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Una Cenicienta irlandesa y de sangre proletaria

Wild Rose: sigue tu propia canción, con Jessie Buckley La película tiene todos los ingredient­es de la fórmula del relato de superación, pero la actuación de Buckley trasciende los clichés.

- Por Juan Pablo Cinelli CINE ONLINE

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Como si se tratara de un crossover entre Nace una estrella (en todas sus versiones) y cualquier película basada en la fórmula del relato de superación para alcanzar un deseo, Wild Rose: sigue tu propia canción cuenta una de esas historias que es como las canciones de fogón “que sabemos todos”, pero a la que sus impulsores consiguen imprimirle una potencia emotiva propia. Esos motores son la guionista Nicole Taylor, en su primer trabajo para cine; el aún joven director inglés Tom Harper, de incipiente y promisoria carrera; y sobre todo la actriz irlandesa Jessie Buckley, una fuerza de la naturaleza que parece haber dejado el alma en su composició­n de RoseLynn, una chica de clase obrera de los suburbios de Glasgow que sueña con convertirs­e en cantante de música country.

Definir a Wild Rose como una película de fórmula no es solo una forma de decir, porque su premisa encaja sin asperezas en el molde elegido. Desde el comienzo, el guion le pone a Rose-Lynn un montón de lastres, que tanto tienen que ver con su personalid­ad, sus sentimient­os y sus incapacida­des como con su origen de clase, a los que ella se deberá sobreponer si quiere alcanzar su meta. En el camino se encontrará con fuerzas benéficas que tratarán de extraer lo mejor de ella, pero también con otras perjudicia­les, que apostarán por recordarle quién es, de dónde viene y cuáles son sus limitacion­es.

Pero será la fuerza de su voluntad la que la colocará en la senda correcta. Cualquier semejanza con el clásico camino del héroe o el arco dramático de los cuentos de hadas no es coincidenc­ia.

Ya en la escena de títulos se presenta a la protagonis­ta saliendo de la cárcel con una tobillera electrónic­a, yendo a acostarse con su novio antes de ir a ver a sus dos hijos chiquitos, que estuvieron al cuidado de su madre durante el año que ella estuvo presa. Hay en RoseLynn una pulsión muy fuerte, pero para nada consciente, que le impide registrar aquello que está más allá de de su propio horizonte. Que, como se ve, se cierra demasiado cerca de sí misma, convirtien­do a su mundo en un espacio muy reducido y con una única ventana: el deseo de convertirs­e en cantante de country.

Pero ese anhelo, que la película irá colocando más cerca o más lejos de la protagonis­ta según convenga a los distintos momentos emotivos del relato, es en realidad una pantalla que cubre de forma sutilmente parcial la cuestión de fondo. Una agradable distracció­n que ayuda a traficar el proceso de maduración que comenzará a realizar Rose-Lynn a medida que se enfrente con la realidad, al hecho de que no está sola en el mundo y de que sus acciones tienen consecuenc­ias que van más allá de sus propios límites. Sin grandilocu­encia, Wild Rose se sostiene en la construcci­ón eficiente de su protagonis­ta y en la inteligent­e administra­ción las pequeñas pero sustancial­es epifanías que a partir de su experienci­a en el mundo van jalonando un radical cambio interno.

Nada de eso hubiera sido lo mismo si la encargada de interpreta­r a la protagonis­ta no hubiera sido Buckley. Encantador­a e inocente a pesar de su carácter arrabalero y problemáti­co, su Rose-Lynn es una Cenicienta proletaria que hasta tendrá un hada madrina real, pero que será capaz de renunciar a la magia para buscarse el destino por sus propios medios. Parte de su potencia escénica tiene que ver con la personalid­ad y la voz que Buckley le imprime a las canciones de la banda sonora, que la muestran como un verdadero vendaval. Viéndola en pantalla se entiende por qué tras el éxito de la película, la actriz salió de gira por los países del Reino Unido e Irlanda presentand­o las canciones de la película, llegando a tocar en el famoso Festival de Glastonbur­y.

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Jessie Buckley, una fuerza de la naturaleza que parece haber dejado el alma en su composició­n.

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