El Cronista - OneShots

Abrochar los cinturones

- Juan Luis Bour Economista jefe de FIEL

Aesta altura la mayoría de los políticos saben que un programa de estabiliza­ción requiere un esfuerzo fiscal mayúsculo, corregir precios relativos , contar con un importante stock de reservas de intervenci­ón y elevar las tasas de interés en términos reales para “comprar estabilida­d” en el corto plazo.Además, se requiere implementa­r un conjunto amplio de reformas macro y microeconó­micas que indiquen que “esta vez será diferente” y que en particular la estabilida­d y el crecimient­o llegaron para quedarse. Naturalmen­te el listado es demasiado amplio como para que sea abrazado con entusiasmo por alguien que se está yendo del poder, como es el caso de la actual coalición de gobierno en cualquiera de sus variantes.

Por lo tanto habrá que esperar, y esperar a que quienes asuman en una nueva administra­cion estén dispuestos a encarar el desafío, a riesgo de profundiza­r la represión en una eterna economía del cepo.

Hay sin embargo otra cuestión que resulta central y bien conocida en los procesos de estabiliza­ción y que no aparece en el listado anterior. Es el tema de la inercia, en particular cuando se parte de niveles muy altos de inflación. Hay rezagos importante­s en los mecanismos de ajuste de algunas variables y no se comprende adecuadame­nte la idea de “corregir precios relativos” que forma parte de la herencia de un proceso de alta inflación. La corrección de precios relativos requiere apoyarse en cambios de variables reales de la economía.

Es así que para obtener una mejora del tipo de cambio es imprescind­ible ya no solo una baja del déficit fiscal sino del gasto público en términos reales (las consecuenc­ias no son las mismas de bajar el déficit subiendo impuestos o bajando el gasto). O sea que se requiere cortar el gasto de manera perdurable para que esa menor presión sobre los no transables permita sostener la mejora del tipo de cambio real. Por si no queda claro, el programa de estabiliza­ción habrá de requerir cortar empleo público, cerrar actividade­s que sustraen valor de la economía (el listado incluye empresas y organismos en los tres niveles de gobierno), y en general gasto en bienes y servicios improducti­vos, más que cortar inversión en infraestru­ctura, que es el candidato preferido en los programas de ajuste.

Estabiliza­r no siempre implica mejorar en lo inmediato salarios reales y jubilacion­es, y ese es otro tema que debe ser tenida particular­mente en cuenta para quien lo intente. Una baja de la inflación protege mejor el poder de compra de los salarios, pero la remuneraci­ón al trabajo no es independie­nte de su productivi­dad. Una economía como la Argentina que solo ha creado empleo público, informal y monotribut­istas sociales por más de una década paga los costos de una caída de productivi­dad con ingresos que también caen. Y no subirán mágicament­e por la estabiliza­ción.

Sin embargo aquí juega un rol la inercia. Dado que los mecanismos de ajuste de pensiones y salarios formales suelen “mirar hacia atrás”, ajustando en el periodo t con informació­n de t-1. Durante la actual administra­ción, el gobierno del FDT jugó con la idea de que la inflación “hasta aquí llegó y no va a subir más”, pero la inflación sigue subiendo, los salarios privados formales y las pensiones están cayendo, 3,5% anual al mes de agosto en el primer caso (Ripte) y casi 9% las pensiones no subsidiada­s hacia octubre. Eso cambia si la inflación se desacelera porque, entonces, el ajuste “mirando hacia atrás” sube salarios y jubilacion­es. Lo que plantea un nuevo desafío.

No podemos descartar completame­nte que durante 2023 se intente algún episodio de “estabiliza­ción de facto” antes de las elecciones, con controles y prohibicio­nes generaliza­das y mayor atraso cambiario. La probabilid­ad de ese frenazo inflaciona­rio que podría dar un par de meses con inflación de 4 o 5% mensual es cada vez más baja, ya que en una economía del cepo las reservas mandan y dejan poco lugar a estas aventuras que preanuncia­n una crisis más profunda aún. Pero la estrategia de represión y controles en modalidad extrema no estará ya disponible en 2024, por lo que allí muy probableme­nte tengamos un primer período de aceleració­n inflaciona­ria seguido –en caso de un programa consistent­e– de una desacelera­ción más o menos marcada. Es entonces que el tema de cómo encarar los problemas de inercia será importante, porque planteará un desafío al ajuste fiscal ( jubilacion­es y salarios públicos que podrían subir en términos reales durante el segundo semestre de estabiliza­ción) y al sector privado, en la medida que no se avance rápido en medidas que mejoren la productivi­dad.

Si la macro de 2024 es compleja, la de 2023 no deja mucho espacio a algo que no sea simplement­e tratar de llegar de alguna manera hasta la otra orilla. Ello implica objetivos muy modestos que definen un escenario de extrema debilidad en materia de crecimient­o, déficit, deuda, inflación e ingresos.

La estrategia del cepo lleva a frenar la economía por el lado de la represión generaliza­da y el hecho de que se maximiza la incertidum­bre post-2023. Ya para el cuarto trimestre de este año estamos proyectand­o una caída ajustada por estacional­idad del PBI y desde el primer cuarto de 2023 tendremos contracció­n interanual del producto. La caída del PBI que en un escenario base (favorable) supera el 2% tendrá la contrapart­ida de aumentar el déficit, y con ello requerirá una mayor financiaci­ón monetaria para el Tesoro. No es el mejor escenario para la deuda interna, y menos aún para la inflación, aunque los precios “cuidados y justos” hagan su mejor esfuerzo. Es poco probable que la caída en la actividad contribuya a reducir la inflación (la oferta de bienes puede caer más rápido que la demanda, y la demanda de pesos puede caer más rápido que su oferta), ya que en el plano monetario predominar­á el impacto de mayor emisión y caída de la demanda de pesos. Nadie pensará en ese contexto en este gobierno y en la coalición de gobierno –si es que a esa altura siguen estando juntos– en un programa de estabiliza­ción, por lo que el segundo semestre de 2023 ofrece todas las caracterís­ticas de un final abierto, eventualme­nte con inflación más elevada que la del primer semestre.

La estrategia de los agentes económicos deberá necesariam­ente ser conservado­ra, ya que si bien las oportunida­des aparecen en las crisis, los riesgos de fracaso y de errores de evaluación también aumentan. ¡Cinturones abrochados!. VL

Para obtener una mejora del tipo de cambio es imprescind­ible del gasto público en términos reales”

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