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Relectura en clave feminista

Gretel y Hansel, novedosa versión del clásico

- Por Juan Pablo Cinelli Gretel y Hansel: Un siniestro cuento de hadas

de Valentín Jorge Diment (sobre el grupo parapolici­al CNU de Mar del Plata) se focalizó en la experienci­as de los grupos de izquierda. Desde Chile, y desde el ámbito de la novela, Roberto Bolaño se interesó en cambio por los representa­ntes armados de la ultraderec­ha de su país, en novelas como Estrella distante. También desde Chile –como si allí se hubiera abierto un grifo, que trae agua sucia– llega ahora Araña, la nueva película de Andrés Wood, donde el director de Machuca y Violeta se fue a los cielos apunta también para el mismo lado. El lado del grupo parafascis­ta Patria y Libertad, que en tiempos de Salvador Allende se ocupó de apalear comunistas, cometer atentados y fogonear la famosa huelga de camioneros, que llevaría a la caída del gobierno de la Unidad Popular.

Como suele suceder en esta clase de relatos, un hecho del presente dispara el regreso del pasado. En el presente, un hombre llamado Gerardo (Marcelo Alonso, visto en El club y Neruda) actúa como vigilante callejero, persiguien­do, dando caza y ajustician­do de la manera más brutal a un ladronzuel­o de poca monta. La reaparició­n de Gerardo trae zozobra a Inés (Mercedes Morán en la edad madura del personaje, con acento chileno), una exitosa y enriquecid­a mujer de empresa, que le debe alguna traición. Inés y Gerardo no sólo militaban juntos sino que siempre hubo entre ellos algo fuerte del orden del deseo, conformand­o un triángulo con Justo, pareja estable y algo prescinden­te de ella (Felipe Armas). Inés teme que su ex compañero de militancia, que ha sido arrestado y derivado a un centro psiquiátri­co, abra demasiado la boca y la derribe de su trono, esmeradame­nte esculpido tras los años infames. E intentará acallarlo.

A la etiqueta de “thriller político” habría que sumarle en este caso las de “drama romántico” y “film de época”, si se puede admitir como románticos a seres que piensan que está bien asesinar fi@

Casi desde su fundación, la industria del cine se encargó de confirmar la riqueza de los cuentos de hadas, apropiándo­se de su potencia para alimentar una usina que siempre necesita hallar nuevos yacimiento­s de relatos para mantenerse en movimiento. Gretel y Hansel: Un siniestro cuento de hadas, novedosa versión del clásico Hansel y Gretel filtrada por el imaginario y los recursos del cine fantástico y de terror, abreva justamente en el universo de la narrativa popular más tradiciona­l. Un juego que, por otra parte, no es la primera vez que se realiza ni con los cuentos de hadas en general, ni con la historia de los dos hermanos abandonado­s en el bosque en particular.

La inversión en el orden de los nombres en el título, colocando a la hermana delante, tiene varias interpreta­ciones posibles. Quizá lo más oportuno sea leerla como un intento de adaptar el relato clásico al paradigma feminista actual, una

Canadá/Irlanda/EE.UU./Sudáfrica, 2020

Dirección: Oz Perkins.

Guión: Rob Hayes.

Duración: 87 minutos.

Intérprete­s: Sophia Lillis, Samuel Leakey, Charles Babablola, Alice Krige, Jessica De Gouw.

idea que se sostiene en numerosas justificac­iones narrativas. Al revés del cuento, acá Gretel es la mayor, y sobre ella pesa la responsabi­lidad de cuidar al pequeño Hansel. Sus padres han muerto a causa de la peste y la hambruna ha devastado la aldea en la que viven.

La disolución familiar coloca a Gretel en el doble rol de asumir la representa­ción de la figura materna, en tanto siente el impulso y el deber de mantener viva la ilusión de un hogar, pero también el instinto paterno de velar por Hansel en un mundo que es percibido como una amenaza. El resultado es una figura fuerte como la que en la actualidad reivindica para sí el colectivo femenino. Esa dualidad es representa­da con eficacia por la actriz Sophia Lillis, la joven pelirroja de IT, del argentino Andy Muschietti. Gretel y Hansel juega con la imagen andrógina de Lillis para potenciar la fusión y darle al relato un oportuno anclaje contemporá­neo.

Con una estupenda labor de arte y fotografía, y una relectura del clásico en clave pesadilles­ca que por momentos evoca a los trabajos del británico Peter Strickland, Gretel y Hansel resulta estimulant­e a partir de su enfoque diverso (pero deudor del original) y de la construcci­ón de un mundo oscuro tanto en lo narrativo como en lo visual. Pero también por el complejo abanico simbólico que despliega para reapropiar­se y reinterpre­tar a los arquetipos clásicos, en busca de encontrar en ellos nuevas formas de representa­r lo femenino y sus particular­idades. En ese intento, que a veces también puede volverse un poco obvio, está lo mejor de este trabajo. más a un ruido que a una elocución. Peor aún, dada la atracción que siente por Gerardo, y que nada se le pone demasiado en el camino (Justo no tomaba whisky todavía, pero se comportaba como un dandy partidario del laissez faire sexual), no resulta creíble que después de un atentado lo traicione, dejándolo en la estacada, como en un tango trasandino. Ambos elementos, sumados, funcionan como las armas que maneja Gerardo, disparando en contra de la credibilid­ad del relato.

Las películas previas de Wood lo mostraban como un narrador tradiciona­l pero firme, con el aditamento en Violeta se fue a los cielos de una empatía, una cercanía, que en las otras no abundan. Lógicament­e que en este caso y con estos personajes nadie puede pretender que la película se juegue a una empatía ni remotament­e parecida. Pero sí podría pedirse –descontand­o incluso los referidos atentados a la verosimili­tud– que Araña se asemejara menos a un mecanismo de relojería, que –más allá de que alguna de sus manecillas se presente algo chueca– más o menos funciona. Pero sólo en sus propios términos.

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Morán encarna a una empresaria con un pasado que preferiría borrar.
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