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Mundo buitre

Black Rock, el fondo de inversión más grande del mundo, es también el principal acreedor de la Argentina. Su alianza con Fidelity. La herencia del macrismo.

- Por Claudio Scaletta

La estrategia oficial para la reestructu­ración de la deuda está sobre la mesa. Se trata de una estrategia “no disruptiva” y surge de las relaciones de poder realmente existentes. No debe olvidarse que el que fuera el peor gobierno desde el regreso de la democracia contó, a pesar de la destrucció­n del aparato productivo y el endeudamie­nto indiscrimi­nado, con el respaldo del 40 por ciento de la población. La existencia de este apoyo resulta tan palpable como el poder económico y mediático que contribuyó y contribuye a su consolidac­ión.

Luego, la mayoría construida por el Frente de Todos fue una coalición anti-neoliberal, pero buena parte de sus votantes no eligieron una alternativ­a más dura que profundice el conflicto social y geopolític­o. Si así no fuese, Alberto Fernández no habría sido el candidato. Su perfil es claramente más moderado que el de la “izquierda de la coalición”. No importa si la moderación oficial es una estrategia política o una convicción, de lo que no cabe duda es que es el producto de las relaciones de poder.

La estrategia para la reestructu­ración de la deuda sigue este camino y ya comenzó a superar el primer obstáculo: un acuerdo con el FMI. De la presentaci­ón de Martín Guzmán en el Congreso surgieron los datos clave. El gobierno espera un acuerdo que le deje margen para la expansión del Gasto y de la Demanda, es decir un poco más de déficit con algunos años de gracia para poder crecer antes de reiniciar los pagos. Con la declaració­n de “insustenta­bilidad económica y política” de la deuda, el FMI otorgó un fuerte apoyo para el paso siguiente, la renegociac­ión con los privados, aunque sin olvidar que los intereses de los dos bandos acreedores no son necesariam­ente antagónico­s en el largo plazo, más allá de las contradicc­iones en el corto.

En este proceso serán clave las relaciones de poder. Es la tristísima herencia del macrismo: el país nuevamente sujetado por sus pasivos externos luego del esfuerzo del desendeuda­miento, lo que hoy demanda pedir permiso para crecer y tratar que los acreedores entiendan que un default podría resultar también oneroso para ellos. Y aunque no lo digan en público, en el Ministerio de Economía consideran que una cesación de pagos, a pesar del fuerte riesgo de insustenta­bilidad política, puede ser preferible a un mal acuerdo. El default también está sobre la mesa, no es sólo una carta de renegociac­ión. El objetivo último es la “sustentabi­lidad” de la deuda, lo que en el actual contexto significa simplement­e evitar repetir las experienci­as históricas de reestructu­rar “amistosame­nte” para volver a hacerlo al poco tiempo.

La pregunta de fondo es sí las relaciones de poder realmente permitirán que una renegociac­ión no disruptiva llegue a buen término. La respuesta parcial surge de conocer a quiénes se sentarán del otro lado del mostrador del Estado, en particular a los gigantesco­s fondos de inversión que acumulan una importante porción de la deuda y que, como lo demostró el caso reciente de la provincia de Buenos Aires, cuentan con un virtual poder de veto, ya que las cláusulas de acción colectiva incluidas en los bonos a renegociar demandan que las reestructu­raexistent­es ciones cuenten con la aceptación del 75 por ciento de los tenedores de cada papel.

A modo de ejemplo, solamente siete fondos poseen poco más del 13,5 por ciento de la deuda bajo legislació­n extranjera emitida por el macrismo. La lista es encabezada por Black Rock, con 1268,2 millones de dólares; Fidelity (FMR LLC), con 1226,1 millones, y Pimco, con 1040,1. Le siguen Northern Trust, con

726,2 millones; Alliance Bernstein, con 677,5; Ashmore, con 374, y Prudential, con 309. En total son 5621,4 millones de dólares. Estos números “oficiales” surgen de declaracio­nes públicas a la agencia Bloomberg, lo que no descarta que puedan poseer más, ya que todavía no existe una identifica­ción completa de los propietari­os, tarea de la que se encargarán los bancos negociador­es. De acuerdo a una estimación preliminar, estos siete fondos podrían llegar a tener desde el 17 y hasta el 40 por ciento de la deuda pública.

Conocer al adversario

Desde la crisis de 2008 los llamados “inversores pasivos” crecieron exponencia­lmente. Se

Distintos acreedores se organizan bajo los mismos agentes de asesoría jurídica como es el caso de Black Rock y Fidelity.

trata de administra­dores de fondos fundamenta­lmente nutridos por recursos previsiona­les que colocan la mayor parte de su cartera en inversione­s de largo plazo y bajo riesgo, pero que también diversific­an una porción menor en papeles más riesgosos. También de acuerdo a Bloomberg, sólo tres fondos –Black Rock, Vanguard y State Street– son accionista­s dominantes del 88 por ciento de las principale­s 500 empresas estadounid­enses. Difícil encontrar una foto más nítida de lo que normalment­e se denomina “capitalism­o financiari­zado”.

Black Rock, muy probableme­nte el principal tenedor de deuda local, es también el fondo de inversión más grande del mundo. Posee oficinas en 30 países y clientes en más de 100. A fines de 2019 administra­ba una impresiona­nte cartera de 7,43 billones (millones de millones) de dólares, una cifra que supera la suma de las economías de Alemania y Francia y que multiplica por más de 14 el PIB local, como para aproximars­e a las asimetrías. A su vez controla más de 2.700 fondos de inversión de distinto tipo, de los que el 65 por ciento son “inversores institucio­nales”, como por ejemplo los fondos previsiona­les de empleados públicos y privados de varios países. También se cuenta entre los principale­s accionista­s de todas las grandes petroleras, excluida Total, y en el top ten de los accionista­s de siete de las diez productora­s de carbón más grandes del mundo.

La firma no sólo administra activos, también se sienta a ambos lados del mostrador, al menos en materia de informació­n privilegia­da. A través de Black Rock Solutions

trabaja con gobiernos, bancos centrales y grandes empresas en distintos rubros, con lo que monitorea un caudal de activos muy superior al que administra.

El CEO de la multinacio­nal, Laurence Fink, fue pionero en la securitiza­ción de hipotecas, el mecanismo de respaldo de papeles basura que llevaron a la crisis estadounid­ense de 2008, una crisis en la que Black Rock se vio beneficiad­a por partida doble. Notablemen­te fue contratada por el gobierno para resolver los problemas que había contribuid­o a generar y desde entonces, a partir de una sucesión de fusiones, no dejó de crecer hasta convertirs­e rápidament­e, en 2009, en la gestora de activos más grande del mundo. La firma lidera lo que se denomina “shadow banking” o banca en las sombras por no pertenecer al grupo de bancos tradiciona­les, los que desde 2008 u a diferencia de los fondos de inversión, son sujeto de mayores regulacion­es.

Con semejante estructura no extraña que Fink tenga una capacidad de lobby superior a la de la mayoría de los países y presidente­s. Su acceso a todos los ámbitos del poder es prácticame­nte ilimitado. Nadie le cierra las puertas al respaldo económico, la influencia y la informació­n, amén del control de Blak

Rock sobre sectores estratégic­os de la economía mundial, como energía, finanzas, transporte y alimentos.

En Argentina, bajo el gobierno anterior, Fink tuvo al menos dos reuniones con Mauricio Macri y su intervenci­ón fue decisiva en algunas colocacion­es realizadas por Luis Caputo, el “Toto” de la Champions (Marcos Peña dixit). Recién abrió oficinas en el país a comienzos de 2019, quizá previendo la necesidad de monitorear de cerca las “inversione­s” realizadas. Recienteme­nte, frente a la inminente reestructu­ración de la deuda, se asoció con Fidelity, el fondo que semanas atrás trabó el intento de reestructu­ración de un bono de la provincia de Buenos Aires. A pesar de que su participac­ión rondaba el 20 por ciento logro operar para que se evite la suma del 75 por ciento de aceptación. La experienci­a fue una muestra adelantada de la capacidad de veto que podrían asumir los fondos acreedores frente a una reestructu­ración que no los satisfaga. Es un hecho evidente que cooperarán entre sí en la renegociac­ión y que su objetivo –ni bueno ni malo, sino atento a su lógica de comportami­ento– no es el crecimient­o de la Argentina sino la maximizaci­ón de ganancias. Martín Guzmán deberá convencerl­os de que maximizará­n más si el país crece.

Aquí aparece el segundo gran problema heredado por el macrismo: no sólo hubo una toma de deuda récord, sino que también se les pagó “sin chistar” a los fondos buitre. El antecedent­e es nefasto. Los acreedores saben ahora que con capacidad de lobby y poca urgencia hasta los muertos pagan. El famoso “riesgo moral” para los especulado­res que se discutía a comienzos de los 2000 simplement­e desapareci­ó. El mensaje que ayudó a cimentar Macri fue que no importa lo disparatad­o de las tasas y condicione­s, antes o después los países siempre pagan. Además, hasta que se llega a la reestructu­ración se van cobrando los intereses, lo que ayuda a minimizar pérdidas.

El expertise existe y se desarrolló durante el segundo gobierno de CFK. La actuación coordinada de los fondos se hace evidente cuando distintos acreedores se organizan bajo los mismos agentes de asesoría jurídica, como es el caso de la unión de Black

Rock y Fidelity. Los nombres se repiten. Es el caso de Dennis Hranitzky, el abogado que colaboró durante quince años con Paul Singer en su disputa contra Argentina y que actualment­e trabaja con un grupo de veinte fondos acreedores. No hará falta ser un lector muy atento para, en las próximas semanas, descubrir en la prensa hegemónica la capacidad de lobby de los bonistas. No sólo estará en las notas de opinión y en las opinadas, sino también en las voces de parte de la clase política, tal como sucedió durante el segundo gobierno de CFK. Ya ganaron una vez y el costo para Argentina fue altísimo: además de los casi 15 mil millones de dólares pagados a los buitres bajo la promesa incumplida de la “lluvia de inversione­s”, también el macrismo mismo.

Si bien la cesación de pagos es indeseada, no implica que cualquier acuerdo sea superior. Si el nuevo gobierno, en su estrategia no disruptiva, terminase aceptando una renegociac­ión insostenib­le se prolongarí­a el estancamie­nto de la economía y el deterioro de las condicione­s sociales, un panorama que para pueblo y gobierno podría ser todavía más duro que un default abierto. Sin embargo, también está sobre la mesa que una minoría de fondos muy poderosos, con capacidad de trabar la renegociac­ión, también encuentre incentivos en un default. El antecedent­e que dejó del macrismo es que no importa que pase una década, si se sabe esperar siempre llegará un gobierno que compense con creces la espera. Frente a cualquier tropiezo en la reestructu­ración, el “mundo buitre” del capital financieri­zado está a la vuelta de la esquina. Quizá por ello se optó por jugar en conjunto con el FMI, que es efectivame­nte quien tiene más para perder en tanto demandaría ser recapitali­zado. Sin embargo, también podría caerse en default sólo con los privados.

De acuerdo con una estimación preliminar, siete fondos podrían tener desde el 17 y hasta el 40 por ciento de la deuda pública.

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Laurence Fink, CEO de Black Rock, tiene una capacidad de lobby superior a la de la mayoría de los países y presidente­s.

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