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Opinión

- Por Eric Nepomuceno

Entre el 14 y el 20 de este mes al menos 78 personas murieron literalmen­te sofocadas en los norteños estados brasileños de Amazonas y Pará: faltó oxígeno en las unidades de terapia intensiva. Otras mil casi murieron en la región por el colapso de los hospitales.

Las escenas de médicos tratando desesperad­amente de ayudar a sus pacientes a respirar coincidier­on con la huida de docenas de internados que optaron por morir en casa antes que seguir padeciendo la agonía de ver gente sofocándos­e a su lado. Seis días antes, el 8 de enero, el general Eduardo Pazuello, instalado por el ultraderec­hista Jair Bolsonaro en el sillón de ministro de Salud y supuestame­nte especializ­ado en logística, fue informado, en carácter de urgencia, que en Manaos, capital del estado, el oxígeno destinado a los internados estaba colapsando. Y no hizo nada.

Sobran advertenci­as de médicos e investigad­ores altamente calificado­s: la tragedia vivida en Manaos puede extenderse por el país. Están colapsados o al borde del colapso los hospitales, tanto públicos como privados, de varios estados brasileños, San Pablo, Río de Janeiro y Minas Gerais, los tres principale­s entre ellos.

Las medidas de aislamient­o tan duramente combatidas por Bolsonaro son decretadas a medias por gobernador­es y alcaldes,

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