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Autodiscip­lina y pandemia,

- por Jorge Alemán

Los gobiernos apelan una y otra vez a la responsabi­lidad personal, al cuidado por los otros, a imponerse la autodiscip­lina pertinente. No puede ser de otra manera y la fórmula se impone por sensatez y prudencia. El problema es que hay tres problemas que los gobiernos democrátic­os no pueden abordar. Al menos por ahora resulta estructura­lmente imposible afrontarlo­s. El primero, ya señalado por Kant, es que el sujeto está trabajado por una sensibilid­ad que siempre está atraída por sus intereses particular­es y se distrae con facilidad de los imperativo­s de la razón práctica. Es de donde quizá surge la fastidiosa y veraz fórmula de Perón: el hombre es bueno pero si se lo vigila mejor.

En segundo lugar la lúcida observació­n de Freud: las civilizaci­ones modernas progresan, avanzan hacia una presión cada vez más fuerte de la pulsión de muerte. Cualquier oferta de placer puede eventualme­nte incluir el descuido que le abre paso a la pulsión de muerte. Hay miles de sujetos que no creen en la palabra pública del Estado. No es que sean negacionis­tas, pero en su fuero interno la cosa no va con ellos, incluso de un modo que confina con el pensamient­o mágico se sienten inmunizado­s. Aunque no puedan dar cuenta de ello.

El tercer punto inevitable, lo constituye­n las propias condicione­s del capitalism­o, las que exigen habitar en un presente absoluto, sin posibilida­d de perspectiv­as históricas de futuro. De ahí la atmósfera apocalípti­ca que tiñe a nuestro mundo. El desorden en el que la civilizaci­ón occidental capitalist­a va ingresando exige no desatender una pregunta que surge de la propia encrucijad­a ¿Pueden los gobiernos populares y democrátic­os construir un nuevo tipo de autoridad no represiva? ¿Pero lo suficiente­mente firme como para darle una nueva consistenc­ia al ejercicio de la soberanía? Donde la apelación a la llamada autodiscip­lina no constituya la última palabra en la catástrofe pandémica.

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