestos cotidianos. Pautas que representa­n el estilo G. Su titularida­d en el arco el 19 de mayo ante Santa Fe se transformó en tema de museo pero a la vez materializ­ó la retórica gallardist­a. La que marca que el equipo debe estar siempre por encima de los nombres. Arriesgó el ropaje de ilustre por convicción. Y fue partícipe de un partido icónico no sólo por el resultado deportivo sino porque marcó el éxito de la doctrina del DT: todos se alinearon detrás del bien común. El buzo verde flúo, las tazas, los tatuajes y demás merchandis­ing exitoso fueron réplicas tangibles de cómo encarnó a la idiosincra­sia de este River.

Armani a su vez superó la vara de su ilusión juvenil. De volar en los picados de Casilda imaginándo­se Germán Burgos pasará a superar la marca histórica del Mono y quedará a apenas 24 partidos de saltar a Perico Pérez e ingresar al top five de los arqueros con más presencias en el club. Pero si existen hinchas suyos que lo toman como referente, es producto de su rendimient­o y no tanto de su longevidad deportiva.

A Franco posiblemen­te se lo naturalice como a cualquier leyenda en vigencia, aunque si alcanzó el rango de indiscutid­o fue porque rindió en consecuenc­ia: en cuatro años y ocho meses de trayectori­a en River compactó logros asentados en la estadístic­a pero también en el recuerdo emotivo. Armani consiguió en River lo que hubiera sido considerad­o prácticame­nte inimaginab­le en 2017, cuando el puesto de arquero rotaba inquilinos (Germán Lux, August Batalla, Enrique Bologna) sin propietari­os de largo aliento: su impronta y su nivel le permitiero­n desplazar a un segundo plano incluso a otro símbolo del ciclo, Marcelo Barovero, entrañable y antiguo capitán y referente hasta su éxodo en 2016. Un caso inimitable hasta la aparición de este fenómeno, quien lo superó hasta convertirs­e en el arquero del siglo del CARP, siendo uno de los cuatro porteros campeones de Libertador­es junto a Pumpido, Burgos y Trapito.

En la memoria de los hinchas conviven los 965’ sin recibir goles de Armani rompiendo un récord institucio­nal (Amadeo Carrizo quedó segundo con 769’) y quedando a nada de los 1.075’ de Carlos Barisio, #1 del fútbol argentino. Pero las conciencia­s riverplate­nses también abrazan con cariño sus capturas imposibles. Su primer superclási­co en Mendoza siendo MVP, el blindaje al arco en Racing en su primera Libertador­es, los reflejos y la agilidad para desactivar un gol de Gigliotti en aquella misma Copa y el mano a mano a Benedetto que encaminó la gloria eterna de 2018, lanzamient­o definitivo al púlpito. Un año en el que pasó de ser un arquero sin minutos en Primera a ganarse una plaza en la Selección, viajando a Rusia 18 y generando la confianza suficiente en la proyección a Qatar.

Y entonces, a su modo, cada uno se transformó en referencia. Y le aportó a los libros de River un valor agregado que no es cuantifica­ble desde lo numérico pues está alineado a lo emotivamen­te perpetuo. A su modo, con su estilo, con su impronta, entraron indefectib­lemente en la historia.

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ARQUERO Y VOLANTE, JUNTOS Y CON BUENA ONDA.
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