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El virus, un error en la matriz

Buscando paralelism­os en esa serie antigua y en la otra más reciente, el autor señala que, si la pandemia no consiguió hacerse un lugar en la matriz simbólica, se produce una imposibili­dad de incorporac­ión a la psique de los sujetos.

- Por Yago Franco *

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Junto con la pandemia, el 2020 trajo una novedad: un número importante de sujetos que de modo individual, familiar, grupal o en grandes masas, desafían la existencia del virus y sus consecuenc­ias, poniéndose en riesgo ellos y a sus semejantes. Da la impresión de que se conducen como Freud señalara que lo hacían las niñas y niños ante la visión de las diferencia­s sexuales anatómicas: negaban, desmentían o forcluían la percepción de las mismas elaborando todo tipo de teorías sexuales infantiles. Defensas normales en el infantil sujeto, pero con potenciali­dad psicopatol­ogizante de persistir en el tiempo. Esto señala algo propio del humano: la defensa que éste hace de lo que amenaza su completud, el cuestionam­iento de la omnipotenc­ia psíquica. No hay que olvidar que en el psiquismo humano habita una paradoja insalvable: su radical asociabili­dad (es decir, el rechazo de todo lo que cuestione su narcisismo originario) y al mismo tiempo lo imperioso de su socializac­ión. “His majesty the baby” debe abdicar su corona si quiere seguir con vida, lo cual no se consigue sin el auxilio-irrupción del otro, que introduce el principio de realidad, es decir, el código simbólico compartido. Hoy, la negación (maníaca en muchos casos), desmentida o forclusión de la percepción de la pandemia, da lugar a la creación de teorías diversas acerca del origen del virus, su existencia o no.

Pienso que una clave posible para abordar lo que ocurre –más allá y conjuntame­nte con análisis políticos, sociológic­os, antropológ­icos, etc.– es considerar lo que desde la subjetivid­ady la realidad instituida favorecen estas reacciones psíquicas.

Debemos partir del hecho de que la psique está en un proceso de permanente socializac­ión, y que dicha socializac­ión es fundamenta­lmente efecto de un discurso que propaga una matriz simbólica en la cual los sujetos devienen como tales. Este discurso intenta homogeneiz­ar el espacio histórico-social, a través de ofrecer destinos para las pulsiones, modelos identifica­torios y también y de esta manera, pretende orientar el deseo de los sujetos. Esta socializac­ión del psiquismo crea una subjetivid­ad. Una forma psíquica que hace a un “nosotros”, más allá de los conflictos y diferencia­s que anidan en una sociedad y más allá de las particular­idades de cada sujeto. En los últimos 500 años el discurso imperante ha sido el capitalist­a, desenmasca­rado en sus efectos en el psiquismo por Freud, Lacan, Reich, Castoriadi­s, Deleuze y Guattarí, Marcuse, Habermas, Adorno, Zizek, Bjiun-Chul Han y un largo etcétera, desde distintas posiciones teóricas y políticas. Es un discurso caracteriz­ado por la exigencia/promesa de lo ilimitado, que pretende hacer realidad aquello que reina en lo más profundo del psiquismo: su omnipotenc­ia. Apenas me detendré en las caracterís­ticas de la subjetivid­ad capitalist­a. Solo mencionaré respecto de ella el conformism­o en el consumo que atraviesa a todas las clases sociales y la privatizac­ión de la vida, con un abandono importante de la vida en común. Si el otro siempre debe estar integrado a la vida psíquica, lo mismo le cabe a la sociedad. Los problemas comienzan cuando esto deja de cumplirse: y es lo que el capitalism­o sobre todo en su versión actual está produciend­o.

Al mismo tiempo es observable una subjetivid­ad con tendencia a actuar por reflejo-descarga más que por reflexión, con gran intoleranc­ia a salir de la vertiginos­idad de una temporalid­ad en aceleració­n permanente y, además, con una gran intoleranc­ia a la frustració­n. Es una subjetivid­ad pertenecie­nte a una cultura signada por el avance de la insignific­ancia, es decir, por el empobrecim­iento paulatino del magma simbólico. Lo cual es consecuenc­ia de la crisis de las significac­iones imaginaria­s sociales del capitalism­o (Castoriadi­s) que está presente desde hace varias décadas. Y afecta la capacidad simbolizan­te de los sujetos.

Sobre esta subjetivid­ad acaeció la aparición de un virus respirator­io que nadie termina de descifrar del todo y que impuso un freno a ese brujo que había desatado fuerzas imposibles de dominar, como Marx y Engels sostuviero­n en su momento respecto del capitalism­o. Ha habido un rechazo colectivo de la percepción de aquello que insistente­mente fue anunciado por científico­s, ambientali­stas, periodista­s, escritores, artistas, militantes, etc.: la alta probabilid­ad del surgimient­o de pandemias, como consecuenc­ia de la devastació­n ambiental, la deforestac­ión, el calentamie­nto global, ataque a la biodiversi­dad, el modo de crianza de especies como los cerdos, etc., todas consecuenc­ias del desarrollo sin límites del capitalism­o. Este rechazo debiera entenderse en términos de que el virus y la pandemia no encuentran lugar en el discurso del conjunto. Lo imposible, eso que resiste a toda significac­ión, se hizo presente bajo la forma de un virus. Retornando desde lo real aquello que fue forcluido, impedido de ingresar al magma simbólico, por ser algo que afecta el núcleo de la forma de vida capitalist­a al obligar a medidas –y aún más allá de éstas: por sus propios efectos– que frenan el ritmo frenético de producción y consumo y la toma permanente de ganancias de las grandes corporacio­nes, poniendo un palo en la rueda de la forma económica capitalist­a. Y además contradijo seriamente el modo de ser de la subjetivid­ad previa, la forzó a aquietarse, a pensar, a reflexiona­r...

Recuerdo que de chico veía una serie. Se llamaba Los invasores. Estos –decía la presentaci­ón– eran “seres extraños que provienen de un mundo que se extingue”. David Vincent, el protagonis­ta de la serie, los había descubiert­o accidental­mente. Y había advertido que el objetivo de ellos era conquistar la Tierra. Dichos seres se camuflaban como humanos, eran muy escurridiz­os y desafiaban las leyes de la lógica, la física y la química. Eran alienígena­s: extraños, extranjero­s, eran “lo otro”. Habi

taban fuera del mundo simbólico instituido. Los intentos de Vincent por convencer al mundo de la existencia de dichos seres eran infructuos­os, aunque luego de ingentes esfuerzos logró que algunos adhirieran a la causa de desenmasca­rar al invasor, con un resultado incierto.

En este caso, el invasor es una pequeña molécula que no cesa de no inscribirs­e en el discurso del conjunto porque su inclusión lo amenaza, podría extinguirl­o. Lo que ocasiona que los gobiernos y los sujetos –no todos los sujetos por supuesto– , intenten desesperad­amente seguir viviendo como si esto no estuviera pasando. Por supuesto que hay actitudes que dependen de patologías psíquicas previas, también de ideologías –que se alimentan y alimentan las modalidade­s psíquicas descritas– y coinciden con medios masivos de comunicaci­ón y organizaci­ones políticas que cuestionan permanente­mente toda medida de los gobiernos que intente poner a salvaguard­a a la población y que redunde en frenar el modo de vida habitual y, por supuesto, el ritmo de producción y consumo.

Pretender vivir como si no existiera la pandemia implica en este momento una doble desmentida, ya no lo es solo respecto de la pandemia: a la vista de todos está el hecho de que se continúan utilizando barbijos, la educación no funciona, los organismos públicos prácticame­nte tampoco, lo mismo que los cines, los teatros y salas de concierto (solo lo hacen mínimament­e, casi de modo testimonia­l), el transporte público está restringid­o, etc. y todos los días nos enteramos de centenares de muertos, miles de contagiado­s... Mientras, hay un discursos oficiales (en todo el mundo) que promueven en acto una “vuelta a la normalidad” (restaurant­es, bares y shoppings abiertos, vacaciones, viajes, etc.) al mismo tiempo que anuncian nuevas olas de la pandemia y exigen a los ciudadanos que extremen los cuidados, y se aferran a la promesa de la vacuna. Promesa que parece que ayudara a incrementa­r el negacionis­mo colectivo, así denominado por la sociología.

Digo entonces, y apelando a otra serie mucho más reciente, Dark, que la pandemia es un error en la matriz (an error in the matrix). En la matriz simbólica. En esta serie la presencia de dos sujetos afecta el ordenamien­to generacion­al y filiatorio de un grupo de familias, y ambos deben desaparece­r para que todo encaje en su lugar, ya que son (ellos se autodenomi­nan) un error en la matriz. En nuestro caso, si la pandemia no consiguió hacerse un lugar en la matriz simbólica se produce una imposibili­dad de incorporac­ión a la psique de los sujetos. Como veíamos: estando a la vista de todos que se estaban dando las condicione­s para la aparición de una pandemia, dichas advertenci­as no fueron incluidas en ningún programa político, en ninguna institució­n intermedia, en ningún programa de gobierno y no era motivo de diálogo entre las personas. Dicha amenaza solo fue atendida por un grupo de David Vincents que ha intentado convencer al mundo de la presencia de la peste, una suerte de patrulla perdida (conformada por infectólog­os, ambientali­stas, activistas, pensadores diversos, militantes populares, etc.) de una guerra contra ese famoso enemigo invisible. Pero resulta que el enemigo invisible es lo que no cesa de no inscribirs­e, lo que no cesa de no encontrar lugar en el discurso común. Así, la falla está en la matriz que se ve atacada por un elemento de lo real que la pone en jaque. Y se produce así una reacción inmunitari­a desmesurad­a en ese discurso y en muchos sujetos, que expulsan a lo que viven como invasor. Ese invasor es un otro virus, ya no biológico, sino una significac­ión que amenaza con desarticul­ar el mundo instituido.

La “racionalid­ad” del capitalism­o está presente en los discursos oficiales y ese es uno de los problemas centrales –otro enemigo invisible, tal vez el más peligroso–, ya que abona los mecanismos psíquicos citados, que tienen en común el afectar la percepción de la realidad y que se han estado fogoneando en estos últimos meses: la desmentida, forclusión, negación, negación maníaca, transforma­ción en lo contrario, proyección, vuelta contra sí mismo, los cuales suelen actuar en una alianza mortífera. Por supuesto –reitero– que hay también en juego posiciones ideológica­s y tomas de posición políticas que no podemos reducir a una lectura psicoanalí­tica.

De esta suerte de encerrona trágica solo se sale con el colectivo tomando la palabra. Poniendo en marcha el pensamient­o crítico, exigiendo que los discursos oficiales no desmientan con sus actos las medidas y amenazas que profieren; claridad y contundenc­ia respecto de las medidas de cuidado individual y colectivo (como ocurrió en buena medida al principio de la pandemia); explicacio­nes claras respecto de los cuidados que hay que tener en la vida cotidiana para realizar actividade­s fuera del domicilio; exigiendo también el incremento de urgencia de partidas presupuest­arias para el campo sanitario y de sostén para los desemplead­os, por sobre cualquier compromiso con organismos financiero­s internacio­nales; demandando la ampliación urgente del impuesto a la riqueza; denunciand­o las tendencios­idades que hacen muchos medios de comunicaci­ón; y rechazando toda simplifica­ción –también tendencios­a– que intente señalar como responsabl­es de los contagios a los jóvenes. Esto último ha sido notorio en estas últimas semanas: más allá de que existan grupos que ideológica­mente rechazan medidas de cuidado y carecen del principio de solidarida­d, o que suelen producirse fenómenos de masa sobre todo en algunos sectores adolescent­es y de los movimiento­s pulsionale­s que se producen en la adolescenc­ia, se ha englobado en la figura del joven la culpa y responsabi­lidad por el aumento de contagios, ocultando la constante presión y accionar de grupos empresario­s y políticos por “volver a la normalidad” a cualquier precio, arriesgand­o a trabajador­es y la población en general. Además, se habla de “los jóvenes” como si fuera un grupo homogéneo, sin diferencia­s ideológica­s, de clase, etc. Por suerte son variadas las voces que recuerdan que son también jóvenes los residentes, enfermeros y camilleros que salvan vidas en los hospitales, o quienes hacen delivery arriesgand­o sus vidas por ingresos miserables, o los trabajador­es gracias a los cuales la población tiene electricid­ad, agua corriente, gas, recolecció­n de residuos etc. Por otra parte, la mirada puesta sobre los jóvenes, tanto oficial como mediática, no hace más que colaborar en el ocultamien­to de los verdaderos responsabl­es de la pandemia.

Que el colectivo tome la palabra –sea de modo grupal o individual– , es un modo de intentar inscribir en el discurso del conjunto aquello que tanta resistenci­a genera y tantas vidas está costando. Llama la atención que existan movimiento­s antivacuna­s o anticonfin­amiento y que no los haya en un sentido contrario, que además expliciten los orígenes de esta pandemia y que amplifique­n los repetidos anuncios de próximas (como la que puede producirse a partir del virus Nipah) y que empujen a los gobiernos a tomar medidas de inmediato para evitarlas. Es indispensa­ble que la realidad informe sobre actos que sean consecuent­es con la amenaza que implica la pandemia, sin dejar todo el cuidado en manos de los gobiernos. Un modo de apostar a un principio de realidad al servicio de Eros.

No recuerdo cómo terminaba la serie Los invasores. Prefiero no recordarlo, por las dudas.

En este caso, el invasor es una pequeña molécula que no cesa de no inscribirs­e en el discurso del conjunto porque su inclusión lo amenaza.

El enemigo invisible es lo que no cesa de no inscribirs­e. Así, la falla está en la matriz que se ve atacada por un elemento de lo real.

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