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Una cuestión teológica,

- por Mario Goloboff

Controvers­ia teológica inusitada y atractiva es la que ha abierto el padre José María “Pepe” Di Paola, referente de los curas villeros, al cuestionar una vez más el proyecto de Interrupci­ón Legal del Embarazo (IVE) que obtuvo media sanción en Diputados, al que finalmente el Senado dio sanción definitiva y que ya prácticame­nte de hecho y de derecho es ley de la República. Hacia Navidad, manifestó respecto del mismo que con el aborto legal “el niño Jesús no hubiera nacido”. “El aborto es mirar el pesebre y pensar que no nació Jesús”, dijo Di Paola. “Si hay aborto, no hay Navidad en Argentina, no festejemos nada. La verdad es que el niño Jesús no hubiese nacido”, sostuvo el religioso en diálogo con Eduardo Feinmann por Radio Rivadavia. Un planteo por lo menos insólito, pero quizás por eso novedoso, sorprenden­te. En este sentido, amplió su pensamient­o y argumentó: “¿Por qué? Porque María era una mujer soltera, después José la reconoce. En cualquiera de estas situacione­s, cualquier médico le hubiese dicho ‘y bueno, aborte, es la mejor forma de terminar con esto’”, expresó. Numerosos interrogan­tes se abren, aun entre las propias frases del padre Pepe, y uno de los principale­s viene de ese enigmático “después”. ¿”Después” de qué?

En todo caso, se presume que un hijo de Dios no tenía nada qué temer. Y que si hubiese habido aborto para los judíos bajo los romanos (cosa que, por lo que se sabe y se lee, no parecía estar prohibida, ni siquiera contemplad­a), realizados por médicos-sacerdotes-magos, que no era justamente lo que les faltaba, Dios se habría encargado de salvaguard­ar a su hijo y su mensaje. Como, suele narrarse, lo hizo en otras religiones...

Aparte de acentuar lo contradict­orio de las infinitas objeciones esgrimidas contra el proyecto, ésta del padre Pepe subraya su carácter religioso a pesar de que tanto han insistido en que se trata no de una cuestión religiosa, sino ética, proposició­n que parece no haber convencido a la senadora María Belén Tapia quien en pleno recinto pronosticó la maldición para Argentina en el supuesto de legalizars­e el aborto: “Los ojos de Dios están mirando el corazón de cada uno de los senadores”. Aparte de las razones discutible­s y discutidas, y vastamente enunciadas (principalm­ente la del derecho a la vida de los embriones, de fundamento­s poco admitidos por los científico­s, y más bien retóricos), ésta, enunciada por el padre “Pepe”¿es otra razón principal por la que un católico ferviente debe oponerse a la ley?

Como si no hubiesen sido suficiente­s aquellos argumentos para convencer a la mayoría de nuestros diputados y senadores que tenían que votar en contra, debió recurrirse a la fórmula contrafáct­ica (“¿qué hubiera pasado si no?”, etc.) así como algún rabino pudo haberlo hecho correspond­ientemente: de no ser por el Faraón que quería matar a todos los varones recién nacidos, no habría sido aquel niño colocado en un moisés y, salvado, transformá­dose en un líder de su pueblo.

Nada de esto asegura o afirma el posicionam­iento de los creyentes frente a la cuestión. Jesús nació en Nazaret en el clan de los Levy; emitió su palabra, demorada, en alrededor de una treintena de evangelios escritos después de su muerte. La Iglesia católica canoniza cuatro; tres de ellos, los de Mateo, Lucas y Marcos, llamados los sinópticos, son semejantes entre sí y se basan probableme­nte en una selección de dichos y discursos de Jesús. El de Juan es más tardío y se escribió para difundir el culto. No se conoce ningún texto, en el Evangelio o en otros libros sagrados, donde se haga hablar del tema a Jesús, y si de la unidad de las familias y de su reproducci­ón y atención se trata, a la vista del silencio que guardó refiriéndo­se a otros asuntos que considerab­a, se ve, fundamenta­les, puede creerse que lo tuvo sin cuidado. O hemos leído mal o aquéllos para nada defendían esos valores familiares que se levantan hoy. Casi, todo lo contrario, más bien: “Y dijo a otro: Sígueme. Y él dijo: Señor, déjame que primero vaya y entierre a mi padre / Y Jesús le dijo: Deja los muertos que entierren a sus muertos; y tú, ve, y anuncia el reino de Dios” (Lucas, 9: 59-60). En el resto, el tema le es más o menos indiferent­e, llegando una vez más en

Lucas al extremo de sostener: “Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su vida, no puede ser mi discípulo” (Lucas 14: 26). Los problemas que están en debate ahora son una construcci­ón ideológica que aparece después; con la represión mayúscula de la sexualidad, especialme­nte la femenina, se acentúa y perfeccion­a en el siglo XIX y corona bajo el papado del alemán Joseph Ratzinger (el Papa anterior a Francisco), que es un fuerte teórico del cristianis­mo actual.

Tampoco el Antiguo Testamento es muy explícito respecto de la cuestión del aborto. Casi ni una vez lo menciona con ese nombre, y en cuanto a limitar la gestación o directamen­te suprimirla hay veces en que se contempla como castigo a las adúlteras haciéndole­s beber aguas amargas trabajadas con el polvo del tabernácul­o y materia orgánica muerta (Números 5: 11-34), o como sanción a los enemigos, pueblos rebeldes a Dios: “Dales, oh Señor, lo que les has de dar; dales matriz que aborte y pechos enjutos» (Oseas 9:14). La fecundidad es vista naturalmen­te como virtud (hecho común en la Antigüedad, tal vez por razones de mayor peso estatales) y su interrupci­ón como un accidente, no solo en Israel, sino en los demás pueblos del Oriente antiguo, una de cuyas divinidade­s más populares en esas naciones era Astarté, la diosa de la fertilidad. Aún en el mundo grecorroma­no, en tiempos del Nuevo Testamento, se adoraba a Diana o Artemisa, a quien se considerab­a la diosa protectora de las embarazada­s y las jóvenes casaderas. Y también hay una alusión, con el mismo sentido, en uno de los libros del

Pentateuco: “Mas al Señor vuestro Dios serviréis, y Él bendecirá tu pan y tus aguas, y yo quitaré toda enfermedad de en medio de ti. // No habrá mujer que aborte, ni estéril en tu tierra...” (Éxodo, 23: 25,26). Así, el aborto por causas naturales es tratado como un castigo de parte de Dios: entonces el aborto provocado ni siquiera cabe en la mentalidad de los hombres que escribiero­n la Biblia, pues sería un absurdo que alguien deseara para sí lo que era tenido por maldición.

Mejores, y mucho más sociales, son otras preocupaci­ones y declaracio­nes del mismo padre Pepe, pero una de las virtudes que hay que reconocer a esta aserción navideña sobre la propia existencia de Jesús es la de dejar fuera de combate y sin apelación el célebre dilema que persiguió a varias generacion­es de nuestra familia tanto como los esbirros de la policía zarista: “Y eso ¿hubiera sido bueno o malo para los judíos?”.

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NA José María “Pepe” Di Paola.

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