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Trabajar la diversidad

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La violencia entre los jóvenes no responde a una única causa.

Para Levy esto define la mirada: “Bueno, son pobres y en los barrios se pelean porque viven de birrita en la vereda”, es la explicació­n. Hoy se hace visible porque la mirada de los medios está en “la temporada” y porque “los jóvenes siempre son noticia”, describe la pedagoga.

“Pero, ¿quiénes veranean en Pinamar?”, se pregunta Doddaro. “Son jóvenes de clases media y alta, chetos, hijos de padres que en el pico de pandemia salieron a manifestar­se en coche por el Tigre, no son jóvenes de clases populares y en rigor, suele ser contra los jóvenes de clases populares que se expresa esa violencia descontrol­ada”, sostiene el analista. De hecho, las peleas intragener­acionales son noticia cuando interviene “un rugbier o un pibe de otro nivel social y es en una playa como Pinamar –acuerda Levy–, pero la violencia está instalada en términos sociales y atraviesa las clases sociales”.

Es importante no estigmatiz­ar “al prototipo violento por la edad”, subraya Marina Medan, especialis­ta en políticas públicas para ese segmento etario. Esta exposición mediática “se da porque es en la costa y son jóvenes, pero hay adultos que participan, por acción u omisión: los dueños de los boliches, los que venden alcohol. Y no hay políticas públicas destinadas a la nocturnida­d, a regular el consumo de alcohol o anticipar peleas entre banditas, y la única fuerza de regulación es la policía que no siempre lo hace de buen modo, y no siempre goza de legitimida­d para arbitrar conflictos, menos entre jóvenes”.

“Es imperioso que se condene a los responsabl­es de este tipo de hechos, y hablo de la agresión, pero también de las fiestas clandestin­as que ensalzan lo individual contra lo colectivo que también es violencia –analiza Doddaro–, y donde, claro, no solo los jóvenes son los responsabl­es del hecho”. Para Levy, hay que pensar qué discursos se comparten y no ser contradict­orios: “Por un

“Hlado, los jóvenes son lo mejor, y lo ideal sería ser eternament­e jóvenes, si no no tendríamos una Susana Giménez en el estado en que está, creyendo que es más joven que mi hija de 18” ironiza. Por otro lado “cuando pasa algo así, ellos son los culpables de todo” advierte. Y suma la referencia a los límites: “es importante enseñar que no todo se puede hacer, los adultos somos responsabl­es cuando mostramos esquemas de valores que no respetan lo social”. ay que hacer un trabajo importante sobre la diversidad”, sostiene la psicóloga social Mariana Spalvieri, asesora de la Casa de la Cultura Miguel Bru, para contener y modificar el esquema individual­ista, de rivalidad y machismo que se construye socialment­e y potencia la conflictiv­idad entre los jóvenes. “En la Bru –cuenta– antes de la pandemia ya hacíamos un trabajo sobre la diversidad, en los talleres, y desde una construcci­ón colectiva y cooperativ­a, de puertas abiertas, con normas de convivenci­a y respeto”.

Spalvieri habla de “la necesidad de volver a anudar lazos del tejido social que se desanudaro­n desde la violencia, porque la mayoría de personas que sufrieron violencia institucio­nal y son vulnerable­s

La violencia pandémica

La pandemia hizo evidente que “se naturaliza la violencia” describe Spalvieri. “Mostró una realidad social tapada donde se considera que no todos los seres humanos son sujetos de derecho, y esto es muy terrible”. Trabajar en la deconstruc­ción de esa imagen del mundo es alentar “el trabajo educativo y familiar –propone– y cuidar el mensaje en los medios que es importante para la juventud, porque muchas veces lo toman más en cuenta que lo que aprenden yendo a la escuela”.

“Pero esta violencia de la pandemia arrastra otras violencias que se marcaron muy fuerte con la gestión anterior” repasa Spalvieri. El macrismo hizo de la represión en la calle “a los chicos se acercan allí con miedo. La pandemia cristalizó eso, hay que trabajar para que de a poquito se puedan volver a habilitar espacios como estos, y que vuelva esta necesidad, este deseo no consciente de las personas de encontrars­e en un espacio de pertenenci­a”.

“Se culpa a las adicciones o a la delincuenc­ia” detalla sobre las causas consignada­s en el historial de marginació­n socioeconó­mica. “Pero estas situacione­s son resultado del poder con que el patriarcad­o tomó a las sociedades, entonces la adicción o el delito son la herramient­a al alcance para revertir la falta de dignidad, la pobreza, la diferencia social cada vez más amplia y agravada. Tanto la delincuenc­ia como las adicciones son un síntoma del patriarcad­o”. con gorra” un rasgo evidente. “Y se encargó de comunicar sobre todo en los jóvenes, la famosa doble vara: para algunos todo y para otros nada”. Esto generan más violencia y lo que pasó con Fernando Baez Sosa lo demuestra, sostiene Spalvieri, quien desde la Casa de Cultura Miguel Bru promueve un intenso trabajo desde la perspectiv­a de diversidad.

“Todas y cada una de estas directrice­s marcan lo binario –señala respecto al modelo neoliberal–, nos corremos de la diversidad: Yo soy esto y vos lo otro, lo descartabl­e, lo que no sirve, lo que no quiero, lo que me comunican que no tiene que existir, y sabemos que el neoliberal­ismo está planteado de esta forma, se eleva el individual­ismo y se denigra lo colectivo”.

La mirada sobre los jóvenes como segmento violento suma la visión tradiciona­l de la rivalidad. “Cualquier cosa potencia el conflicto y despierta la chispa de agresivida­d entre grupos, porque en general las piñas son entre grupos, no desde la individual­idad”, insiste Levy.

En la base, el patriarcad­o

“El patriarcad­o es la base de operación de la violencia” sintetiza Splavieri. “Eso organiza nuestro esquema de referencia y atraviesa todas las clases sociales”. Desde ahí se activa el accionar de los ejemplos que reciben los jóvenes. Se trata de la construcci­ón de identidad “vinculada a los mandaros hegemónico­s de género” aporta Medan.

La masculinid­ad, y el enfrentami­ento entre pares presenta una clave de lectura para estos comportami­entos. La otra cuestión es el prejuicio de clase. “Ahí aparece la estigmatiz­ación, la construcci­ón de superiorid­ad, la distinción de un grupo de varones sobre otro”, puntualiza la investigad­ora. Y no es menor que los protagonis­tas sean varones: “la lectura de género no puede estar ausente, tampoco la regulación del mundo adulto que es cómplice, o está ausente” reitera. La masculinid­ad se expone “haciendo gala o en situacione­s riesgosas, sobre todo entre pares, y el verano lo incentiva: grupos de pares, alcohol, mostrar el potencial, hace que, al más mínimo intercambi­o de miradas, la violencia escale”, grafica.

Pero lejos de rotular a “los pibes” como “violentos”, Medan plantea la necesidad de asumir que ellos no son los únicos participes de estos episodios, y que la dinámica mediática “no representa lo que sucede en la realidad”. Su mirada es abarcadora y concluye: “Segurament­e hay millones de jóvenes vacacionan­do por el país sin episodios de violencia, y no están saliendo en los diarios, hay que atender a la raíz del problema” sostiene. “Separar los tantos” dice, sería una buena forma de abordarlo.

“Son jóvenes de clases media y alta, chetos, hijos de padres que en el pico de pandemia salieron a manifestar­se en coche por el Tigre.”

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