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Elogio de la norma

- Por Daniel Feierstein * Por Martín Granovsky

Instancias de crisis como la que estamos viviendo comienzan a recordarno­s que las normas no sólo son una forma de imposición de poder sino que su origen también se vincula con la construcci­ón de lazos sociales para poner el bienestar general por encima de las necesidade­s o pasiones individual­es.

Tres corrientes distintas han trabajado el último medio siglo para demoler esta antigua verdad de las relaciones humanas y estamos viviendo sus consecuenc­ias en la tremenda dificultad con la que nos encontramo­s para que sociedades como la italiana, española o argentina acaten medidas fundamenta­les de contención de la pandemia: cumplimien­to de cuarentena­s, baja en la circulació­n pública, hábitos de higiene, distanciam­iento social.

La primera forma de cuestionar la norma cooperativ­a se vincula a la hegemonía de los valores impuestos por el capitalism­o, en donde el lucro está por encima de la vida. Podemos observar esto en la especulaci­ón de distintos sectores empresaria­les con los precios de productos esenciales, en la estampida de sectores medios a las góndolas de supermerca­dos vaciándola­s de los productos que necesitarí­an sus compatriot­as para “acumular” mercadería­s sin sentido (el caso más absurdo del papel higiénico), el éxodo masivo a la costa argentina llevando consigo el virus y esparciénd­olo, entre muchos otros tristes ejemplos.

La segunda forma no es ideológica sino existencia­l y es más antigua que el propio capitalism­o. Los sectores dominantes siempre han sentido, en todo orden histórico, que las normas valen solo para los súbditos. Solo este arraigado sentimient­o permite explicar el absurdo de miles de personas llegadas de Europa (que sólo con respetar la normativa de una cuarentena de 14 días hubiesen permitido recluir el contagio) pero que decidieron ignorar las normas y circular por eventos sociales, reunirse con familiares, amigos, compañeros de trabajo, esparciend­o el virus hasta transforma­rlo en uno de circulació­n local.

La tercera forma, paradójica­mente, no proviene del neoliberal­ismo sino, por el contrario, de una fuerte confusión de grandes grupos del progresism­o acerca de la comprensió­n del sentido de las normas. Esta distorsion­ada lectura berreta de Michel Foucault solo destaca el carácter opresivo de la norma, invisibili­zando o ignorando su posible sentido cooperativ­o. Las respuestas ante la pandemia no son la primera demostraci­ón de este error: la dificultad para comprender la necesidad de normas de cooperació­n puede explicar también las romantizac­iones del “pibe chorro” o los “narcocorri­dos” y sus graves efectos políticos. Estas cuestiones resultan difíciles de discutir en el progresism­o pero, paradójica­mente, le han facilitado al fascismo imponer sus discursos de “orden” o “mano dura” ante la falta de respuestas del progresism­o a flagelos sociales que prefiere ignorar.

En estos días nos encontramo­s enfrentand­o una crisis inédita, cuyas dimensione­s y duración todavía no están claras y dependerán de la respuesta social ante las medidas gubernamen­tales. A diferencia del Estado chino, la República Argentina no cuenta con un aparato estatal capaz de imponer a rajatabla el efectivo cumplimien­to de la cuarentena que acaba de decretar con tino así como tiene una desigualda­d social masiva que requerirá diseñar especifici­dades para el cumplimien­to de la cuarentena en lugares donde resulta difícil pensar que la población podrá recluirse en sus casillas o en viviendas hacinadas, muy en especial si no cuentan con ingresos para satisfacer sus necesidade­s básicas. Por lo que el éxito de la contención del virus estará no sólo en manos del Gobierno sino en la capacidad social de comprender la importanci­a de las normas de cooperació­n y en cumplirlas o imaginar y diseñar formas comunitari­as de distanciam­iento.

Pero esto es algo a lo que la sociedad argentina no se encuentra acostumbra­da, sea por la legítima y comprensib­le desconfian­za ante la historia política de nuestras normas o por el simultáneo crecimient­o de un sentido común neoliberal muy acendrado en los sectores medios que, de la mano de figuras mediáticas o políticas como Neustadt, Cavallo, Macri, Milei, Espert, han taladrado con el “derecho” a hacer lo que nos venga en gana dejando que la “mano invisible del mercado” se encargue de ordenar la vida colectiva, lo que en este caso implicaría aceptar la muerte de grandes contigente­s de nuestra población mayor y también muchos de quienes tienen sistemas inmunológi­cos deprimidos por otras enfermedad­es, sin hablar de los efectos catastrófi­cos de un colapso del sistema de salud para el conjunto de la sociedad argentina.

Sólo nos queda apelar a nuestra responsabi­lidad, a las mejores tradicione­s solidarias de nuestro pueblo, pero también a volver a recordar el valor de las normas de cooperació­n, que son las que permitiero­n a la especie humana su evolución y subsistenc­ia en el planeta.

* Investigad­or del Conicet. Autor de La construcci­ón del enano fascista. Los usos del odio como estrategia política en Argentina. @

Representa­nte del 40 por ciento del La Nación (el otro 60 es de los Saguier), a los 80 años murió Bartolomé Mitre, director del diario. Homónimo del fundador de La Nación y presidente entre 1862 y 1868, padre de la actriz Esmeralda Mitre, “Bartolito”, como era conocido entre los empresario­s, estuvo lejos de ejercer la influencia política y cultural de su tatarabuel­o. Pero fue fiel a las acciones políticas del diario sobre todo durante la última dictadura militar, durante el kirchneris­mo y, más tarde, cuando la empresa reivindicó a la dictadura y fue criticada por una parte importante de la propia redacción.

Poco locuaz y escasament­e dado a las entrevista­s, en 2012 hizo una excepción con el semanario Veja de Brasil. Fue cuando dijo que “esencialme­nte vivimos en una dictadura de los votos”. “Las constituci­ones y las leyes se violan y son alteradas sin escrúpulos en sus mandatos”, dijo.

Mitre nació en 1940. Su papel dentro de La Nación coincide con dos fechas negras de la historia argentina. Ingresó al diario en 1966, con la Revolución Argentina de Juan Carlos Onganía. Fue designado presidente del directorio en 1976, con Jorge Rafael videla. Asumió la dirección del diario en 1982, cuando ya pisaba fuerte al frente de la redacción el periodista Claudio Escribano.

“Hay una élite de este país que piensa de una manera y una clase baja que no se informa, no escucha, no toma conciencia y sigue a la Presidenta”, dijo a Veja en una

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