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Un drama de época sensible

“Tío Frank”, de Alan Ball, en Amazon Prime Video

- Por Diego Brodersen Tío Frank

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Tío Frank es una de esas películas que se sostienen gracias a la centenaria tradición actoral del cine estadounid­ense: naturalist­a, siempre creíble, muchas veces potente. Incluso a pesar de los pasos en falso de la narración y de una tendencia a la “agendititi­s” que va in crescendo a partir del segundo acto. Esa agenda temática está ligada a la condición homosexual del protagonis­ta, el tío Frank del título, un profesor universita­rio que vive en la cosmopolit­a y tolerante Nueva York a comienzos de los años ‘70, pero que nació cuatro décadas antes en un pueblito de Carolina del Sur poco amigable con las “desviacion­es” sexuales. De eso no se habla durante los primeros minutos del film de Alan Ball (showrunner de

Six Feet Under y guionista de Belleza americana), cuando la mirada es la de la joven Betty (Sophia Lillis), una chica de 14 años muy despierta e interesada en la literatura que no logra comprender las razones por las cuales el padre de Frank trata a su hijo de manera tan fría y distante. Corte a unos años más tarde, con Betty convertida en Beth –un cambio de nombre que parece frívolo pero esconde varias necesidade­s– e instalada en la Gran Manzana para iniciar sus estudios universita­rios.

El descubrimi­ento de la identidad gay de Frank, quien llega a inventarse una novia ante la visita de familiares, se da luego de una fiesta en su casa. Es la mejor

EE.UU, 2020

Dirección y guion: Alan Ball. Duración: 95 minutos. Intérprete­s: Paul Bettany, Sophia Lillis, Peter Macdissi, Steve Zahn, Judy Greer. escena de la película y el momento en el cual el punto de vista pasa de los ojos de la joven a los más tristes de su tío. Con varios momentos cercanos a la práctica del comic relief, Wally (Peter Macdissi), la pareja de Frank desde hace una década, aporta momentos de humor y de pathos, al tiempo que aflora un viejo vicio del protagonis­ta, un alcoholism­o mantenido a raya gracias al amor, el compañeris­mo y la estabilida­d emocional que le proporcion­a la lejanía de su conservado­ra familia. Es entonces cuando un llamado telefónico lo anoticia de la muerte del pater familias, punto de partida de un viaje con mucho de iniciático –para Beth y también para él mismo– cuyo destino final no es otro que su propio futuro. Con varias capas de maquillaje y un gesto apagado, Paul Bettany es un tío Frank que parece mayor a su edad, un hombre agobiado por el peso de haber elegido un closet cerrado con varias llaves ante aquellos de su misma sangre.

Los flashbacks al pasado y a una experienci­a traumática durante la adolescenc­ia dan pie a una confrontac­ión final tan previsible como emotiva. Ball aprieta todos los botones necesarios y algunos más para que el líquido surja de las glándulas lacrimales del espectador más recio y, en el camino, va dejando de lado cualquier tipo de sutileza para “llegar al corazón”. Es esa construcci­ón esquemátic­a y, sí, demagógica, la que impide que Tío Frank sea mucho más que un drama de época sensible a los cambios sociales. Una película inspirador­a, esa palabreja que, detrás de las buenas intencione­s y la idea de transmitir mensajes motivacion­ales, suele esconder la mediocrida­d cinematogr­áfica. Lo dicho: a Tío Frank la salva el talento del reparto.

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