Olé

NOS VOLVIMO’ A ILUSIONAR

Mientras en Qatar los hinchas de la Selección fueron locales otra vez y deliraron de felicidad, como en las grandes épicas las calles de la Argentina se llenaron de euforia a lo largo y a ancho del país. ¡Salud!

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Ellos dos solos. Sentados en el banco. Ajenos a todo y como partes de todo a la vez por unos instantes. Lionel Scaloni y su hijo se abrazaban y unían sus llantos de felicidad en la imagen más emotiva que he regalado el Mundial hasta aquí. Al unísono, esas lágrimas derramadas se replicaban en las tribunas, en los jugadores que deliraban, otra vez, de cara a su gente. Regaban esos ojos a un pueblo argentino necesitado imperiosam­ente de alegrías en tiempos de crisis. Cuando Lautaro Martínez convirtió el penal más importante de su vida, los gritos en el estadio, copado por argentinos, fueron los gritos que estallaron en los hogares. Los balcones fueron tribunas de familias enteras. Los bares se sacudieron por los festejos. La gente salió a las calles. Cientos, miles, millones de personas. En las plazas, en los parques. A lo largo y a lo ancho del país. En los lugares que cada ciudad tiene reservados para las grandes épicas. Las banderas con los colores celeste y blanco envolviero­n cada rincón. Sin grietas, al fin. Todos celebrando. Todos conmovidos por una misma razón. Las cábalas habrán surtido su afecto, Los rezos, también. “Sentate acá, sentate allá, ojo con la pilcha que te pusiste”, sonó en las casas. El sufrimient­o, cuándo no, metió la nariz. Hubo que esperar hasta los penales después de ir 2-0 arriba. Y la euforia, claro, fue mayor, como ocurre siempre que es precedida por la angustia. Las bocinas retumbaban por las avenidas. La lluvia no pudo apagar la emoción alrededor del Obelisco ni dentro de los autos con trapos albicelest­es flameando. En Bariloche hubo una multitud en el Centro Cívico. En Puerto Madryn, en Córdoba, en Salta, en el Monumento a la Bandera en Rosario, en Tucumán...

El desahogo en cada garganta, los corazones gastados y contentos, el orgullo por un equipo que partido a partido refuerza su comunión con los hinchas. Porque a esa postura siempre de protagonis­mo, le adosa un espíritu de lucha que emociona cuando debe encarar momentos adversos. No era justo padecer tanto después de las chances que Argentina le generó a Países Bajos en el segundo tiempo del suplementa­rio. Hubo uñas devoradas. Hubo tensión. Hubo empuje, a la distancia, a través de cada TV cuando el encuentro se ponía picante. Pero tantos nervios acumulados pudieron liberarse con esos penales tapados por Dibu Martínez. Fueron dos. Una bestia. Un ganador nato. En los festejos habrán volado por los aires mates, facturas, teléfonos celulares. O lo que fuera en cada hogar argentino. Tanta angustia le dio paso a la hermosa locura de felicidad. Estamos en la semifinal, a la espera de Croacia. A seguir soñando. Hay motivos de sobra para hacerlo. Y mientras, a continuar con este disfrute.

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POSTAL DE QATAR: CANTAMOS TODOS.
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NI LA LLUVIA LOS CORRIÓ DEL OBELISCO.

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