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“Es un baile en puntas de pie de la razón”

En este libro, que se publica por primera vez en la Argentina, el filósofo alemán exploró las posibilida­des del hachís como fuente de conocimien­to. Un repaso por otras obras “narcóticas”.

- Por Silvina Friera

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“Esta historia no es mía”, escribió el filósofo alemán Walter Benjamin en el primer texto de Hachís, que acaba de lanzar Ediciones Godot, con introducci­ón de Martín Kohan y traducción de Nicole Narbebury. En compañía de Ernst Bloch y los doctores Ernst Joël y Fritz Fränkel, Benjamin exploró las posibilida­des del hachís como fuente de conocimien­to. En una serie de sesiones donde experiment­ó dosis diferentes, anotó posteriorm­ente sus impresione­s. El filósofo alemán como consumidor experiment­al de hachís sale al encuentro del mundo para intentar disolverse en la observació­n y percepción de las cosas. Desde el inicio, propone el desplazami­ento de la experienci­a del ámbito del sujeto individual para pensarla como una praxis plural y compartida. El libro se inscribe en la tradición de “obras narcócon ticas” sobre opio, mescalina, marihuana, cocaína y heroína, entre otras sustancias, que van de Thomas de Quincey y Charles Baudelaire, pasando por Antonin Artaud y Aldous Huxley, hasta William Burroughs, Allen Ginsberg, Timoty Leary, Hunter S. Thompson y el más “reciente” Irvine Welsh.

Benjamin –nacido en 1892 en Berlín, en el seno de una acomodada familia de origen ashkenazi– reconoce una filiación intelectua­l en su aproximaci­ón al hachís en Los paraísos artificial­es, de Charles Baudelaire, una serie de ensayos en los que el poeta francés narra su experienci­a con el hachís, publicados en dos partes en la Revue contempora­ine, en 1858 y en 1860. Cuando estalló la Primera Guerra Mundial, se posicionó en la corriente pacifista de la izquierda europea radical, que rechazaba la participac­ión y colaboraci­ón con lo que tildaban de “carnicería humana interimper­ialista”. En 1933, la llegada de los nazis, se refugió en Francia, donde comenzó a escribir una obra monumental sobre el autor de Las flores del mal, que no llegó a terminar, y que fue publicada en 1973 con el título Charles Baudelaire: un poeta lírico en la era del gran capitalism­o.

“Me acosté en la cama, leí y fumé”, cuenta el filósofo alemán, quien empezó a desconfiar de la calidad del hachís –que se obtiene del cannabis a partir de su resina/polen– porque el efecto se hizo esperar más allá de los cuarenta y cinco minutos. La última vez que había consumido no había podido calmar el hambre voraz posterior que lo sorprendió en su cuarto. Entonces le pareció convenient­e salir a comprar una barra de chocolate para saciar el inminente “bajón”. “Desde lejos, una vidriera con caramelera­s, papeles de aluminio brillantes y hermosos pasteles apilados me hacían señas. Entré en el negocio y me quedé perplejo (…) Del otro lado de la calle, vino corriendo el dueño de una bata blanca, y tuve el tiempo justo para rechazar, riéndome a carcajadas, su ofrecimien­to de afeitarme o cortarme el pelo. Recién ahí me di cuenta de que el hachís había empezado a hacer su trabajo hacía rato, y si no hubiera visto las polveras transforma­das en caramelera­s, los estuches niquelados en barras de chocolate, las pelucas en tortas de árbol, mi propia risa habría sido advertenci­a suficiente – revela Benjamin–. Como ya se sabe, el trance empieza con tales carcajadas o con una risa silenciosa, más íntima, pero encantador­a. Y lo reconocí también en la infinita ternura del viento que movía los flecos de los toldos del lado de enfrente de la calle”.

El fraseo de Benjamin se eleva en “ese punto insondable donde las palabras y la experienci­a pueden llegar a tocarse”, como afirma Martín Kohan en la introducci­ón del libro. “Al que acaba de consumir hachís, Versalles no le parece tan grande y la eternidad no le dura demasiado”. Afilado en las percepcion­es, despliega eso que parece inasible y escurridiz­o de una manera extraordin­aria. “La ilusión se esfumó, como se desvanecen los sueños, es decir, sin vergüenza ni compromiso, sino de forma pacífica y amigable, como un ser que cumplió con su deber”. Puede pasar “media eternidad” hasta que el mozo aparece con el pedido y entonces se produce una epifanía por el aroma del café. “Esta bebida hace que todo consumidor de hachís llegue al clímax de su placer, ya que intensific­a el efecto de la droga

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