Historia de una clausura
Amediados de junio de 2019 el espacio cultural Vuela el Pez, ubicado en Villa Crespo, recibió de madrugada la visita de la Agencia Gubernamental de Control (AGC) en sus instalaciones, donde se llevaba a cabo un recital. “En el lapso de los cinco minutos en que fuimos a buscar al encargado ya nos habían clausurado el lugar”, afirma Emilio Buggiani, integrante del espacio. Agostina Agudín, presidenta de Vuela el Pez, denuncia que “son claros los fines recaudatorios de las clausuras”. El Gobierno de la Ciudad demoró más de tres semanas en levantar el cierre.
“Pagamos las cuentas, hacemos trámites, mantenemos las actividades, arreglamos el techo y limpiamos el piso”, afirma Buggiani en relación al trabajo que la organización lleva a cabo para mantener en pie el espacio. Al atravesar una antigua escalera, se escuchan bombos y un piano, provenientes de los salones de Vuela el Pez, pero también el ruido de la lluvia que se filtra por el techo del patio interno. “Las clausuras en tiempos de crisis nos matan”, asegura la presidenta del espacio.
Durante 2019 Vuela el Pez sufrió tres clausuras y, en los últimos cuatro años, Buggiani asegura que tuvieron más de diez cierres. “La AGC tiene maneras arbitrarias y una clara intención recaudatoria: el año pasado en época electoral hubo una ola de clausuras en la que caímos nosotros”, denuncia Agudín. El cierre de junio los golpeó de manera particular; según Buggiani “el procedimiento para levantar la clausura es lento, lleva por lo menos quince días y ese tiempo sin actividad es fatal, no solo por la plata, sino porque en el medio hay personas, artistas que están programados o talleres que quedan sin actividad”.
A pesar de la existencia de nuevas normas regulatorias a partir de la reglamentación de la ley ECI, el organismo de control continúa siendo la AGC, que no contempla los fines específicos de los espacios culturales. “Después de las clausuras las multas pasan al Tribunal de Faltas, como si fuera una multa de un auto, cuando somos lugares que contribuimos a la cultura de la ciudad, incluso desde lugares alternativos y sin un fin económico”, dice Buggiani.
En la puerta del espacio, Vuela el Pez dispone de un anfitrión para recibir al público. Aquella noche de junio, la AGC llegó y pidió hablar con el encargado: “En diez años siempre sucedió así, pero esta vez, al bajar ya nos habían puesto la faja de clausura, con toda la gente adentro. Adujeron una ‘obstrucción de procedimiento’ y en el acta agregaron que el anfitrión había agredido a su camioneta e intentado romper la tablet con la que trabajan, algo que jamás sucedió”, recuerda Buggiani. dad, principal motivo aludido por los inspectores de la Agencia Gubernamental de Control a la hora de clausurar los espacios, y agiliza los trámites para conseguir las habilitaciones correspondientes. Sin embargo, Gonerman reafirma que la urgencia actual se sitúa en el plano económico: “La ley está bien pero hoy la necesidad principal la tenemos en otro lado; tendrían que venir a preguntarnos cómo hacer, por ejemplo, una ley de emergencia cultural que estipule subsidios para sostener el momento crítico”.
Una estructura rota
“La urgencia está en aumentar los subsidios para sobrevivir, pero después habría que pensar en líneas de créditos de la Ciudad que, a tasas bajas, le permitan a la cultura independiente acceder a fondos que ayuden a hacer cosas más allá de sobrevivir”, asegura Gonerman. El referente de MECA lamenta que en la actualidad los subsidios deban ser utilizados para la supervivencia de los espacios. “Siempre mantuvimos nuestra independencia, nos sostuvimos solos, y los subsidios eran para invertir en equipamiento o para apostar en contenidos alternativos, ahora entran en la cuenta para llegar a fin de mes”, reflexionó.
Gonerman agrega que los últimos años fueron de “buscar recursos” para subsistir y rebuscárselas para no dejar de proyectar: “Lo peor que nos podría pasar es programar solo actividades que venden para sobrevivir, porque ahí queda afuera lo experimental, las apuestas, los nuevos contenidos, todo lo interesante que es característico de la escena independiente”. La caída del público y los altos costos fijos lograron que la estructura del circuito independiente se resquebrajara para dejar de ser redituable en todos los sentidos. En este sentido, el fundador del Matienzo concluye que una de las principales pérdidas fue “el vínculo de los espacios culturales con el público y los artistas. Somos lugares de encuentro, plataformas para artistas y centros de intercambio, todo con precios accesibles. En los últimos años esa construcción se complicó demasiado”.
“Deberíamos pensar una ley de emergencia cultural que estipule subsidios para sostener el momento crítico.”