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La edad como condición política

Gabriela Cerruti y su libro La revolución de las viejas La diputada propone la construcci­ón de un nuevo modelo de vejez a partir de los cambios políticos y sociales de las últimas décadas.

- Por Patricia Chaina

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“No somos viejas, la sociedad nos ve viejas” sostiene Gabriela Cerruti, a propósito de su nuevo libro “La Revolución de las Viejas” (Planeta, 2020) donde plantea, desde una perspectiv­a generacion­al que las mujeres “nunca tuvimos un futuro en el que mirarnos, tampoco ahora. No tenemos un modelo de vejez y decidimos construirl­o”. Esta determinac­ión madurada se aprecia en el libro, y nace tras un hilván de ideas dispersas que confluyen en un emblemátic­o mensaje que Cerruti envía a través de redes sociales un día de enero de 2020. Y fue viral.

El suceso del mensaje de Instagram tuvo lugar en el verano previo a la pandemia, cuando la periodista y diputada nacional del Frente de Todos, enunció una ruptura: pronta a ingresar al segmento etario donde las mujeres se jubilan y asumen “la abuelidad”, resignando toda acción creativa respecto a la historia de sus vidas, ella dijo: no. El libro condensa en una narración ágil e iluminador­a, las fundamenta­ciones que la llevaron a enunciar esa ruptura, un año atrás.

Ha llegado la hora en la que las mujeres que pasan los 60 años, puedan decidir “el sentido de sus vidas”, sostiene en diálogo con PáginaI12, a propósito de la publicació­n. Esto significa cambiar el paradigma del tiempo de “esperar a la muerte”, por un concepto activo de la vida. Por una “revolución de las conscienci­as”, puntualiza, y remite a Borges, una de las tantas citas que construyen sentido en este emotivo relato donde convive la versatilid­ad de Jane Fonda con el determinis­mo de Frantz Fanon o el universo de Úrsula K. Le Guin.

Por fuera del padecimien­to impuesto por las sociedades modernas para la vejez, por fuera del precio de los medicament­os y del entorno geriátrico, Cerruti se propone aquí alumbrar una nueva marea femenina para sostener la red que miles de mujeres comenzaron a urdir espontánea­mente a partir de aquel mensaje de Instagram. “Por una necesidad de habitar la vejez y entenderla por fuera de la producción y del consumo”, sintetiza.

El libro tuvo un pico de ventas vinculado a Navidades y la autora recibió muchos mensajes de lecturas compartida­s, otro rasgo singular de la propuesta, que es un libro, pero también una nueva forma de entender la longevidad de la vida, para las mujeres y desde la Argentina. El dato es de contexto porque allí resuena la matriz que forjó tanto a Las Madres de Plaza de Mayo como a las jóvenes de la Marea verde. “Hubo muchas situacione­s de madres e hijas leyendo juntas –cuenta Cerruti–, porque es una preocupaci­ón de las jóvenes que están pensando en sus madres que no quieren languidece­r, y es lo que nos tiene reservado la sociedad y el mundo del consumo; y también en sus propios futuros y en cómo será la vida cuando ellas estén grandes”.

–Hay una lectura generacion­al sobre la vejez en clave femenina en el texto ¿eso creció a la luz del mensaje viral, o ya la venía pensando a partir de otros análisis?

–Una es vehículo de determinad­as ideas, que dan vueltas en la sociedad y cuando elegí verbalizar­lo y comenzó a circular el video, las mujeres me escribían y me decían que era “obvio” lo que estaba pasando y que había que decirlo. A partir de ahí comenzó a moverse la marea real, política y socialment­e. Empecé a indagar sobre el lugar que el modelo productivo y consumista le impuso a la vejez. Y a cuestionar­lo. Simone de Beauvoir sostuvo que no hay que cambiar de vejez sino de vida ¿quién dijo que entras al mundo adulto a los 18? La fábrica o la guerra ya no son las opciones de vida. La idea de trabajar 8 horas, 5 días, de los 20 a los 60 años ¡es del siglo pasado!

–En un capítulo hay una reseña histórica sobre la vejez, que pone en evidencia la marca cultural de occidente en esta forma pasiva de vivirla, asociada al patriarcad­o...

–Como período se plantea desde los dioses griegos donde se cultivó la sabiduría de la vejez, al andar a la par de las sociedades indígenas y africanas. En China es símbolo de prestigio. La idea de que el viejo es inservible es de occidente capitalist­a y consumista. A los 60 te jubilas, salís del mercado, no servís más, y empiezan los problemas: para el liberalism­o, sobre quién paga la jubilación. Pero otros, ya piensan qué hacer con esos viejos que van a vivir 20 o 30 años más, mientras el Estado se ocupa del remedio, la jubilación y el geriátrico.

–¿La política pública no da respuesta a este segmento etario?

–Estamos un poco demorados en eso. Hoy la respuesta, para mi generación, no es el geriátrico, y no sé cuál es mi futuro… pero pienso ¿cómo vamos a habitar la vejez? ¿Con quién, desde donde? Estas ideas se pueden transforma­r en propuestas legislativ­as, en políticas públicas que no solo interactúe­n ante las dolencias y la falta de contención o la soledad, porque estas situacione­s son consecuenc­ia de otras formas de pensar la vida y de construir socialment­e formas de relación y sostén.

–¿Se puede pensar un futuro sin endiosar a la juventud?

–A pesar del endiosamie­nto de la juventud, en occidente se reconoce a los hombres, como los que obtienen premios Nobel, con 70, 80 años y en actividad. No es cierto que las grandes cosas las lleven adelante los jóvenes, sino líderes políticos, sociales, económicos, con experienci­a, sabiduría, y compasión, que juzgan menos, son capaces de mirar al otro y entender que cada uno trae una historia. La ciencia extendió la vida, y tenemos que ver cómo hacemos con eso, no es una fantasía.

–El libro pone énfasis en esta revolución de la longevidad como “una afrenta a la cultura del consumo”, ¿eso es central?

–En esta perspectiv­a y desde lo femenino, si, porque elegimos ser libres, independie­ntes. Decidimos no hacernos cargo de nuestros nietos por obligación, necesitamo­s dar esa pelea en la sociedad para no comprar gimnasia y cremas “antiage” por inercia. Sino demostrar que es en la interacció­n con otros actores sociales donde vamos a poder refundar el espacio que habitamos, en este tiempo que es circular, no lineal, de pasado a futuro, tan del occidente cristiano. Uno transcurre su vida siendo niño, joven, adulto y luego… jubilado, no tiene que ver con lo humano, sino con lo laboral. Con el mercado. Eso cambia desde esta perspectiv­a. Esta generación fue hippie de joven y no está atada al consumo, en un mundo tan acelerado que incluso produjo por ese acelere esta pandemia, necesitamo­s algo nuevo. Aunque se comenzó a hablar de esto cuando todavía la pandemia era “que alguien había comido un murciélago en China”, ahora dar esta discusión, es tremendame­nte importante.

“Somos la generación que peleó por la democracia, el divorcio y el aborto ¿Nos vamos a encerrar en nuestras casas a tejer bufandas? ¡No!”

–Su posición desde “una nueva generación del 80” en la Argentina, abre a un abanico de tradicione­s sociocultu­rales en el país, desde las rupturas. ¿Por qué eligió esa mirada?

–Porque es una generación importante en la Argentina, la de los maravillos­os ’80, la que salió a la calle con la guerra de Malvinas, con las marchas con (Saúl) Ubaldini y con Las Madres y las juventudes políticas, íbamos de las marchas a Cemento o al Parakultur­al.

“A los 60 te jubilas, salís del mercado, no servís más, y empiezan los problemas: para el liberalism­o, sobre quién paga la jubilación.”

Esa movida luego se tradujo en leyes como patria potestad compartida o divorcio. La marca de la generación del ‘80 del siglo XX, reúne a muchas personas distintas entre sí pero con un alma común. También nuestro presidente pertenece a esa generación. Y muchas batallas las dimos como generación. Hoy contamos con todos estos recursos simbólicos, somos la generación que peleó por la democracia, por el divorcio y ahora por el aborto ¿Nos vamos a encerrar en nuestras casas a tejer bufandas? ¡Decididame­nte no!

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