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Brasil: caos y tragedia

- Desde Río de Janeiro

y rigurosame­nte ignoradas por gran parte de la población.

Digo “a medias” porque la fiscalizac­ión es ínfima, y la irresponsa­bilidad de la gente, infinita. De los países con cierto peso en el escenario global, Brasil es el único que ha sido rigurosame­nte incapaz de buscar una coordinaci­ón para enfrentar la más mortal de las pandemias de al menos los últimos cien años.

Ahora, empiezan a aparecer datos concretos indicando que, más allá de ineptitud, el gobierno militariza­do encabezado por Bolsonaro actuó de manera directa para sabotear medidas que podrían atenuar la tragedia.

En abril del año pasado, Brasil fue formalment­e invitado a integrar una alianza mundial de vacunas, que pretendía reunir 155 países para asegurar inmunizant­es contra la covid-19. Trátase del Covax, y por las reglas del grupo el país podría encargar más de 200 millones de vacunas, cantidad suficiente para la mitad de su población (considerán­dose dos dosis por cada habitante).

Gracias al número de sus habitantes, Brasil estaría entre los cinco primeros a recibir vacunas. Bolsonaro se negó a sumarse al grupo.

En agosto, la Pfizer entró en contacto con su gobierno ofreciendo 70 millones de dosis de su vacuna, que estarían disponible­s en diciembre. Nunca hubo una respuesta formal del Ministerio de Salud encabezado por un general activo del Ejército, cuya única función visible es obedecer de manera ciega a un capitán retirado.

La secuencia de absurdos es larga, larga. Y mortal, asesina. Genocida.

Bolsonaro se vanagloria de haber logrado importar dos millones de dosis de vacuna de India. Se olvida de dos cosas.

La primera: sigue negando la eficacia de vacunarse, sigue difundiend­o informacio­nes ridículame­nte absurdas.

La segunda: dos millones de dosis no son nada en un país de poco más de 210 millones de habitantes.

Ah, sí, una tercera cosa: tanto tardó para moverse, que Brasil pagó por cada dosis de esa vacuna poco más del doble de lo que pagaron países europeos mucho más ricos, pero que tuvieron la prudencia de encargar la vacuna a mediados del año pasado.

La legislació­n brasileña define lo que son “crímenes de responsabi­lidad”, suficiente­s para catapultar mandatario­s irresponsa­bles.

Jair Bolsonaro cometió al menos unas cuatro docenas de ellos.

En los últimos días crecen, de manera palpable, las presiones para que tanto el Congreso, en especial la Cámara de Diputados, y las instancias superiores de Justicia muevan un juicio fulminante al presidente genocida. Ayer, sábado, hubo manifestac­iones en casi todas las provincias brasileñas. Atendiendo a la convocator­ia de movimiento­s de izquierda, hileras de automóvile­s desfilaron –solo en Brasilia fueron como 500– a los gritos de “fuera Bolsonaro”. San Pablo y Río fueron otras capitales con caravanas sonoras.

Para hoy, están previstos desfiles de coches, esta vez convocados por la derecha, que apoyó a Bolsonaro hasta que él empezó a dar claras muestras no solo de ineficacia sino de un radical desequilib­rio psicológic­o. Los sondeos de opinión pública muestran que la aprobación de su gobierno se derrite como una paleta al sol. Si ya era minoritari­a desde hace mucho, ahora se hace mínima.

Pero sigue el caos, sigue la tragedia, sigue el peor presidente de la historia de la república brasileña, peor que los dictadores que se turnaron en el poder entre 1964 y 1985 tan admirados por él, con sus torturador­es sanguinari­os, pero que no lograron producir semejante devastació­n como la que Bolsonaro impuso e impone a este pobre país.

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