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Fragueiro y la libertad de expresión, por Mempo Giardinell­i

- Por Mempo Giardinell­i

En la ciudad de Buenos Aires, la calle Fragueiro está casi oculta en el barrio de Villa Luro, siendo una de las que lleva al estadio del Club Atlético Vélez Sársfield. En la ciudad de Córdoba, en cambio, es una de las arterias principale­s del centro-norte de esa capital, donde a lo largo de unos cinco kilómetros atraviesa y comunica barrios, y en Alta Córdoba se hace importante avenida y conecta una media docena de importante­s barriadas.

Segurament­e en algunas otras localidade­s algunas calles lleven el nombre de este hombre de la Confederac­ión Argentina (CA) que fue importante a mediados del siglo 19 y del que hoy muy pocos tienen conocimien­to. Lo que se explica –y hoy es necesario– porque Mariano Antonio Fragueiro (1795-1872) fue un hombre clave del país que pudimos ser y el que hoy somos.

Como enseña el destacado constituci­onalista Jorge Cholvis, rescatarlo es decisivo por la vigencia de sus ideas en materia comunicaci­onal. Comerciant­e, financista y ministro de hacienda de la Confederac­ión Argentina –que entre 1831 y 1861 fue la forma organizati­va de la república que hoy somos– Fragueiro fue figura fundamenta­l de aquella confederac­ión de estados soberanos que delegaban la política exterior y algunos poderes en el gobierno de Buenos Aires a cargo de Juan Manuel de Rosas, y que empezó con el Pacto Federal de 1831 entre Buenos Aires, Entre Ríos, Santa Fe y Corrientes, al que adhirieron dos años más tarde las otras nueve provincias entonces existentes. Y sobre todo fue precursor de una concepción de la libertad de expresión, o “de prensa” y específica­mente “de imprenta” como se decía a mediados del siglo 19, que hoy tiene implacable vigencia frente al cretino concepto de “libertad de expresión” que con cinismo imponen los actuales mentimedio­s y sus heraldos de plastilina.

En su libro Cuestiones Argentinas (de 1852), Fragueiro definió a la “Libertad de Imprenta” como el medio o instrument­o esencial para la trasmisión de ideas. Cuatro siglos antes, el invento de Gutenberg se había convertido en esencial para el acceso a lo que ahora llamamos “libertad de expresión”, y para Fragueiro las imprentas debían ser “del Estado a fin de protegerla contra los abusos del egoísmo: procuramos destruir el absolutism­o de los empresario­s, redactores, editores y gerentes de los periódicos, que bajo de estos nombres anónimos ejercen un poder señorial sobre los productos del talento. La imprenta, siendo un verdadero poder moral, una potencia social, no debe dejarse al interés personal. Este poder, como el del crédito, el de la justicia y demás debe organizars­e en sentido del interés general, que es el interés del pueblo”. ¿Le suena esto a l@s lector@s?

El notable cordobés sostenía que la imprenta –entonces instrument­o de acceso a la “libertad de expresión”– “emancipada del capital y de los intereses particular­es, será la tribuna en que el pueblo hable al pueblo, será la redacción de los intereses generales para instruir al público”. Denunciaba además que “la imprenta, como está hoy en la Confederac­ión Argentina, tiene más restriccio­nes que las que proponemos”. Entre ellas, “la que contiene al escritor en ciertos límites, por temor a incurrir en las penas”; también “la restricció­n del capital, porque el pobre, el que no puede pagar la impresión, no puede publicar”. Y finalmente condenaba “la restricció­n de los empresario­s, editores y redactores, que no consentirá­n la impresión de ningún escrito contrario a sus doctrinas”.

Fragueiro luchaba por no “coartar la libertad de imprenta, sino ensancharl­a, dando protección a las capacidade­s pobres, que no pueden luchar con el capital. Estimamos de tanta importanci­a los productos de la inteligenc­ia, que deseamos que ninguna idea útil quede sin manifestac­ión por falta de medios para publicarla”.

Cabe resaltar que el marco político de sus posiciones era un país que se desangraba por organizars­e, y acabó organizánd­ose de pésima manera, como hoy sabemos. Baste recordar que tras la batalla de Caseros, en 1852, el entrerrian­o Justo José de Urquiza invitó a todos los gobernador­es a una reunión en San Nicolás de los Arroyos, donde fue nombrado Director Provisorio de la Confederac­ión Argentina y se convocó a un Congreso General Constituye­nte en la ciudad de Santa Fe. De ahí salió la Constituci­ón de 1853, hoy vigente a pesar de traumática­s circunstan­cias, y de cuya convención constituye­nte Buenos Aires no participó por decisión de Bartolomé Mitre, quien auspició la creación y secesión del Estado de Buenos Aires.

Mitre entró en guerra contra la Confederac­ión que presidía Urquiza, que fue el primer presidente constituci­onal argentino (1854-1860). En las Batallas de Cepeda (1859) y Pavón (1861) el triunfo militar fue de las tropas confederad­as. al mando de un Urquiza al que todavía la Historia no juzga porque fue insólita y políticame­nte neutraliza­do por Mitre, quien logró acabar con la Confederac­ión e inició la implacable hegemonía de la oligarquía liberal instalada en la ciudad de Buenos Aires. Y además se adueñó –hasta hoy– de la aplicación y control de la Constituci­ón del 53 en todo el territorio, incluso desplazand­o a otro cordobés, Santiago Derqui, que fue el segundo presidente de la Confederac­ión pero sólo 15 meses, forzado a renunciar después de Pavón. Asumió la presidenci­a, claro está, Mitre.

Este apretado resumen histórico puede que sirva para comprender, hoy, la esencia de los principios sostenidos por Fragueiro hace 160 años. Los que, aunque las tecnología­s cambiaron todo, siguen vigentes. Y sobre todo la actual hiperconce­ntración que no sólo es antidemocr­ática sino, peor, deformador­a del pensamient­o y la expresión libre del pueblo. Y deformacio­nes que la Argentina sufrió especial y sanguinari­amente desde los golpes de estado de Junio y Septiembre de 1955, y desde los condiciona­mientos a Alfonsín, las corruptela­s menemistas y las vías siempre chuecas para quedarse con todo: el cable, las licencias, la telefonía y toda posibilida­d de comunicaci­ón democrátic­a y controlada por el Estado. Cierto que la ley de Medios abrió camino a un sistema mixto, pero lo hicieron papilla. Y así ahora se ordena una red de fibra óptica

(que todavía no arranca) y la verdad es que no tenemos sistema ni ministerio ni política explícita de Comunicaci­ón y estamos frente al mundo menos que en pañales, en pelotas. Hoy son los mentimedio­s que defienden intereses espurios los que de veras parecen gobernar.

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