Olé

Boca salió a la cancha con media clasificac­ión en el bolsillo y se fue más complicado y lleno de dudas. Los cambios de Almirón, el descontrol del final y los errores lo condenaron. Ahora, a remarla.

- POR PABLO RAMÓN pramon@ ole.com.ar

De ganar para clasificar, a perder para dejar la calculador­a arriba del escritorio. De ganar para consolidar una idea, a jugar para que vuelvan las dudas. De ganar para apuntalar rendimient­os, a regresar a actuacione­s individual­es de aplazo, tan propias del pasado reciente. De estar buscando el triunfo con dominio de campo y pelota, a tener tres minutos de descalabro, con un error de Figal que terminó en un penal (inexistent­e) y un gol de lateral con Fabra mandando en cana a Valentini por no marcar a Rodríguez, el autor del gol.

Cómo Boca se expuso a terminar goleado después de estar a nada de ganar el partido con claridad es tan difícil de entender como de explicar. Mientras dominaba la pelota y tenía al rival contra las cuerdas, tuvo un para de avisos en ese segundo tiempo en el que se plantó con autoridad en campo rival y buscaba el gol con posesiones de calidad, con paciencia, aunque siempre le faltó la agresivida­d en el último impulso. Fue entonces cuando Pol Fernández metió un cierre providenci­al como un improvisad­o tercer central, y cuando Romero le tapó un mano a mano a Vásquez después de que Advíncula cerrara mal en la salida de un córner a favor y expusiera a todo el equipo que marcó mal en ataque.

Fue un problema colectivo que quedó al descubiert­o con errores individual­es evidentes. Falta de firmeza, de concentrac­ión, también de balance y de equilibrio, en un equipo al que se le quemaron los papeles en un abrir y cerrar de ojos. El desconcier­to, quizá, se inició en un incidente entre Weigandt y Fory que terminó con todo el mundo nervioso y el árbitro haciendo una razzia de amarillas.

Futbolísti­camente, acá se notan las huellas de Almirón en toda la escena del crimen. Si lo mejor se empezó a ver cuando Villa pasó a la izquierda, quedó claro que retrasar a Advíncula para que juegara Briasco no fue una buena idea. Ya le pasó otras veces al entrenador y su tendencia de arreglar lo que no está roto (el esquema contra River, el primer tiempo ante Argentinos...). Anoche fue otro ejemplo de que a veces menos es más, aunque un poco se entiende el impulso del entrenador por encontrar otros caminos, otras variantes. El tema es la cantidad y los momentos...

El asunto es que anoche se la pasó metiendo mano: primero cambió de punta a Villa y a Briasco, después sacó a Roncaglia para ubicar ahí a un central zurdo (Valentini), que encima pagó en el gol. Más tarde, metió a Weigandt y adelantó a Advíncula... Demasiados cambios en el equipo que indudablem­ente debilitó la estructura general, astilló la confianza y terminó cayendo en picada.

Lo más grave no es lo numérico, aunque no es un dato menor que en lugar de poder estar en octavos y pensando en otra cosa ahora deberá ganarle a Colo Colo en casa para clasificar­se. No, lo más complicado para Boca es que ahora vuelve a estar todo en duda. Y por querer correr antes de caminar el equipo de Almirón terminó con la pera raspada, las rodillas cortadas y preguntánd­ose qué trole hay que tomar para seguir.

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