La imperiosa necesidad de estabilizar
omo ya es costumbre, el final del año 2023 nos ofrece un escenario extremadamente desafiante en la Argentina. El traspaso del poder político en un contexto de crisis económica que se acelera y de un alarmante deterioro del tejido social, implica una combinación de factores que será muy complejo de administrar en el arranque de una gestión presidencial.
En el punto de partida, el gobierno que asuma en diciembre se encontrará con una herencia que requerirá aplicar, en forma urgente, un set de medidas económicas quirúrgicamente diseñadas y con mucho respaldo político para revertir la acuciante situación. Acertar el diagnóstico, diseñar consistentemente el programa y contar con mucha capacidad técnica de ejecución serán atributos indispensables en el intento obligado de estabilizar la economía en el inicio de la gestión. Porque no se trata de una herencia más.
Desde una perspectiva temporal se acumulan, podríamos decir, cuatro dimensiones de la crisis presente. En un primer plano, y con una perspectiva de largo plazo, estamos hablando de una las economías más inestables del mundo de las últimas, por lo menos, cinco décadas. Eso se ve reflejado en que es una de las economías que menos crece y de las pocas que aún no logró resolver el problema de la inflación.
En segundo lugar, y en una perspectiva de mediano plazo, hace ya doce años que estamos en un cuadro de estancamiento estructural e inflación que se ha ido profundizando en los últimos años. Esto explica por qué la pobreza subió de 25% a 40% y todos los indicadores socioeconómicos siguen en franco deterioro.
Sobre este cuadro de inestabilidad macro de largo plazo y de estanflación de mediano plazo, se agrega en tercer lugar, que en los primeros años de la gestión presidencial de Alberto Fernández se consumieron todos los colchones macroeconómicos que había dejado la gestión de Mauricio Macri. Se esfumó el equilibrio primario de las cuentas públicas que había quedado en 2019 (0,38%/PBI), se volvió a monetizar excesivamente la economía, se atrasó alevosamente el tipo de cambio y se dilapidaron las reservas internacionales del Banco Central. Todo agravado por un programa acordado con el FMI en 2022 sin consistencia macro, sin reformas de fondos y sin respaldo político.
Sobre este cuadro acumulativo de problemas, en cuarto lugar, aparece la estrategia económica en el final de la carrera política por la presidencia de la nación que llevó al ministro candidato a expandir fuertemente el gasto público a través del “plan platita” y reducir impuestos en forma irresponsable, forzando y agravando los principales desequilibrios fiscales, monetarios y cambiarios.
La acumulación de distorsiones, inconsistencias y mala praxis a lo largo del tiempo, en el marco de una economía inestable y estanflacionaria, explican la fragilidad de la situación económica actual, en la cual, sin margen de maniobra, el próximo gobierno deberá gestionar. Es la herencia de la herencia de la herencia, con condimentos negativos que no se suman, se multiplican.
Desde una perspectiva de los fundamentos macro, hay tres ejes que ameritan ser atendidos en forma urgente.
El primero es el esquema cambiario. El BCRA terminará el año con u$s 20.000 millones de reservas brutas o menos, y con u$s 12.000 millones de reservas netas negativas. Esto representa una caída del orden de u$s 25.000 millones en un año. La configuración del esquema cambiario, con múltiples cepos y tipos de cambios diferenciales, cuenta con más de veinte tipos de cambios, con un dólar oficial sumamente atrasado y una brecha que en las últimas semanas osciló entre 150% y 200%. Mientras todos los argentinos juegan a sacarle los dólares baratos al BCRA, el atraso cambiario drenó las reservas y la brecha es una invitación a salirse del mercado de cambios. No va más. En paralelo, los importadores aumentaron en u$s 25.000 millones de dólares (totaliza u$s 55.000 millones) su deuda con proveedores del exterior producto de las SIRA y Sirase que comenzaron a “reperfilarse” en los últimos meses. El esquema cambiario es insostenible y amerita cirugía mayor en forma urgente.
El segundo orden es el frente monetario. Así que como no hay dólares en el activo del BCRA, el pasivo no paró de crecer, por el déficit fiscal y más por el cuasifiscal. Los pasivos remunerados que representaban 5% del PBI en 2019, hoy representan más del 10% y superan los niveles observados a principios del 2018, antes del inicio de la crisis gatillada ese año. Con la tasa de interés de política monetaria en 133% TNA, la “bola de Leliqs” se expande a razón de $ 2 billones por mes por el déficit cuasifiscal, y se convierte en la principal fuente de expansión monetaria (en el orden de 8% del PBI anual). El crecimiento endógeno de la cantidad de dinero es un impedimento a la hora de estabilizar, agravado por el hecho de que cualquier retroceso de la demanda de dinero, como sucedió en el período agosto-octubre con el desarme de plazos fijos, implicará que la dinámica inflacionaria seguirá acelerando fuertemente. Sin dólares de un lado, y con muchos pesos que nadie quiere del otro, la probabilidad de aceleración nominal con riesgo de espiralización o disrupción es muy elevada.
El tercer frente es el fiscal, la madre de todas las batallas. Desviado del 1,9% seteado en el programa acordado con el FMI, el déficit primario terminará el año en el orden de 3% y el total en 5%, si se toman en cuenta los intereses de la deuda. La expansión del gasto y la reducción de impuestos en plena campaña electoral agravaron el estado de las cuentas públicas. El fin de la sequía ayudará fiscalmente en el 2024, producto de la recaudación vía retenciones que se recuperará, pero los beneficios impositivos en materia de impuesto a las ganancias y de devoluciones de IVA dejaron una dinámica fiscal inercial que implicará más déficit fiscal el año que viene. El desequilibrio fiscal persistente ha sido un obstáculo central a lo largo de estos años. Para un gobierno sin reservas, sin crédito y sin moneda, ordenar y equilibrar las cuentas públicas no será una opción, será una obligación, salvo que prefiera seguir aumentando considerablemente el impuesto inflacionario. En un contexto donde el frente social está sintiendo una importante caída del ingreso real en todos los segmentos, esta segunda alternativa no parece ser una opción política y socialmente válida.
La complejidad de estos desafíos requiere un abordaje integral y coordinado de política económica, que va a requerir atender la crisis con mucha capacidad técnica en el plano económica y con mucho liderazgo en el político. El próximo gobierno en Argentina asume con el desafío de gestionar una serie de problemas económicos profundos y entrelazados en una situación socialmente límite. En dicho contexto, asuma quien asuma, estabilizar no será opción, será una obligación. VL