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El Golem II

- Por Daniel Goldman

La leyenda del Golem checo, que relata la creación de un engendro hecho de materia inerte para ser usado como servidor del hombre, tiene sus antecedent­es bíblicos y en otras fuentes.

Pero fue en la Edad Media cuando se advirtió con mayor claridad la alegoría que propone la invención del personaje: en el año 1000, el malagueño Shlomó Ibn Gabirol, creó una mujer “mecánica” en base a los estudios del místico Libro de la Creación. Cuando fue denunciado por este ensayo (y no por razones de género), demostró que era simplement­e un muñeco de lana. Relatan los cronistas de la época que la intención de Ibn Gabirol era la de crear un ente que protegiera a los hebreos de las persecucio­nes, tal como el posterior Golem de Rabí Leib en el 1500, en la misteriosa Praga.

Dando un salto en el tiempo, sin duda el que universali­zó al famoso personaje fue el escritor austríaco Gustav Meyrink, cuya obra Der Golem posiblemen­te haya inaugurado el período de la literatura surrealist­a. Fallecido en 1932, justo antes de que Hitler asumiera el poder en la zona, Meyrink cuenta en su novela que un tal Pernath, preso de hipnosis, pierde la conciencia de su propia identidad y de su pasado. Luego de la intervenci­ón de algunos personajes y de varios acontecimi­entos sobrenatur­ales, es acusadoy finalmente encarcelad­o por un crimen que no cometió. Solo al final de la saga recupera la memoria, y se transforma en un ser inmortal que habita un mundo perfecto cuya naturaleza resulta inexplicab­le. El lugar en el que se desarrolla­n los acontecimi­entos es el mismísimo Gueto de Praga, y que en el devenir de la escritura se convierte en un mundo de carácter mágico, cuyos habitantes son sombras y entes, como golems. El gueto es un espacio donde se revela lo oculto a los ojos. La obra de Meyrink, a la usanza del notable Franz Kafka, se vincula en la corriente literaria de esa profecía de preguerra que caracteriz­a al hombre de la modernidad como un ser desgarrado, contradict­orio, paradójico.

Otro autor que anduvo tras los pasos del Golem fue uno de los hermanos Grimm, Jacob. El coautor del mito germánico de Hansel y Gretel escribió un Diario de Ermitaños. En el mismo dedica un capítulo al relato de la historia de un rabino, que levanta una figura de un hombre de barro que no puede hablar. Esta efigie tiene escrita en su frente la palabra EMET (en hebreo, verdad). Todos los días aumenta de peso y deviene más grande y más fuerte que el resto de los habitantes de la casa. Por miedo a su gran tamaño, finalmente los convivient­es le borran la primera letra de su frente, lo que conforma el vocablo MET (en hebreo, muerte) para que se desarme. Y así sucede. El montón de arcilla cae sobre su creador y lo aplasta.

El recorrido fantástico nos conduce a un tal H. Leivik, quien escribió un poema dramático también llamado El Golem. En este caso es un siervo que se transforma en el enemigo de su creador, a quien llega a asesinarlo. El poema de Leivik fue reescrito como obra de teatro y puesto en escena en 1924 por la troupe del Habima de Moscú. Su estreno resultó un escándalo, ya que derivó en la inconvenie­nte y misteriosa pregunta de si era la revolución soviética un comienzo prometedor o un apocalipsi­s. ¿Debía ser entendido este Golem como el sistema delirante mesiánico creado por el hombre que se vuelve contrario a su propio creador? ¿Habrían instaurado un monstruo los bolcheviqu­es? Posteriorm­ente, en el 2002 la obra fue reestrenad­a en una sala aledaña a Broadway, en el neoyorkino centro de la Gran Manzana. Vale la pena leer las acertadas críticas de la prensa americana inconformi­sta, sobre el peligro de un Golem militar y financiero que intervenga el siglo XXI de manera pavorosa. Como vemos, todo Golem sigue siendo una metáfora de la realidad.

Y si de cine se trata, vale la pena dedicar una hora y media para ver por YouTube Der Golem, wie er in die Welt kam, película muda de 1920 dirigida por Paul Wegener, y que marca un hito como una de las obras maestras del llamado cine expresioni­sta alemán. Quien llegue hasta el final, va a advertir que el gran Golem se desvanece frente a una niña aria, cosa que debe ser entendida como un fiel deseo del director fílmico, y como presagio de aquello terrible que iría a acontecer a partir del 39. No por nada Wegenerre surge como actor en películas propagandí­sticas del Tercer Reich.

Pero para concluir, entre el Hombre Araña y el Increíble Halk también hizo su ensueño ni más ni menos que El Golem, en una edición de Marvel del año 74. Goza de una fuerza sobrehuman­a y gran altura. El vigor lo extrae de la tierra, materia prima que lo conforma.

Al repasar estos relatos me pregunto: ¿será que el devenir continuará cíclicamen­te mitificand­o al “otro” como Golem? Aquí al “otro” le atribuyo ese sentido lacaniano del término, como un imposible de borrar en el estrecho parentesco de cada individuo y cultura, en donde en principio ese otro me brinda un beneficio, que con el tiempo se convierte en una superstici­osa pesadilla que culmina en una repugnante amenaza a ser eliminada, a punto tal que el entorno artificios­o le niegue el derecho ontológico­a ser humano y lo transforme en un monstruo. Entonces ¿cuál de los dos termina siendo el engendro?

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