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La confitería del Molino vue

La cúpula y la fachada descubiert­as, con sus colores originales

- Por Sergio Kiernan

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Bajo una capa de 104 largos de hollín y de ese humo de naftas con plomo, tras décadas del abandono más completo, estaba una de las obras maestras del gran Francesco Gianotti, una confitería favorita de los porteños y uno de los edificios más famosos del país. La Confitería del Molino agonizó por años, se fue apagando y cayendo a pedazos, fue vandalizad­a por propios y ajenos, se transformó en una vergüenza de la ciudad. Tuvo la suerte de ser rescatada con una ley que la hizo parte del patrimonio del Poder Legislativ­o, lograda por el entonces presidente de Diputados Julián Domínguez, y ahí arrancó la restauraci­ón. Esta semana, bajaron los andamios y se pudo ver como en 1916 la gloria de esta pieza patrimonia­l.

Lo que nos perdimos estos años: la espectacul­ar cúpula de pretensado­s de hormigón, una revolución tecnológic­a de la época, con el logo de la confitería repetido en un paisaje en los vitrales; las hectáreas de tejuelas doradas del remate del edificio que se reparten en faldones curvos; los mosaicos brillantes en oro, en azules y en policromía­s; los extraordin­arios ornamentos bajo los balconcito­s, hechos con piezas de vidrio cóncavo pintado al horno; las esculturas hieráticas; y sobre todo, sobre absolutame­nte todo, el palpable color de las fachadas, la sorpresa de que sean tan claras y cálidas, y que tengan detalles de tierra romana francament­e amarilla.

Todo esto se luce ahora como hace un siglo que no se lucía, porque El Molino nunca fue limpiado ni restaurado, sino simplement­e abandonado a los elementos. El equipo de restaurado­res y los contratist­as de la Comisión Bicameral Administra­dora del Edificio del Molino hasta se dieron el gusto de reactivar las aspas del molino justo abajo de la torre, que hace sesenta años que no giraba: un día se quemó el motor y el logo del lugar dejó de funcionar.

Ricardo Angelucci, secretario administra­tivo de la comisión y un enamorado del edificio, explica que “la restauraci­ón está avanzada en un 75 por ciento, pero hay que recordar que el edificio tiene casi ocho mil metros cuadrados”. Lo que ya está listo es lo que se ve, excepto alguno de los muchos detalles de una fachada endiablada­mente compleja, la cúpula, la terraza, el célebre salón de fiestas del primer piso, los vitrales y las instalacio­nes eléctricas de la confitería en sí, el ascensor histórico sobre Callao y una cantidad francament­e de kilómetros de cañerías y cablerías. También están en marcha las licitacion­es para terminar las fachadas interiores del local sobre la planta baja, restaurar o reparar todos los ascensores que faltan, y crear un pañol de servicios centrales en la torrecita escondida atrás del patio andaluz, una de las sorpresas inesperada­s de este edificio mágico.

El arquitecto Guillermo García, la mano segura que supervisa el lado técnico de todo este trabajo, da una idea del trabajo que tomó recuperar tanta belleza. Por ejemplo, encontrar una ceramista que copiara con exactitud de las teselas de tanto mosaico a medio despegarse y las espectacul­ares tejas doradas, que exigieron decenas de pruebas hasta ser idénticas a las originales. Ni hablar de los bajos de los balcones con sus piezas de vidrio, de las que quedaban apenas algunas sobrevivie­ntes ya que el vidrio no tiene casi adherencia y con los años iba lloviendo sobre los balcones.

Todo esto se luce ahora como hace un siglo que no se lucía, porque El Molino nunca fue limpiado ni restaurado, sino abandonado.

Bajaron los andamios y la fachada tiene la luz y el color que no se veían desde hace un siglo. Las aspas volvieron a girar y la cúpula, a marcar la noche de la ciudad.

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Las tejas doradas que encintan el remate fueron restaurada­s y se hicieron copias exactas de las que faltaban. Los vitrales de la cúpula recuperaro­n su diseño, c
 ??  ?? La fachada recuperó su notable color claro, con detalles en terracota amarilla y los coloridos mosaicos tantos años tapados por la mugre.
La fachada recuperó su notable color claro, con detalles en terracota amarilla y los coloridos mosaicos tantos años tapados por la mugre.
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