Sobre amos y esclavos
Tigre blanco, de Ramin Bahrani
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Con cuatro largometrajes, la filmografía de la francesa Sophie Letourneur no es fácil de encasillar. Si la ópera prima La vie au ranch (2009) recuperaba guiños nuevaoleros para imprimirlos en un relato estudiantil contemporáneo, su segundo largo, Les coquillettes (2012) –presente en competencia oficial en el Bafici– diseñaba una ficción con el trasfondo real del Festival de Locarno. Luego de Gaby Baby Doll (2014), retrato de angustias treintañeras en formato indie, llega Enorme, comedia con algo de vodevil, una pizca de absurdo y la definida intención de jugar con cuestiones complejas como la maternidad, los roles masculinos y femeninos y el cuerpo como ámbito ambivalente, al mismo tiempo cárcel y sitial de liberación. Con los actores Marina Foïs y Jonathan Cohen en los roles centrales –una pareja que acaba de superar los cuarenta; ella excelsa pianista clásica, él su pareja, mánager y varias cosas más– y un reparto de secundarios no profesionales (muchos de ellos interpretando versiones de sí mismos), la película parece una típica comedia popular francesa, pero rápidamente va revelándose como algo distinto.
Claire viaja por todo el mundo ofreciendo conciertos en los mejores recintos, siempre acompañada por Frédéric, quien no sólo reserva vuelos y hoteles sino que “habla por ella”. Literalmente, como lo demuestran las primeras escenas. Hay algo incómodo en ese eclipse verbal y está bien que así sea: es parte del juego que la realizadora propone de entrada. Es durante uno de esos viajes transoceánicos que el hombre termina asistiendo en un parto de urgencia, despertar de un deseo paternal irresistible, incluso ante la firme decisión de la pareja de no tener hijos. De allí al meollo de la cuestión: Frédéric decide por su cuenta suspender las pastillas anticonceptivas que todos los días le provee a su mujer con la esperanza de que quede embarazada. Cosa que ocurre y que, por esas cosas de la vida (y el cine), sólo es oficializado luego de cuatro meses de gestación. En otras palabras, demasiado tarde para dar marcha atrás. Si Enorme hubiera sido dirigida por un cineasta varón, posiblemente su “cancelación” en festivales hubiera sido instantánea.
Madre de dos hijos, Letourneur declaró a la prensa que su intención @
En cierto momento de Tigre blanco el protagonista, narrador de su propia historia de ascenso social, hace una referencia directa a ¿Quién quiere ser millonario?, aquella oda miserabilista que terminó ganando ocho premios Oscar en la temporada 2008. Esta adaptación de la novela homónima del indio-australiano Aravind Adiga, dirigida por el iraní-estadounidense Ramin Bahrani, posee muchas diferencias con la famosa película de Danny Boyle, pero comparte en su código genético algunas características. En particular una mirada paternalista y, por momentos, abiertamente cínica, hacia la India. Como el libro, el film es también una particular apropiación del policial negro y en esas instancias, formateadas por los trazos del género, el relato genera chispazos de interés. Cuando, en cambio, intenta ofrecer una lectura satírica de la sociedad del gigante asiático, amparada en aquello de que el pez grande se come al más chimujer
Con la intención de jugar con cuestiones como el cuerpo y la maternidad, la directora habla con humor de la complejidad del embarazo.
Estados Unidos/India, 2020.
Dirección: Ramin Bahrani.
Guion: Aravind Adiga y Ramin Bahrani.
Duración: 125 minutos.
Intérpretes: Adarsh Gourav, Rajkummar Rao, Priyanka Chopra, Mahesh Manjrekar, Swaroop Sampat.
Estreno: en Netflix. co (con excepciones, como en este caso), el relato no logra despegar del nivel más básico de interpretación de la realidad.
El cuento de hadas oscuro de Balram (Adarsh Gourav), un joven de casta inferior del estado de Delhi, comienza con la posibilidad de acceder a un puesto de chofer en la mansión de una rica familia de la capital india. Los mismos “patrones” que vienen cobrando en su pueblo natal dinero de protección y otras yerbas desde tiempos inmemoriales. El joven
Ashok (Rajkummar Rao, estrella del cine de Bollywood), recién regresado de los Estados Unidos con una joven esposa, será de allí en más su jefe. Su amo, en términos ancestrales. Al menos en un primer momento: el comienzo de Tigre blanco, con el protagonista instalado en Bangalore, vestido con un traje lujoso y una actitud mucho menos servicial, demuestra que, en algún mojón del camino, su vida dará un giro radical. Por las buenas o por las malas.
En el punto más bajo de las aspiraciones del particular héroe, el joven se topa con un marginal que, sin letrina a la vista, defeca al aire libre y a la vista de todos. Balram lo imita, mientras ambos se miran y sonríen. Es una breve escena que recrea la descripción de Adiga de la pobreza extrema de ciertos estamentos de la sociedad india. Otro personaje secundario, pero de relevancia, explicita la expansión de la corrupción: una a quien todos llaman La Gran Socialista, una encumbrada política surgida de las clases bajas que, como sus contrincantes, ha hecho carrera a partir de las ofrendas en metálico de las fuerzas vivas de Nueva Delhi. Balram observa y anota, sin poder accionar sobre su situación y estatus, hasta que la determinación de quebrar el círculo que lo mantiene esclavo –la jaula de las gallinas, en sus palabras– lo empuja a cometer hechos que nunca hubiera imaginado.
La película de Bahrani (el director de 99 Homes y la versión 2018 de Fahrenheit 451) está narrada a la manera de un rompecabezas, con idas y vueltas en el tiempo que van acercando información y detalles. Pero hay algo del orden de la misantropía que comienza a molestar desde temprano. No se trata de pedir condiciones redentoras al relato o a los personajes: nadie debería demandarle eso a una película. Pero como fábula de odio de clase, Tigre blanco no logra ir más allá de la farsa superficial.