Cambiar la Humanidad a fuerza de canciones
Desde que cruzó su camino con Paul, George y Ringo, fue vehículo de un arte que modificó a varias generaciones, impulsado por un genio que supo de tormentas.
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El mismo rostro dispara dos preguntas; una es relativamente fácil de responder, la otra no. ¿Quién era John Lennon? ¿Quién sería John Lennon hoy, en el día que debería cumplir 80 años?
Hay personajes de la cultura universal cuya influencia puede ser cuestionada o al menos puesta en discusión. John Winston Ono Lennon es de los indiscutibles. A veces hay que recordar que el big bang de The Beatles estuvo en su persona, como fundador de The Quarrymen e imán que fue atrayendo a Stuart Sutcliffe, Paul McCartney, George Harrison, Pete Best, Ringo Starr. Puede decirse que la revolución cultural que cambió al planeta Tierra tuvo su punto cero en el 251 de Menlove Avenue, en los suburbios de Liverpool. La casa todavía está ahí. Lennon no.
Soy rebelde
John Lennon solía decir que había nacido durante un bombardeo nazi. Los periódicos de la época señalan ataques del blitz alemán sobre Liverpool –que, en tanto puerto, era un objetivo estratégico– el 7 y el 10 de octubre, pero la imprecisión histórica es solo una anécdota. Lo cierto es que, como sus futuros compañeros, Lennon fue producto de una generación de posguerra cuyo hambre de cambios culturales tuvo directa relación con lo que sucedería en los años ’60. La militancia pacifista que lo caracterizó en su madurez tuvo que ver con su interacción con Yoko Ono, pero sobre todo con el haber crecido entre escombros, en la Inglaterra del racionamiento y la escasez producto de la Segunda Guerra Mundial. Todo en sus años formativos, en rigor, tuvo algún correlato en su obra artística y en sus decisiones personales.
Para empezar, la familia: la ausencia de Alfred Lennon –el marinero a quien John supo recriminar su oportuna reaparición cuando él ya era una estrella–, el tironeo entre dos crianzas femeninas contrapuestas, no son datos menores a la hora de explicar o entender su personalidad. La tía Mimi le dio amor incondicional pero también un estricto corset ante el que rebelarse; la madre Julia fue un espíritu libre, que le enseñó sus primeras canciones en un banjo y le regaló su primera guitarra ante el ceño fruncido de Mimi, que le decía “la guitarra está muy bien, pero nunca te vas a ganar la vida con eso”. Julia sería poco después otra ausencia dolorosa: su muerte en un incidente vial forjó a un adolescente rebelde, poseído por una furia que solo lograría liberar del todo en la terapia del “grito primal” muchos años después.
Ese Lennon primigenio asustaba a los padres de sus amigos, que recomendaban evitarlo; pero ahí estuvo el primer lazo de hierro con quien sería su socio en la revolución. Porque Paul McCartney tenía un espíritu menos belicoso, pero lo consumía el mismo dolor por la muerte de su propia madre. Esa coincidencia humana, sumada a la misma pasión por la música
Lennon nunca abandonó la aspereza de su adolescencia difícil, el tipo que con sólo 25 años compuso una canción como “Help!”.
que llegaba de Estados Unidos, estableció las bases de una sociedad artística destinada a la leyenda.
Resulta ocioso repasar la hiperconocida historia de The Beatles. Ocioso e imposible entre los límites de un artículo. Pero siempre es interesante recorrer los roles que cada uno ocupó en esa maquinaria perfecta, que conjugó el espíritu de la época con un talento inigualable. Ese reparto dio pie también a malentendidos, como ese lugar común que le da a Lennon el mote del “experimentador” de la banda: por dar un ejemplo, la idea de las cintas al revés fue aportada por McCartney, que –mientras Lennon tenía una existencia más bien hogareña con su esposa Cynthia– andaba de gira por el Swinging London y se cruzaba con personajes que retroalimentaban sus ideas. Es más atinado ver a Lennon como una lija que complementaba el terciopelo de Paul, y por eso es posible adivinar quién preponderaba en las canciones firmadas a dúo.
Lennon nunca abandonó la aspereza de su adolescencia difícil. Lennon fue el tipo que con solo 25 años compuso una canción como “Help!”, una letra que no estaba pensada solo para encajar en la métrica, explícita desde el título y desde el mensaje de un tipo que empezaba a entender que era motor de una revolución apasionante, pero que se los estaba llevando puestos. A diferencia de George, que era un virtuoso –caramba, fue enrolado en la banda en parte porque era el único que sabía afinar el instrumento–, Lennon no estaba especialmente dotado para la guitarra; era un ejecutante correcto, un buen guitarrista rítmico que brillaba en la composición, el arreglo, la producción, la lírica. El tipo que en Revolver abrió una puerta al infinito con “Tomorrow Never Knows” (no, nunca le pidió a George Martin “colgarse de una cuerda en el estudio”) y dibujó un nuevo universo con “Lucy in the Sky with Diamonds”.
Y también, el que entendió la dimensión política que podía tener el arte cuando señaló la pura verdad de que The Beatles eran más populares que Jesucristo y desató un pandemonio. Ahí, quizá, estuvo el génesis del otro Lennon, el posBeatle.
Soy leyenda
Si The Beatles inventaron unas cuantas cosas al abandonar la labor en vivo y empezar a utilizar el estudio como un laboratorio de ideas, y no el mero edificio donde se plasman las grabaciones, también patentaron el amargo final de una banda. Los pibes que componían en un dormitorio terminaron comunicándose vía abogados. Lennon mencionaba con amargura