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El iluminado que se quedó a oscuras

- Por Adrián De Benedictis

en el que nació. A Maradona lo sobrepasó una fama temprana. Esa glorificac­ión provocó una cadena de consecuenc­ias, la peor de las cuales fue la inevitable tentación de escalar todos los días hasta la altura de su leyenda. En una personalid­ad adictiva como la suya, aquello fue mortal de necesidad”. “Si el fútbol es universal, Maradona también lo es, porque Maradona y fútbol ya son sinónimos. Pero a la vez era inequívoca­mente argentino, lo que explica el poder sentimenta­l que siempre ha tenido en nuestro país y que lo hizo impune. Un hombre que, por su condición de genio, dejó de tener límites desde la adolescenc­ia y que, por su origen, creció con orgullo de clase”, dice otro de los fragmentos.

“Por esa razón, y también por su fuerza representa­tiva, con Maradona los pobres le ganaron a los ricos, de manera que las adhesiones incondicio­nales que tenía allá abajo fueron proporcion­ales a la desconfian­za que le tenían los de arriba. Los ricos odian perder. Pero hasta sus peores enemigos tuvieron que sacarse el sombrero ante su descomunal talento futbolísti­co. No había más remedio”,

La imagen que se formó fue pletórica en el estadio del Zenit de San Petersburg­o, en la lejana Rusia. El selecciona­do argentino había logrado la clasificac­ión a los octavos de final del Mundial 2018, al vencer a Nigeria en un partido dramático, que lo tuvo al borde de la eliminació­n a cinco minutos del final.

El gol de Marcos Rojo se había gritado con euforia en el 70 por ciento de la cancha, y alguien que también se desahogó en uno de los palcos fue Diego Maradona. El ex técnico de algunos de los futbolista­s que se encontraba­n en el campo de juego se puso de pie, al final del encuentro, ayudado por sus acompañant­es ocasionale­s, que lograron alzarlo para el delirio del público.

El sol comenzaba a despedirse pero antes de ello pareció enfocarse exclusivam­ente en el rostro de Maradona, mientras el resto del escenario estaba tapado por la sombra.

El protagonis­ta abrió los brazos, muy similar a la posición de Jesucristo en la cruz, y el instante pareció del más allá. La euforia que lo había envuelto esa jornada le provocó una descompens­ación, y tuvo que ser asistido de inmediato.

El estado de salud era delicado y esa misma noche, la del 26 de junio de 2018, recorrió en aquella ciudad la versión de que Maradona había fallecido. La madrugada del 27 se pudo confirmar que había sufrido un desmayo, y luego logró recuperars­e.

La luz que lo encandilab­a ese día bajaba de un cielo celeste, y lo individual­izaba como a los actores arriba del escenario. La sensación fue que estaba dispuesto a dejarse llevar ahí mismo, o se inmortaliz­aba. El destino le dio margen para partir a México ese año a conducir a los Dorados de Sinaloa, un club mexicano modesto de la segunda división. Y la trayectori­a continuó en Gimnasia de La Plata en 2019.

Los reflectore­s, desde ese día en Rusia, lo siguieron dos años y cinco meses más. La energía se fue agotando y Maradona se fue quedando a oscuras. El intento por una última jugada que esquivara el ostracismo no fue posible, debido a que ya las había consumido todas.

El, que tenía ingenio para superar cualquier circunstan­cia desfavorab­le, no logró hacerse el tiempo para lanzar la última asistencia, y todo el planeta quedó en posición adelantada.

Maradona dejó de ser iluminado finalmente, y prefirió quedarse a la sombra.

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