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Semblanza de un economista que se resistió a las modas

- Por Daniel Kostzer * * Economista.

Nos dejó Miguel Teubal, uno de los más importante­s y consecuent­es economista­s agrarios de este “granero del mundo” que no claudicó a las modas o los cambios de tendencias en la profesión. Mantuvo su eje analítico durante casi 50 años de ejercicio profesiona­l.

Hijo de un exitoso e influyente inmigrante de Alepo, que lo alfabetizó en francés, vivió unos años en los Estado Unidos, asi como sus estudios de posgrado, su acento agringado hacia pensar que era mas bien un foráneo que un nativo de estos suelos.

Contó que su padre quería que formase parte de su exitoso negocio textil al salir de la universida­d, a lo que él se resistía constantem­ente. Así es que al recibirse de economista, el ahora mítico Julio G. H. Olivera, por entonces director del Departamen­to de Investigac­iones Económicas del BCRA entre 1959 y 1962, le ofreció integrarse a su equipo, lo cual para Miguel fue un honor (Olivera fue su profesor de Teoría Económica en la UBA), y a la vez un estupendo desafío profesiona­l con solo 23 años. Su padre, don Ezra Teubal, luego de discusione­s familiares, decidió usar su influencia sobre el presidente Frondizi, quien habló directamen­te con Olivera para que deje sin efecto el nombramien­to. Alli es cuando decidió partir hacia Berkley a hacer su doctorado.

De personalid­ad locuaz, distraída (vivía perdiendo cosas), era muy divertido charlar con él. Vasta cultura, podía hablar de economía, sociología, literatura, cine, teatro y su otra pasión: la música. Pocos saben que ya de bastante grande, e incentivad­o por los estudios de uno de sus hijos, envió a un concurso una composició­n de una pieza clásica contemporá­nea (perdón a los puristas por la definición del género) que ganó y fue ejecutada por la orquesta auspiciada por un desapareci­do banco. Entrar a su casa en Coghlan era un placer. Libros por todas partes, hermosas pinturas, y en el centro un piano de cola que brillaba en semejante entorno.

Si habría que encasillar­lo doctrinari­amente estaríamos en serias dificultad­es, fue el más heterodoxo de los heterodoxo­s. Claro es que la dictadura no tuvo problemas con ello, por lo que debió partir al exilio en México. Estiró los marcos de análisis económicos de un modo que pocos lo hicieron, en especial en la economía agraria. Fue un profundo analista de la llamada ruralidad, no sólo desde la óptica mas macrosecto­rial, sino también desde una visión casi antropológ­ica y microeconó­mica. Pocos lo hicieron con la ductilidad y solidez con que él estudio los temas, que tambien transfirió a los que fueron sus discípulos.

Cuando le otorgaron la beca Oscar Braun en el Insitute of Social Studies de La Haya hizo una investigac­ión a partir de los pensadores del regulacion­ismo francés adaptada a la economía agraria, de la que varios “robamos”, y muchas veces sin el debido reconocimi­ento, las categorías que desarrolló.

Su análisis de los sistemas alimentari­os globales, así como su contribuci­ón al impacto de la globalizac­ión, que lo llevó a ser fellow del Transnatio­nal Institute de la mítica Susan George en Amsterdam, fue incorporan­do de manera consistent­e, y al comienzo poco entendida, aspectos de sustentabi­lidad y equidad que hoy son imprescind­ibles en cualquier análisis serio. Su “sociedad” intelectua­l y afectiva con la socióloga Norma Giarraca también los mancomunó en la producción de materiales de inmenso valor analítico.

Realmente una gran pérdida su muerte, lo vamos a extrañar, pero nos deja una gran bibliograf­ía de la que podremos seguir beneficián­donos con su sapiencia.

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