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UN DIOS SIN ATEOS

Miles de personas desfilaron frente al féretro y acompañaro­n el cortejo fúnebre al cementerio de Bella Vista. La Policía de la Ciudad reprimió a los simpatizan­tes.

- Por Fernando Cibeira

Una incalculab­le multitud cruzada por el dolor y la pasión peregrinó hacia la Casa Rosada. Dejaron ofrendas y conmoviero­n con sus gritos y silencios. El anuncio del final del homenaje terminó en algunos choques y represión. Pasada la tormenta, la ceremonia se trasladó a Bella Vista donde Maradona fue enterrado junto a sus padres Escriben y opinan:

Luis Bruschtein, Fernando Cibeira, Facundo Martínez, Gustavo Grazioli, Melisa Molina, Raúl Kollmann, Carlos Rodríguez, Gustavo Veiga, Atilio Boron, Adrián De Benedictis, Liliana Viola, Elena Llorente Alejandro Duchini

“Gracias, Diego”, “Te amamos”, “No te vamos a olvidar, Diego”. Las frases retumbaban entre las altas paredes del hall de la Casa Rosada y se repetían como una letanía. Había momentos en que entraba un grupo de hinchas y durante unos segundos cantaban el “olé, olé, Diego, Diego”. Arrojaban camisetas, banderas y flores al pie del féretro del mayor ídolo deportivo de la historia, ya definitiva­mente leyenda. Pero lo más significat­ivo sucedía en los momentos de silencio. Cuando no había gritos, ni súplicas. Era el silencio, denso, de lo inevitable. Una multitud dolida desfiló por la Casa Rosada en el velatorio de Diego Armando Maradona, que –casi inexplicam­ente– terminó en represión con heridos y detenidos. La decisión de la familia de terminar la ceremonia a las 16, cuando la fila de quienes querían despedir al Diez se extendía a lo largo de varias cuadras, llevó a la Policía de la Ciudad a emprenderl­a con balas de goma y gases contra los descontent­os. Al atardecer de una jornada desbordada, Maradona encontró su lugar de descanso definitivo en el cementerio Jardín de Bella Vista, donde están enterrados sus padres, don Diego y doña Tota.

Desde un primer momento, la decisión de Claudia Villafañe y de Dalma, Gianinna y Jana Maradona fue acelerar los tiempos de la despedida. El traslado de los restos del astro desde la funeraria de La Paternal a la Casa Rosada se hizo en la medianoche del miércoles e, inmediatam­ente, durante las primeras horas del jueves realizaron la ceremonia íntima para familiares, amigos y ex compañeros. Ubicaron el cajón, abierto, en el Salón de los Patriotas Latinoamer­icanos –el mismo lugar donde fue velado Néstor Kirchner diez años atrás– y sobre el cuerpo colocaron una bandera argentina y una camiseta de Boca, los colores que más lo representa­ban. Por allí pasaron varias de las glorias de los planteles del 86 y del 90 como Oscar Ruggeri, Jorge Burruchaga, Sergio Goycochea, Ricardo Giusti, Checho Batista y Luis Islas. También jugadores como Martín Palermo, Maxi Rodríguez, Carlos Tevez y Javier Mascherano.

Fervor y emoción

Hubo un error de origen. Ocurrió cuando la familia resolvió que la despedida para el público general sería entre las 6 y las 16. Dado que el Gobierno había calculado que podrían acercarse a la Casa Rosada alrededor de un millón de personas, no existía la manera de que pudieran pasar todos. Durante la noche, varios grupos instalaron un clima tribunero en la Plaza de Mayo, incluyendo banderas colgadas en las rejas de la Casa de Gobierno. Una era de Cebollitas, las inferiores de Argentinos Juniors donde se inició Maradona. Luego de algún incidente en la apertura de las puertas, todo se normalizó y la gente comenzó a circular rápidament­e como estaba previsto. Por un lado, para tratar de que pudieran despedirse la mayor cantidad de personas. Por el otro, para minimizar las posibilida­des de contagios.

Ingresaban por la puerta principal de Balcarce 50, pasaban frente al féretro y salían por Balcarce 24. Si demoraban, enseguida los apuraban los agentes de seguridad. Era notorio el cambio de ánimo. En la fila para ingresar que se extendía a lo largo de avenida de Mayo e ingresaba a la Rosada por Hipólito Yrigoyen había fervor. Cantaban “el que no salta es un inglés” o el imperecede­ro “Maradoo” pero los segundos delante del féretro los desarmaban y salían cabizbajos o, muchas veces, llorando. El ataúd, ya cerrado, fue colocado en el hall central para permitir el paso rápido. La bandera argentina y la camiseta de Boca y otra de la Selección, encima. Y la copa del Mundo de 1986, la de la gesta inolvidabl­e, en una mesa a un costado.

Pasaban con camisetas de los equipos en los que jugó y dirigió Diego, pero también de sus rivales, como River o Rosario Central. “Decidimos viajar desde Ro

sario ayer a las 6 de la tarde. Es como si se hubiera muerto mi viejo”, comentaba el hincha de Central junto a sus hijos y un amigo, él sí de Newell’s. La gente dejaba ofrendas: se fue formando una montaña de camisetas, banderas, flores y hasta pelotas de fútbol, para que Diego siga jugando como nadie allí donde esté.

Alberto y Cristina

Claudia, Dalma y Gianinna se quedaron todo el tiempo, recibiendo condolenci­as. Miguel Cuberos, el funcionari­o que trabajó en la organizaci­ón, saludó cuando llegó al jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, de los más tempranero­s junto al ministro de Salud, Ginés González García, y el de Turismo y Deportes, Matías Lammens, que se quedó en un costado muy emocionado. A las 11, aterrizó el helicópter­o que traía al presidente Alberto Fernández, a su pareja Fabiola Yáñez, el secretario general de la Presidenci­a, Julio Vitobello, y al vocero Juan Pablo Biondi. El Presidente abrazó muy fuerte a Claudia y a las chicas y luego sumó -junto al presidente de Argentinos Juniors, Cristian Malaspina- la camiseta del club de sus amores al ataúd. En las entrevista­s que ofreció durante estos días, el Presidente dio detalles del añejo vínculo que lo unía a Maradona por sus inicios en el Bicho.

“Claudia estaba muy mal, lloraba mucho. Yo la conozco mucho. Ella y sus hijas tenían un amor por Diego que es enorme”, comentó luego. Fernández también se emocionó. Luego de acomodar la camiseta, puso al pie del féretro los pañuelos blancos de las Madres y de las Abuelas, una lucha que el Diez siempre acompañó. Fabiola dejó un ramo de rosas rojas. La gente que pasaba en ese momento aplaudió y al Presidente se le llenaron los ojos de lágrimas. Permaneció unos 20 minutos y luego se retiró a su despacho.

Más tarde llegó la vicepresid­enta Cristina Kirchner, quien también fue derecho a saludar a las mujeres. Llevó la camiseta de Gimnasia y Esgrima, su club y el que dirigía Maradona cuando falleció, y dos rosarios. Se quedó acariciand­o el cajón.

Cafiero y el ministro del Interior, Wado de Pedro, se acercaron a Claudia para volver a preguntarl­e sobre el horario de cierre. Para entonces, la cola de las personas para ingresar iba por avenida de Mayo hasta la 9 de Julio y de ahí hasta San Juan. Pero Claudia insistió en su postura de terminar la ceremonia a las 16. La decisión, entonces, fue cortar la fila en la 9 de Julio, lo que generó la reacción de toda la gente que repentinam­ente se quedaba sin la posibilida­d de despedir a su ídolo. Al primer rechazo, la Policía de la Ciudad reprimió ferozmente con balas de goma y gases. “Le exigimos a Horacio Rodríguez Larreta y a Diego Santilli que frenen ya esta locura que lleva adelante la Policía de la Ciudad”, reclamó en las redes De Pedro.

Esa acción generó corridas y avalanchas, que terminaron en minutos con la tranquilid­ad que existía hasta entonces. El efecto llegó hasta la Plaza de Mayo, donde para escapar de los gases la gente empezó a saltar las rejas e ingresar a la Casa Rosada, desbordand­o todos los controles. Rápido, se viralizaro­n algunos videos en los que se veía a los simpatizan­tes invadiendo el señorial Patio de las Palmeras. Ante la situación, el personal de seguridad optó por retirar el féretro y llevarlo a otro sitio, lo que en los hechos marcó el fin abrupto del velorio.

Pero quedaría un último acto de la devoción del pueblo por el Diez. Resolviero­n que habría un cortejo, saliendo desde la Casa Rosada, el Bajo hasta la autopista y de ahí a Bella Vista. A medida que la gente fue conociendo el trayecto, comenzó a poblar cada vez más la autopista con banderas y cantitos y, en minutos, se armó una caravana multitudin­aria. Sin organizaci­ón, desprolija y a veces excesiva, pero con fervor y un amor incondicio­nal, la gente buscó la manera de acompañar a su ídolo hasta la puerta de su última morada. La ceremonia final era para la familia, pero ellos se quedaron allí, lo mismo que otros en la Plaza de Mayo y algunos más que se desparrama­ron por el centro porteño, cantando una vez más en recuerdo de quien que lo hizo felices y que siempre estuvo de su lado, sin pedirles nada a cambio. “Diego, Diego de mi vida, vos sos la alegría de mi corazón”, entonaban convencido­s.

“Claudia estaba muy mal, lloraba mucho. Ella y sus hijas tenían un amor por Diego que es enorme”, contó Alberto Fernández.

 ?? Adrián Pérez ??
Adrián Pérez
 ?? Presidenci­a ?? El Presidente llevó los pañuelos de Madres y Abuelas.
Presidenci­a El Presidente llevó los pañuelos de Madres y Abuelas.
 ?? Presidenci­a ?? Las camisetas de Argentina y de Boca Juniors en el ataúd de Maradona.
Presidenci­a Las camisetas de Argentina y de Boca Juniors en el ataúd de Maradona.
 ?? Presidenci­a ?? Cristina Kirchner colocó dos rosarios sobre el ataúd.
Presidenci­a Cristina Kirchner colocó dos rosarios sobre el ataúd.

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