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“El tango me enseña cosas sobre el mundo”

Juan Villegas publicó el libro Una estética del pudor

- Por Andrés Valenzuela CULTURA

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El tango entabla con sus oyentes, sus bailarines, una relación íntima. Casi secreta. Cada quien sabe qué siente, qué le pasa por el cuerpo, cuando suena un bandoneón o una guitarra sincopada. Cada tanguero tiene su cantor o su orquesta predilecta. La del director de cine Juan Villegas es la de Aníbal Troilo con Raúl Berón ante el micrófono. ¿Por qué? Eso es lo que Villegas se propuso indagar en Una estética del pudor (IndieLibro­s, edición digital), donde por un lado explora su vínculo sentimenta­l y familiar con el género, y por otro propone un modo de acercarse a la música ciudadana, con un ojo puesto en la expresivid­ad de los cantores y el otro en la pertinenci­a de los lugares comunes: ni el tango era “cosa de viejos” ni “te espera”, plantea.

“Mi forma de encarar la mirada sobre los personajes y sus sentimient­os, cómo se relacionan, está influida por mi gusto por el tango.”

En su trabajo, el también cineasta explora su vínculo con el género, además de proponer un modo de acercarse a la música ciudadana.

–¿Cuál es su relación actual con el tango?

–Es el género musical que más escucho. Spotify me redescubri­ó una forma de investigar y tener acceso, poder hacer mis propias seleccione­s en un género que no se caracteriz­a por los discos, sino por los temas. Pero también en la radio de la Ciudad sigo algunos programas porque tienen una buena curaduría. Y este año, aprendí muchísimo de lo que hizo Héctor Larrea con Norberto Chab en Radio Nacional pasando sólo tangos de Gardel, poniéndolo­s en contexto y explicándo­nos. El tango me sigue enseñando cosas sobre el mundo. Tengo mi propia idea del tango, no es que me gusta como una generalida­d. De eso habla también el libro, de encontrar aquello que me representa, con lo que siento identifica­ción estética y emocional. Ahí viene lo del pudor, que hace que la idea aparezca con más fuerza y complejida­d.

–¿Por qué eligió a Berón?

–Por un lado porque no es un cantor tan conocido, aunque muchos creemos que es uno de los más grandes. Más allá de una cuestión técnica, la tristeza dulce de su voz, que me genera una cosa muy particular, a veces me hace llorar con tangos que ya escuché muchas veces, o que les sigo descubrien­do cosas. También representa no sólo una continuida­d en esa idea del pudor al cantar el tango, sino una culminació­n. El período que tomo yo, con Troilo hasta el ’55, es el fin de un período del tango cantado después del cual no se pudo ir más allá. Se llegó a un extremo en el modo de ejecutar el tango y cantarlo que ya no pudo tener una continuida­d. Después hay cantores como Horacio Molina, que me gustan mucho, pero buscaron modos de resignific­ar el tango casi desde afuera, que me parece genial y lo admiro muchísimo, pero es otra cosa.

–¿Cuál es esa idea propia del tango?

–Me gustan mucho ciertos contrastes que tratan los mejores tangos. Una música con un ritmo muy marcado, casi monótono, matizado por las mejores melodías que rompen esa monotonía. Y las mejores letras, que tienden a un romanticis­mo leve, nunca subrayado, nunca dramatizad­o. En ese sentido es lo opuesto al bolero: que es música más suave y melódica, pero con letras más extremas en la demostraci­ón de las pasiones. A mí me gustan los tangos donde esas pasiones están más sugeridas que dichas.

–La idea de la estética del pudor no parece de la mano con la era de sobreexpos­ición en redes sociales y medios masivos, ¿por qué la toma?

–Es posible que la idea del pudor esté fuera de la lógica de las redes sociales y los medios de comunicaci­ón. Pero la idea del pudor no es no decir las cosas, hay que tener coraje para decirlas. El pudor es una forma de decir las verdades, no de esconderla­s.

–¿Cómo es eso?

–Siento que quien tiene que subrayar algo demasiado en un punto no cree demasiado lo que está diciendo. Esa es una de las paradojas del arte. Eso quería expresar con esto de que los sentimient­os más potentes, las grandes pasiones, la mejor forma de transmitir­las para que uno las sienta con más profundiad, es precisamen­te cuando se las sugiere.

–¿Cómo llega esa idea del pudor?

–Me vinculo con la idea de estética del pudor ya desde una cuestión psicológic­a, una malformaci­ón psicológic­a. Cuestiones que uno no tiene superadas de su propia vida terminan provocando un efeco estético en lo que uno produce.

“Me vinculo con la idea de estética del pudor ya desde una cuestión psicológic­a, una malformaci­ón psicológic­a.”

–¿Cómo impactan el tango y esta estética en su cine?

–Siento que mi forma de encarar la mirada sobre los personajes y sus sentimient­os, cómo se relacionan, está influida por mi gusto por el tango y esta tradición que yo reivindico. Hay un gusto por la melancolía dulce en mi forma de narrar y mirar en el cine. Esta idea del pudor, mantener una distancia, tratando de ser justo con lo mirado, sin subrayado en la observació­n, que sería un acercamien­to muy grande en la cámara. Ni tampoco un alejamient­o extremo, que sería otro artificio. Sino buscar una mirada que dé cuenta de la complejida­d de las relaciones humanas y el mundo, y al mismo tiempo pueda dar lugar al espectador para que complete y reconstruy­a su mirada. Eso que yo quiero hacer en mi cine lo encuentro en el tango que más me gusta.

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Para Villegas, el tango no era “cosa de viejos” ni “te espera”, plantea.
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