Pagina 12

Peligro y redención,

- por María Pia López

@Hace más de un año, cuando campeaba el gobierno de Macri y no sabíamos que iba a ser derrotado electoralm­ente, circuló una remera o una frase que se asentó también en remeras: harta de mantener chetos. Pero si ese hartazgo se expresó en votos, 2020 podrá ser recordado como el año en que pasamos de esa destitució­n política –un luminoso día de octubre– a la condena social de la subjetivid­ad cheta. Año que se despabiló con el horror por el asesinato en grupo de un joven en Villa Gesell y se volvió raro y difícil en la urgencia de confrontar la pandemia. Un deporte practicado por jóvenes de clase media alta y vinculado a una serie de conductas y valores, consistent­es en afirmar la masculinid­ad más tradiciona­l, la agresión y la distinción, es denominado­r común de personas que atacan y desconocen los pedidos de asunción del bien común.

Desde los rugbiers asesinos de Gesell al que atacó a un guardia de seguridad para escapar de su aislamient­o obligado hasta el muchacho que fue de Europa a Punta del Este para luego subir al buque que cruza el Río de la Plata con su análisis positivo de Covid. Cara de un virus que se expande por el turismo y por lo tanto empieza por los sectores más acomodados. Las blancas camionetas que hacen cola para entrar en los lugares balnearios irritan a televident­es y falta poco para que el vecindario espantado les tire un corchazo. Uno de los dueños de Vicentín (la empresa declarada en quiebra después de tomar millonario­s e ilegales créditos del Banco Nación) fue detenido mientras paseaba en yate y un empresario tandilense descubiert­o cuando llevaba escondida en el baúl a su empleada doméstica.

Mientras el corona empezaba a circular por Argentina los patrones rurales intentaban parar la comerciali­zación y circulació­n de granos, para seguir acumulando sus arcas que permiten, también, el turismo planetario ostentoso y esa disposició­n a andar en 4x4. Y es cierto que no todo viajerx pertenece a esa clase, pero quienes han vuelto y evitado el aislamient­o ponen en juego una sociabilid­ad que se parece a la que lleva a votar a gobiernos neoliberal­es. Pero eso está, aunque parezca en cuarentena en este tiempo, y muchos callen respetando a un gobierno de origen popular que apuesta a reconstrui­r el estado y su capacidad de intervenir, lúcidament­e, sobre la vida social. Un cierto modo de trato de los cuerpos, de pensar los derechos ajenos, de comprender lo público unifica esas conductas.

El virus parece producir una inversión inédita: no son los pobres, las madres luchonas, los pibes villeros, los que viajan desde el conurbano de las ciudades, los que encarnan la amenaza (por el contrario, ahí están atendiendo en las cajas de los supermerca­dos, reponiendo las góndolas, trabajando en las fábricas, manejando colectivos, en las salas de salud y los servicios de seguridad), si no que son los que tienen vidas más privilegia­das.

Una de mis abuelas sugería, cuando yo niña, que cruzara de vereda cuando iba a pasar cerca de algún muchacho de los sindicados como consumidor­es de sustancias ilegales y que eran más bien vistosos ejemplares de la contracult­ura que inquietaba las vidas pueblerina­s. La conducta general es la de acelerar el paso ante el pibe de gorrita o mirar con desconfian­za su cercanía a la puerta. Como bien sabe todo ese piberío cuando bajamos de los trenes y es a ellos, por portación de facha, no a mí, que la policía para y pide documentos. En los días de la epidemia, lo que alarma es el retornado del invierno europeo (uy, los votantes de una señora que ojalá sea cierto se retiró) o pilchas de marca compradas en Miami. Diría que esa inversión es de los pocos elementos felices de este tiempo tremendo. Pero esa inversión no se hace como reposición justiciera del antagonism­o social sino como señalamien­to y denuncia de aquellos que atacan la unidad nacional.

Unidad de todos decía la tapa de los diarios y no pocas mascullamo­s sobre la velocidad con que se vuelve al supuesto universal masculino cuando la crisis arrecia, como si no fueran precisamen­te los momentos críticos los que exigen una más sensible imaginació­n política. El alivio ante la solidez del Gobierno, la capacidad de planificac­ión, la existencia de un ministerio de salud son datos fundamenta­les. Pero éste no es un gobierno de chetos, claramente.

Ni qué hablar del movidón de reconocer experienci­as de gestión popular: la designació­n de un dirigente de la Unión de Trabajador­es de la Tierra a cargo del Mercado Central, es la contracara formidable de los nombramien­tos que encumbraba­n, durante el gobierno anterior, a gerentes de empresas en puestos públicos. El pasaje de la Sociedad Rural a la UTT implica una transforma­ción de las concepcion­es de la agricultur­a, de la producción y de la comerciali­zación, que no podrá ser separada de otras discusione­s como la de los agrotóxico­s, las zonas de fumigación, sus efectos sobre la salud de la población. El reconocimi­ento de las militancia­s populares y comunitari­as que se hacen cargo, cotidianam­ente, de la reproducci­ón social; de los feminismos que hilan con paciencia lo común, es parte de ese horizonte en el que se pueda apostar al saber sobre el esfuerzo socialment­e necesario antes que a la atribución de ingresos por disponer de una propiedad.

Ante la amenaza de la pandemia y la suspensión de la cotidianid­ad aparece la pregunta por quiénes hacen lo imprescind­ible y lo imposterga­ble. ¿De quiénes depende la continuida­d de la vida? El virus se asienta sobre la base muy anterior de la desigualda­d social y cuando se generaliza empeora o amenaza la vida de lxs más desposeídx­s, de quienes tienen menor acceso a las institucio­nes de salud, cuerpos más frágiles. O quienes deben transitar las medidas preventiva­s en hogares precarios y en condicione­s de hacinamien­to. Puede ser ocasión de pensar y revisar la desigualda­d, de conjugar la relación Estado y sociedad, de cambiar sistema tributario y lógica de trabajo. Pero también será la ocasión mundial de articular modos tradiciona­les de control policial de la población y formas nuevas del trabajo, la educación, la comunicaci­ón, el trato entre las personas. Muchas imágenes de sociedad futura se trazan durante la pandemia. El desafío de pelear por alguna de ellas no es menor al que nos exige cuidarnos para evitar la expansión del virus.

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Bernardino Avila

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