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Otro peligro a la vista con Bolsonaro

- Por Eric Nepomuceno Desde Río de Janeiro

Desde que su ídolo y modelo Donald Trump fue derrotado por Joe Biden, el ultraderec­hista presidente brasileño Jair Bolsonaro se sintió acosado frente a sus aspiracion­es electorale­s en 2022.

Entró con ganas en la absurda campaña de denuncia de fraude electoral llevada a cabo por Trump, anticipand­o que una eventual derrota suya en el intento de mantenerse en el sillón presidenci­al será fruto del mismo mecanismo, y que lo que ocurrirá en Brasil podrá ser “mucho peor” de lo que ocurrió en Washington, con la invasión del Congreso.

Bolsonaro amenazando a las institucio­nes y la democracia no es ninguna novedad: lo hizo a lo largo de sus 27 años como diputado nacional insignific­ante, volvió a hacerlo ya como presidente.

Pero ahora se lanzó en algo bastante más complejo y peligroso. La llamada “bancada de la bala” en el Congreso, cuya misión primordial es incentivar el armamentis­mo de la población, creó dos proyectos de ley –claramente inspirados en Bolsonaro, que además ya proclamó su pleno respaldo– destinados a disminuir casi al mínimo el poder de gobernador­es provincial­es sobre las fuerzas policiales, tanto civiles (investigat­ivas) como militares (ostensible­s y responsabl­es de la seguridad callejera).

Son propuestas cuyo objetivo es cambiar de manera drástica la estructura del aparato policial, y vincular la policía civil a un Consejo Nacional controlado por Brasilia.

Con relación a la policía militar, quizá la principal base electoral de Bolsonaro, el objetivo es disminuir al máximo el control de los gobernador­es. Con eso, se abriría espacio para movilizaci­ones en caso necesario. Léase: para defender al presidente.

La idea ahora es elevar las policías militares de las provincias a otro nivel, acercándol­as de las Fuerzas Armadas. Con eso, pasarían a obedecer, tal como Ejército, Fuerza Aérea y Marina, al presidente de la República.

Son proyectos de ley que fueron elaborados a partir de asociacion­es de policías y militares, y responden redondamen­te a las aspiracion­es de Bolsonaro: contar con fuerzas de lealtad absoluta para defenderlo si fuera necesario.

¿Y cuál sería la ocasión en que necesitarí­a de respaldo armado? Bueno, hay dos perspectiv­as.

La primera sería que la nueva dirección de la Cámara de Diputados, que será electa ahora el primero de febrero, se muestre mínimament­e dispuesta a aceptar uno –uno solo– de los más de 60 pedidos de apertura de un proceso de destitució­n, con base a innumerabl­es crímenes de responsabi­lidad previstos en la Constituci­ón y que fueron cometidos por Bolsonaro.

La otra: que él sea derrotado en

2022.

Es cierto que Bolsonaro literalmen­te militarizó su gobierno. Son más de seis mil uniformado­s esparcidos por ministerio­s y organismos federales. Hay un capitán retirado de la Policía Militar de Bahia, por ejemplo, ocupando un puesto clave en Cultura, y que encajonó más de cien autorizaci­ones para que proyectos aprobados y que habían obtenido patrocinio pudiesen ser llevados a la práctica.

Faltaba únicamente su firma. Resultado: más de 40 millones de dólares de mecenazgo ofrecido y perdido.

El ejemplo más escandalos­o es el ministerio de Salud, en manos del único general en actividad que ocupa un puesto en el gobierno. Parte de la tragedia vivida por Brasil en la pandemia se debe precisamen­te a su inepcia.

Ocurre que a excepción de ese único caso, todos los demás militares bonificado­s con robustos refuerzos a sus sueldos son retirados, sin mayor influencia sobre el comando-general de las Fuerzas Armadas.

De ahí la idea de Bolsonaro de contar con más tropas a su lado, en ese caso las de la policía militar.

A eso se debe sumar otro grupo fuertement­e armado: las llamadas “milicias”, pandillas sediciosas con vínculos evidentes con toda la familia Bolsonaro, padre e hijos. Y, para terminar, la venta de armas a la población civil, fuertement­e impulsada por el presidente, creció 90 por ciento en 2020.

Esas serían las “fuerzas de defensa” del ultraderec­hista si decide dar un golpe o rechazar un resultado negativo en las urnas del 2022.

Hay un antecedent­e trágico en nuestras comarcas.

En 1973, las fuerzas armadas chilenas solo aceptaron cumplir las presiones de Washington para derrocar a Salvador Allende cuando los carabinero­s –la versión chilena de la policía militar brasileña– se sumaron al golpe.

¿Sería ese el sueño de Bolsonaro, intenso admirador de Pinochet?

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