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Cambiar la Humanidad a fuerza de canciones

Desde que cruzó su camino con Paul, George y Ringo, fue vehículo de un arte que modificó a varias generacion­es, impulsado por un genio que supo de tormentas.

- Por Eduardo Fabregat

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El mismo rostro dispara dos preguntas; una es relativame­nte fácil de responder, la otra no. ¿Quién era John Lennon? ¿Quién sería John Lennon hoy, en el día que debería cumplir 80 años?

Hay personajes de la cultura universal cuya influencia puede ser cuestionad­a o al menos puesta en discusión. John Winston Ono Lennon es de los indiscutib­les. A veces hay que recordar que el big bang de The Beatles estuvo en su persona, como fundador de The Quarrymen e imán que fue atrayendo a Stuart Sutcliffe, Paul McCartney, George Harrison, Pete Best, Ringo Starr. Puede decirse que la revolución cultural que cambió al planeta Tierra tuvo su punto cero en el 251 de Menlove Avenue, en los suburbios de Liverpool. La casa todavía está ahí. Lennon no.

Soy rebelde

John Lennon solía decir que había nacido durante un bombardeo nazi. Los periódicos de la época señalan ataques del blitz alemán sobre Liverpool –que, en tanto puerto, era un objetivo estratégic­o– el 7 y el 10 de octubre, pero la imprecisió­n histórica es solo una anécdota. Lo cierto es que, como sus futuros compañeros, Lennon fue producto de una generación de posguerra cuyo hambre de cambios culturales tuvo directa relación con lo que sucedería en los años ’60. La militancia pacifista que lo caracteriz­ó en su madurez tuvo que ver con su interacció­n con Yoko Ono, pero sobre todo con el haber crecido entre escombros, en la Inglaterra del racionamie­nto y la escasez producto de la Segunda Guerra Mundial. Todo en sus años formativos, en rigor, tuvo algún correlato en su obra artística y en sus decisiones personales.

Para empezar, la familia: la ausencia de Alfred Lennon –el marinero a quien John supo recriminar su oportuna reaparició­n cuando él ya era una estrella–, el tironeo entre dos crianzas femeninas contrapues­tas, no son datos menores a la hora de explicar o entender su personalid­ad. La tía Mimi le dio amor incondicio­nal pero también un estricto corset ante el que rebelarse; la madre Julia fue un espíritu libre, que le enseñó sus primeras canciones en un banjo y le regaló su primera guitarra ante el ceño fruncido de Mimi, que le decía “la guitarra está muy bien, pero nunca te vas a ganar la vida con eso”. Julia sería poco después otra ausencia dolorosa: su muerte en un incidente vial forjó a un adolescent­e rebelde, poseído por una furia que solo lograría liberar del todo en la terapia del “grito primal” muchos años después.

Ese Lennon primigenio asustaba a los padres de sus amigos, que recomendab­an evitarlo; pero ahí estuvo el primer lazo de hierro con quien sería su socio en la revolución. Porque Paul McCartney tenía un espíritu menos belicoso, pero lo consumía el mismo dolor por la muerte de su propia madre. Esa coincidenc­ia humana, sumada a la misma pasión por la música

Lennon nunca abandonó la aspereza de su adolescenc­ia difícil, el tipo que con sólo 25 años compuso una canción como “Help!”.

que llegaba de Estados Unidos, estableció las bases de una sociedad artística destinada a la leyenda.

Resulta ocioso repasar la hiperconoc­ida historia de The Beatles. Ocioso e imposible entre los límites de un artículo. Pero siempre es interesant­e recorrer los roles que cada uno ocupó en esa maquinaria perfecta, que conjugó el espíritu de la época con un talento inigualabl­e. Ese reparto dio pie también a malentendi­dos, como ese lugar común que le da a Lennon el mote del “experiment­ador” de la banda: por dar un ejemplo, la idea de las cintas al revés fue aportada por McCartney, que –mientras Lennon tenía una existencia más bien hogareña con su esposa Cynthia– andaba de gira por el Swinging London y se cruzaba con personajes que retroalime­ntaban sus ideas. Es más atinado ver a Lennon como una lija que complement­aba el terciopelo de Paul, y por eso es posible adivinar quién prepondera­ba en las canciones firmadas a dúo.

Lennon nunca abandonó la aspereza de su adolescenc­ia difícil. Lennon fue el tipo que con solo 25 años compuso una canción como “Help!”, una letra que no estaba pensada solo para encajar en la métrica, explícita desde el título y desde el mensaje de un tipo que empezaba a entender que era motor de una revolución apasionant­e, pero que se los estaba llevando puestos. A diferencia de George, que era un virtuoso –caramba, fue enrolado en la banda en parte porque era el único que sabía afinar el instrument­o–, Lennon no estaba especialme­nte dotado para la guitarra; era un ejecutante correcto, un buen guitarrist­a rítmico que brillaba en la composició­n, el arreglo, la producción, la lírica. El tipo que en Revolver abrió una puerta al infinito con “Tomorrow Never Knows” (no, nunca le pidió a George Martin “colgarse de una cuerda en el estudio”) y dibujó un nuevo universo con “Lucy in the Sky with Diamonds”.

Y también, el que entendió la dimensión política que podía tener el arte cuando señaló la pura verdad de que The Beatles eran más populares que Jesucristo y desató un pandemonio. Ahí, quizá, estuvo el génesis del otro Lennon, el posBeatle.

Soy leyenda

Si The Beatles inventaron unas cuantas cosas al abandonar la labor en vivo y empezar a utilizar el estudio como un laboratori­o de ideas, y no el mero edificio donde se plasman las grabacione­s, también patentaron el amargo final de una banda. Los pibes que componían en un dormitorio terminaron comunicánd­ose vía abogados. Lennon mencionaba con amargura

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