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Juegos, trampas y armas

Una tumba para tres, estreno en Cine.Ar TV

- Por D. B. Una tumba para tres

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Consciente y, hasta cierto punto, orgullosam­ente “berreta”, Una tumba para tres abreva en el policial post Perros de la calle (y el policial post Guy Ritchie, entre otros varios post) para contar la historia de tres criminales metidos en un problema que, de tan complejo, parece insoluble. Luego de Corazón muerto, película que cruzaba un secuestro común y silvestre con los tonos del horror, el realizador Mariano Cattaneo concentra sus armas en el suspenso y la acción, aunque cierto personaje secundario habilita, al menos en los papeles, la posibilida­d de que lo fantástico haga triunfal aparición. Diego Cremonesi es Víctor, un ex ladrón de bancos que supo morperfici­e der la bala por su jefe Roselli, y ahora pasa sus días llevando a cabo acciones de poca monta. La imprevista visita de sus compinches Juan y Manuel lo anoticia sobre un trabajo a ejecutar de inmediato: rastrear y liquidar a un colega que se pasó de listo y huyó él solito con todo el botín.

Hacia un pequeño pueblo rural parte el trío, variopinto y caricature­sco, en un film repleto de puteadas de toda clase y tenor, y que además cuenta con diversidad de acentos, cortesía del colombiano Daniel Pacheco, reconocibl­e por su participac­ión en El marginal. Juegos, trampas y armas humean

Argentina, 2020.

Dirección: Mariano Cattaneo.

Guion: Mariano Cattaneo y Nicanor Loreti.

Duración: 77 minutos.

Intérprete­s: Diego Cremonesi, Daniel Pacheco, Demián Salomón, Chucho Fernández, Daniela Pantano. tes no faltan. Muertos tampoco, y la cosa comienza a ponerse espesa cuando la contraorde­n de asesinar al chorro díscolo llega demasiado tarde. A partir de ese momento, y salvo notables excepcione­s, Una tumba para tres no cruzará el umbral de esa casa de campo, rigurosame­nte vigilada a pesar del desconocim­iento de los protagonis­tas. El guion de Cattaneo y Nicanor Loreti (Diablo, Kryptonita) intenta por todos los medios –nuevos personajes, vueltas de tuerca, alguna que otra sorpresa– sostener la tensión durante los 77 minutos de metraje. Y en gran medida lo logra, aunque para ello lo inverosími­l deba aceptarse como posible.

Pero si hay algo que no debe pedírsele a Una tumba para tres, cuyo título parece tomado de algún espagueti western del pasado, es verosimili­tud y realismo: en su sula pasada de rosca –como el personaje de Cremonesi, falopeado con unas pastillas de potente efecto hiperactiv­o– parece importar más el qué que el cómo. Las participac­iones de Gerardo Romano como un comisario corrupto hasta la médula y Mónica Villa como una vecina engañosame­nte débil aportan algunos momentos de humor voluntario en un film que, en el fondo, no es otra cosa que una parodia. Una lástima, por esa misma razón, que el relato comience a tomarse a sí mismo demasiado en serio, con un monólogo sobre la sociedad y los marginales innecesari­o y contraprod­ucente. O ese derrape en el melodrama chabón, suerte de versión trash de los vínculos emocionale­s entre los hampones de Plata quemada.

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