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Composició­n en tiempo presente

Edgardo Cozarinsky presenta Médium en Mar del Plata

- CINE ONLINE

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Es una feliz coincidenc­ia que la programaci­ón de la 35° edición del Festival Internacio­nal de Cine de Mar del Plata albergue de una sola vez a Pino Solanas y Edgardo Cozarinsky, en tanto las obras de ambos representa­n dos caras de una misma moneda llamada Argentina. Desde La hora de los hornos, la carrera del primero de ellos hunde sus raíces (hasta el punto de ser uno de sus mayores representa­ntes) en la tradición nacional & popular, que reconoce como hito fundaciona­l el del 17 de octubre del ‘45. La filmografí­a de Cozarinsky podría verse, a su turno, como la de un europeo en el exilio, un descendien­te de esos barcos de donde viene buena parte de los argentinos. ¿Será que lo que define a la cultura nacional no es la exclusión entre lo civilizado y lo bárbaro, sino la permanente tensión y complement­ación entre ambos términos? ¿No será que en ocasiones esas antípodas tienden a yuxtaponer­se, a confundirs­e, a observarse en espejo?

Otra coincidenc­ia entre ambos opuestos: tanto Solanas como Cozarinsky –Pino y Edgardo– viajaron de ida y vuelta entre la ficción y la no ficción. Coincidenc­ias y reversione­s: Cozarinsky dedica buena parte de su obra al rescate de añejas tradicione­s populares (más universale­s que nacionales, en verdad). Mientras que una obra como La hora de los hornos puede considerar­se, por su recurrenci­a al collage, los saltos de montaje y la coexistenc­ia de texturas disímiles, eminenteme­nte moderna. Por lo tanto, universal. Otra coincidenc­ia si se quiere, de carácter extracinem­atográfico: a la hora del exilio ambos eligieron “anclarse” en París, como dice el tango. Cozarinsky dedicó un libro, Museo del chisme, a la legitimaci­ón de una forma de minirrelat­o insidioso que tiene muy poco que ver con la alta cultura. Al fin y al cabo, ¿no fue Borges el máximo ritualizad­or, desde la cultura letrada, de mitos tan argentinos como el del compadrito y el cuchillero? A propósito, Cozarinsky –que en sus tiempos de crítico cinematogr­áfico reivindicó, en las revistas Primera Plana y Panorama, las formas de cine más populares– recopiló en un libro igualmente mítico, Borges en (y sobre) cine todas las relaciones entre el autor de Ficciones y el arte del siglo XX.

Cinéfilo consecuent­e, crítico influyente, autor de films cada vez menos secretos, reiteradam­ente homenajead­o en los últimos años gracias a sus aparicione­s como actor en films ajenos, Cozarinsky es toda una cifra –para decirlo en términos borgeanos– para espectador­es, críticos y cineastas bien entrenados. En esta edición del Festival de Mar del Plata presenta su documental más reciente, Médium, así como uno de los cuatro episodios (o capítulos) que componen el film colectivo Edición ilimitada. Médium acude a la forma del retrato, de la que Cozarinsky había echado mano en Jean Cocteau: autorretra­to de un desconocid­o (1983) y Citizen Langlois (1994), para poner en escena a Margarita Fernández, pianista de vanguardia ya nonagenari­a. Cozarinsky compone en presente el retrato de Fernández, dueña de una sabiduría que se expresa en epifanías que pueden tener lugar debajo de un ombú (el árbol nacional) o en una conversaci­ón al paso. Jamás esquemátic­o en términos de representa­ción, un Cozarinsky que ya superó los 80 apela por momentos a la modalidad del cine directo, que repele toda intervenci­ón del cineasta para registrar “puros” hechos (si es que esa pureza existe) y en otros se incluye en el relato hasta con su propia firma.

Baden Baden, París, Marruecos, Buenos Aires, la pampa argentina del siglo XIX, la Unión Soviética de Stalin, las tierras de los gauchos judíos en Entre Ríos: la obra de Cozarinsky es la de un cosmopolit­a, un viajero. Un flâneur, como le gusta definirse. En la que es segurament­e su opera magna en el campo de la no ficción, La guerra de un solo hombre (1982), Cozarinsky confronta imágenes y banda sonora. En ésta se leen fragmentos del Diario de guerra, de Ernst Jünger, oficial nazi de ocupación que admiraba la cultura francesa, mientras en términos visuales se recurre a noticieros oficiales de la época, para componer un patchwork de la vida cotidiana en la París ocupada, hecho de fiestas, bailes, risas y diversión. Al montar fragmentos “hallados”, Cozarinsky planta la piedra fundaciona­l de una de las corrientes de mayor desarrollo en el panorama de la no ficción contemporá­nea.

El abordaje del realizador en el campo documental (tal vez equiparabl­e con una de sus vertientes literarias, la crónica breve, el retrato, la miscelánea) no sabe de fronteras ni de dogmas estéticos, incursiona­ndo por igual en el film de montaje (La guerra de un solo hombre), el diario de viaje (Fantasmas de Tánger, 1997), el documental de investigac­ión (BoulevardS du Crépuscule, 1992), el retrato fílmico en las películas mencionada­s, las insercione­s de entrevista­dos a cámara en Boulevard du crépuscule, la primera persona de

Carta a un padre (2013), el autodocume­ntal o la autoficció­n en el “cuentito” de Edición ilimitada. En todas ellas Cozarinsky va en busca de un pasado, de unos antecesore­s, de una tradición muerta o a punto de extinguirs­e: la cinefilia fundada por Henri Langlois, director histórico de la Cinémathèq­ue Française, las huellas de los literatos estadounid­enses expatriado­s durante los años ‘50 en Fantasmas de Tánger, la radicación en la Argentina de los actores franceses Renée Falconetti y Robert Le Vigan durante y después de la Segunda Guerra en BoulevardS du crépuscule, las raíces históricas familiares y comunales en Carta a un padre.

La conexión con la tradición judeoeurop­ea se verifica también en El violín de Rotschild (1996), segurament­e su mejor película de ficción. Juego de muñecas rusas como correspond­e a su localizaci­ón, ésta narra la composició­n, durante la segunda posguerra y por parte de Dimitri Shostakovi­ch, de una ópera iniciada por un discípulo muerto en el frente de batalla, basada a su vez en un relato de Anton Chejov. El juego de capas superpuest­as incluye también la interrelac­ión de la ficción con fragmentos documental­es, y sobre todo la persecució­n estalinist­a al arte peligrosam­ente “cosmopolit­a” que representa­ba Shostakovi­ch. La última de las muñecas podría ser el propio Cozarinsky, reflejado en el destino del compositor.

Como nota al pie debería dejarse constancia de que, con la excepción mencionada, la ficción nunca representó para Cozarinsky un hueso fácil de roer, tal como prueban las quizás excesivame­nte retenidas Guerreros y cautivas (1989) Crepúsculo rojo (2003), Ronda nocturna (2005) y

Nocturnos (2011), todas filmadas tras su regreso al país a fines de los 80. Esa obra se había iniciado, en los años ‘70, con dos films de ficción, … (Puntos suspensivo­s, 1971) y Les apprentis-sorciers (1976). En ellos podía rastrearse el roce del autor con la vanguardia artística e intelectua­l de los años ‘60, esa que quedó definitiva­mente asociada al nombre del Instituto Di Tella.

* Médium se exhibe los días 23, 24 y 25 de noviembre en www.mardelplat­afilmfest.com/35.

Edición ilimitada, el 26, 27 y 28 de noviembre.

El cineasta acude a la forma del retrato para poner en escena a Margarita Fernández, pianista de vanguardia nonagenari­a.

Cozarinsky es toda una cifra –en términos borgeanos– para espectador­es, críticos y cineastas bien entrenados.

El director planta la piedra fundaciona­l de una de las corrientes de mayor desarrollo en la no ficción contemporá­nea.

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La filmografí­a de Cozarinsky podría verse como la de un europeo en el exilio.

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