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El país que no se anima a crear un futuro entre todos

- Por Hernán de Goñi Director Periodísti­co hdegoñi@cronista.com

El 2023 está a la vuelta de la esquina y una vez más la Argentina tiene la oportunida­d de generar un molde que permita a su sociedad alcanzar un desarrollo sostenible. En el medio hay que transitar un camino de ripio, pero esa ruta ya no asusta a un país que se baña en una crisis cada 10 años. La obligación del Gobierno es evitar maniobras bruscas que provoquen un despiste, y en lo posible, crear un orden que facilite ese rumbo. Segurament­e es mucho pedir que ese ripio se vuelva autopista en unos meses. Pero al menos habría que conseguir asfaltar el mayor trecho posible para facilitar el viaje.

Empresas y ciudadanos miran ese camino con inquietud. Las compañías tienen que proyectar su actividad, completar sus presupuest­os y armar un plan de negocios que no implique desandar lo hecho, sino sostenerlo. La sociedad corre detrás de la inflación, y su principal expectativ­a es terminar el 2022 no muy lejos de su punto de cierre. El Gobierno reconoció una estimación de 95% y suesfuerzo está concentrad­o en que no llegue a los tres dígitos. Para ello lanzó un plan que se asienta en una receta poco exitosa (el congelamie­nto acordado de una canasta de precios), con el único objetivo de quebrar la inercia y tratar de acercar las variables de la economía a un sendero más normal, sin tener que hacer un ajuste fuerte de tipo de cambio.

Una de las múltiples inquietude­s que debió responder el expresiden­te español Felipe González en su reciente paso por Buenos Aires (destinado a repetir una vez más la prédica en favor de un Pacto de la Moncloa a la argentina) fue si un acuerdo de políticas de Estado debe hacerse antes o después de las elecciones. El visitante no quiso dar falsas expectativ­as sobre el corto plazo. “Debería completars­e antes de que venza el mandato legislativ­o siguiente al actual”, aconsejó, lo que pone como horizonte razonable el 2025. Ese paquete no debería tener aspiracion­es excesivas, sino empezar con aquello que le va a permitir a la Argentina crecer los siguientes diez años. “Definir las cosas de comer, como decía mi padre, esas con las que no se juega”, planteó. El mundo vive un momento inexorable de cambio geopolític­o que afecta positivame­nte a América Latina, y el país está en condicione­s de subirse a esa ola: la producción de alimentos, la energía no convencion­al y la renovable, el litio, la economía del conocimien­to, son vectores que no están en discusión, y deberían facilitar el acercamien­to a puntos más espinosos, que sin duda son los que involucran la normalizac­ión y estabiliza­ción de la economía.

Para los meses siguientes, sería deseable que al menos aparezcan algunas plataforma­s de esa búsqueda de un largo plazo más sólido. Los partidos que integran la oposición tienen equipos trabajando. El oficialism­o tiene una mirada más corta, algo previsible, pero el resto de los sectores que se identifica­n con el peronismo también quieren llegar a un puerto más seguro. Sin embargo, aún hay poca convicción de que es necesario asumir algún tipo de riesgo. “En privado, todos están a favor de los acuerdos. Pero en público, nadie da el primer paso”, repite González.

Los Pactos de la Moncloa (en rigor, dos acuerdos) fueron complejos y no exentos de sacrificio. Pero tuvieron un principio y un fin. Su redacción se asemejó a una convención constituye­nte, que funcionó durante un período acotado de tiempo, y en la que participar­on todos los sectores políticos (desde la derecha hasta el Partido Comunista), así como los principale­s nucleamien­tos empresario­s, sindicales y sociales. Una de sus claves económicas, ya que España tenía como prioridad poner freno a una escalada de precios, fue que se aceptó que los acuerdos salariales se firmaran con la inflación futura (en ese momento, proyectada en 22%) y no la pasada, lo cual permitió desactivar el rumbo de ajustes constantes al alza. Cuando González hablaba de estos tópicos, miraba a Hugo Moyano, que no se inmutó pese a que el español lo identificó como uno de los acuerdista­s silencioso­s. El auditorio, que validó varias intervenci­ones del español (algunas con aplausos), se retiró sin quitarse de la cabeza la incertidum­bre que aún presenta el futuro. ¿Llegará el tiempo de los acuerdos? El mensaje que dejó González es que no siempre se puede esperar a que lo hagan otros. VL

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