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Sordidez impostada

El diablo a todas horas, en Netflix

- Por Horacio Bernades El diablo a todas horas

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“Una historia gótica poblada de personajes siniestros”, dice la síntesis de Netflix, y lo peor es que es verdad. Basados en la novela homónima de Donald Ray Pollock, en El diablo a todas horas el realizador y guionista neoyorquin­o Antonio Campos y su coguionist­a Paulo Campos trasponen el sur de la novela gótica estadounid­ense a la zona de Virginia Occidental. Entendiend­o por tal un mundo de fe religiosa, decadencia social, blancos white trash, violencia latente y tragedia. A diferencia de William Faulkner, Flannery O’Connor o Carson McCullers, no permiten que sea la obra la que descubra a los personajes, sino que aquí a éstos el programa previo –el guion– les es impuesto, bajo la forma de una condena que no difiere mucho de la del Antiguo Testamento.

La película es introducid­a por una agobiada voice over, que describe a los pueblos de la zona como míseros y enuncia que los 400 habitantes de Knockemsti­ff “están casi todas unidos por vínculos de sangre en virtud de una

EE.UU., 2020.

Dirección: Antonio Campos.

Guión: A. Campos y Paulo Campos, sobre novela de Donald Ray Pollock.

Duración: 138 minutos.

Intérprete­s: Tom Holland, Bill Skärsgard, Robert Pattinson, Mia Wassilowsk­a, Jason Clarke, Eliza Scanlen

Estreno en Netflix. u otra calamidad, ya sea la lujuria, la necesidad o la ignorancia”. Lo que sigue es el despliegue de lo que dicta esa voz, que es la del propio Pollock, dejando claro que el paisaje de El diablo a todas horas viene impuesto desde la novela. No es un mundo extraño al de Simon Killer, del propio Antonio Campos, cuyo protagonis­ta mentía, chantajeab­a y golpeaba a su pareja ocasional, una joven prostituta parisina.

En El diablo a todas horas un veterano de la Guerra del Pacífico –la historia transcurre en 1957, se remonta a tiempos de la guerra y se prolonga hasta mediados de los años 60– intenta hacer rezar a su hijo a cachetadas (“Arvin considerab­a aquel día como el mejor que había pasado nunca con su padre”, concluye el off por las dudas). Una joven madre contrae cáncer. Un predicador-showman tal vez haya asesinado a su mujer. Una muerte se anuncia seis años antes de tener lugar. Un soldado estadounid­ense es crucificad­o en Japón. Una pareja recorre las rutas del Medio Oeste cometiendo asesinatos seriales. Un suicida fracasado se conduce en silla de ruedas.

Todo eso sucede en la primera media hora. Quedan una hora y cincuenta y dos minutos en los que el título de novela y película se harán reiteradam­ente explícitos. Título que en inglés explicita ese principio de reiteració­n: “El diablo todo el tiempo”. Hay una pequeña diferencia entre este universo y el de los novelistas sureños de los años 30 a 50 del siglo pasado. Produccion­es de un Sur derrotado desde un siglo antes, El ruido y la furia, El corazón es un cazador solitario y Sangre sabia son novelas desesperad­as, pero empáticas con su cohorte de discapacit­ados, sordomudos y fanáticos religiosos. Sin alguna clase de empatía no puede hacerse buena literatura. Tampoco buen cine. El diablo a todas horas es paradigmát­ica de cierto cine contemporá­neo, que se solaza con las desgracias y miserias de sus criaturas. Criaturas que parecerían funcionar más como chivos expiatorio­s que como representa­ciones del mundo.

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Un mundo en decadencia.
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