Una lupa para el trabajo de calidad y bajo perfil
Dos científicas argentinas ganaron el Premio Ben Barres
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Las científicas del Conicet Daiana Capdevila y María Eugenia Segretin recibieron el Premio Ben Barres, que otorga eLife, una organización sin fines de lucro que brinda apoyo económico a proyectos de investigación liderados por grupos invisibilizados en la ciencia por género, etnia u origen. Las investigadoras trabajan en la Fundación Instituto Leloir (FIL) y en el Instituto de Ingeniería Genética y Biología Molecular Dr. Héctor N. Torres (Ingebi) y participan de investigaciones internacionales sobre el efecto de la modificación de las proteínas en virus y microorganismos.
El premio lleva el nombre de un reconocido neurocientífico trans fallecido en 2017. “Busca visibilizar la ciencia de calidad que hacemos todas las personas invisibilizadas en el sistema científico, las personas que comienzan sus carreras independientes, mujeres y disidencias”, valoró Capdevila.
Capdevila, quien este año recibió también el Premio Nacional L’Oréal-Unesco, consideró que “es una ayuda económica importante”. “Nos permite seguir pensando que podemos hacer ciencia de punta, cuando todavía esperamos que los subsidios en el país recuperen su valor ya que alcanzan para experimentos muy acotados”.
“Recibir este premio nos permitirá acceder a las tecnologías de vanguardia para abordar el objetivo de nuestra investigación, además de generar un contexto beneficioso para el establecimiento de nuevas colaboraciones y de futuros desafíos”, evaluó Segretin.
Daiana Capdevila y María Eugenia Segretin, del Conicet, trabajan en la modificación de las proteínas en virus y microorganismos en el Instituo Leloir y en Ingebi.
La organización eLife, que otorga el galardón, fue fundada por el Instituto Médico Howard Hughes, de Estados Unidos; la Sociedad Max Planck, de Alemania, y el Wellcome Trust, del Reino Unido.
“Estudiamos sistemas modelo para entender cómo las proteínas de las bacterias toman nuevas ‘formas’ en respuesta al estrés. Nuestros sistemas modelo son justamente las proteínas que miden el estrés. Cuando la bacteria trata de infectar el cuerpo humano hay un montón de fuentes de estrés que cambian y las bacterias que sobreviven son las que cuentan con la capacidad de adaptarse; esa capacidad se ve reflejada en ciertas propiedades de las proteínas que estudiamos”, describió Capdevila.
Por su parte, Segretin detalló que desde la etapa doctoral se interesó por “la estrategia de utilizar a la ingeniería genética para desarrollar cultivos que sean resistentes a distintas enfermedades causadas por virus y por unos microorganismos llamados “filamentosos” que incluyen a los hongos y a los oomicetes”, describió Segretin. Desde hace unos años, explicó, “comencé a interesarme especialmente en el patógeno de plantas Phytophthora infestans, el oomycete responsable de la gran hambruna irlandesa, y que representa una amenaza constante para la producción de papa a nivel mundial; de no ser controlado, y si las condiciones ambientales son propicias, este patógeno puede destruir campos cultivados con papa en una semana”. Eso es “un serio problema en Argentina, dado que las dos variedades de papá más cultivadas (Spunta y Kennebec) son susceptibles al patógeno”.