Todo un via crucis personal y deportivo
El camino de regreso, con Ben Affleck
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Desde su estreno en el último Festival de Toronto, Una noche en Miami se convirtió en una de las favoritas de cara a los próximos Oscar, aquellos que premiarán a las producciones estrenadas en el caótico 2020. Y es cierto, como podrá concluir cualquiera que elija verla a partir de su estreno online, que se trata de una obra con todos los elementos para volverse ineludible en el actual contexto político. Y no solo en lo que respecta a Hollywood y su microcosmos, sino en el mucho más amplio y complejo mapa sociopolítico estadounidense. Porque era inevitable que abordar el encuentro privado que mantuvieron el líder social Malcolm X, la estrella del soul Sam Cooke y los deportistas Jim Brown y Muhammad Ali (por entonces Cassius Clay), todos ellos potentes figuras de la comunidad afroamericana de su tiempo, acabara tendiendo de puentes que abordan de forma crítica muchos acontecimientos actuales.
El mentado cónclave ocurrió el 25 de febrero de 1964, luego de que Ali se consagrara campeón del mundo de boxeo con apenas 22 años. Fue esa noche en la que, en una improvisada conferencia de prensa, el más grande pugilista de todas las épocas anunció su conversión al islam. Nadie sabe que ocurrió en dicha reunión, por eso el guionista y dramaturgo Kemp Powers debió imaginar los detalles, las palabras y el tono que pudo haber tenido aquello para crear una obra de teatro, que luego él mismo convirtió en el guion de esta película, dirigida por la actriz Regina King, en su debut como cineasta. Para construir su ficción sobre terreno firme, Powers se valió del abundante material disponible acerca de los protagonistas, todos ellos de notable vida pública. Es esa plataforma la que le da solidez a los personajes y sus intérpretes la aprovechan para entregar cuatro actuaciones vívidas y ajustadas. El argumento gira en torno a las charlas que pudieron haber tenido lugar al final de esa jornada, que el nuevo campeón junto a Cooke y Brown imaginaban como una noche de celebración y parranda, @
El nativo de Long Island Gavin O’Connor debe ser el único cineasta sub-50 que tiñe sus películas de catolicismo. El policial Pride and Glory, estrenado aquí con el título Código de familia (2008), abundaba en culpas, castigos y redenciones. En la posterior Warrior, lanzada en VHS como La última pelea (2012), Nick Nolte pedía a sus hijos perdón por los pecados cometidos. Ben Affleck debía sobreponerse a los traumas infantiles en El contador (The Accountant, 2016), y ahora en El camino de regreso recorre con esfuerzo el sendero que lleva de la oscuridad a la luz. “Todos cargamos nuestra propia cruz”, señala alguien por ahí, como si el periplo de Jack Cunningham (apellido de origen católico irlandés) no reprodujera de por sí un via crucis. Si la película se deja ver es porque la fiereza que O’Connor y Affleck ponen en juego compensa el exceso de gravedad.
Como es costumbre en el cine estadounidense, el deporJack
Cuatro referentes del poder negro se encontraron en 1964, pero la película no imagina cómo escapar de la trampa del teatro filmado.
EE.UU., 2020.
Dirección: Gavin O’Connor.
Guion: Brad Ingelsby.
Duración: 108 minutos.
Intérpretes: Ben Affleck, Al Madrigal, Janina Gavankar, Michaela Watkins, Brandon Wilson.
Estreno en HBO On Demand. te es la arena en la que se dirimen los problemas personales, canalizando varios de los mitos que alimentan el sueño americano: el coraje, la ambición de superación, la competencia, el triunfo. El camino de regreso le añade un pasado traumático. Jack Cunningham (Affleck, de rostro algo estirado e hinchado, y con gruesa barba viril) fue, dos décadas atrás, el mejor jugador de la liga secundaria de básquet. La liga secundaria católica, para más datos. Algo pasó en estos casi veinte años para que Jack parezca en estado de combustión interna. Trabaja como operario de la construcción, y en la heladera tiene suficientes latas de cerveza como para abastecer una fiesta de sábado a la noche. Fiestas no tiene en su vida: se lo ve solo y abroquelado en su dolor, en medio de una casa casi tan oscura como su pena. En ese punto aparece un cura, casi como un milagro.
Decano del high school donde llegó a ser astro del básquet, el sacerdote le ofrece algo que podría ser su salvación: asumir como entrenador del equipo de básquet del colegio. Que, como indica otra convención, son uno peor que el otro. A la manera de un Gallardo con pelota más grande, Jack tendrá que insuflarles motivación, disciplina, técnica y fe en sí mismos, si es que quieren llegar a algo en la liga. Como si no se hubiera visto nunca antes, los marcadores en contra se van volviendo a favor, de a poquito e indefectiblemente. O’Connor y su guionista Brad Ingelsby dosifican con habilidad los datos del pasado de Cunningham y los develan en dos pasos sucesivos, cuando la historia está avanzada y hace rato que el espectador se pregunta por qué Jack está como está. El realizador, su montajista y Affleck (éste siempre un tono por encima de lo necesario) parecen apretar los dientes a la par, dotando a El camino de regreso de una intensidad que permite volver a tragar la misma píldora de todas las noches sin atragantarse.