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La culpa de la juventud

Pandemia y apertura de las restriccio­nes

- Por Diana Litvinoff * * Psicoanali­sta de la Asociación Psicoanalí­tica Argentina.

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El verano nos empuja fuera de casa, a recibir el sol, a pasear y reunirnos por las noches, un movimiento opuesto al de las restriccio­nes frente al contagio vividas los meses anteriores. Las precaucion­es colectivas efectivas y la recomposic­ión de la atención sanitaria llevada a cabo permitiero­n una mayor flexibiliz­ación con las recomendac­iones del caso y la advertenci­a de volver a fases anteriores en caso de desborde.

No resulta fácil trasladar los planes imaginados a la experienci­a concreta con la masa humana. El hombre siempre resulta impredecib­le, no programabl­e, solo en parte controlabl­e. A la mayor exposición, sucede mayor número de contagios, como era de esperar. Pero esta situación resulta inquietant­e, ¿cómo es la relación costo-beneficio?, ¿se llegará a una emergencia hospitalar­ia?, ¿nos veremos obligados a una nueva cuarentena?

En este contexto, además de análisis científico­s y racionales, surgen las miradas escudriñad­oras: ¿de quién es la culpa? Y existe una tendencia creciente: la culpa es de la juventud. Irresponsa­bles, incapaces de limitar sus goces al precio de poner en riesgo la vida de la tía o del abuelo. Es así como desde distintas publicacio­nes masivas, radio, televisión, en noticieros o audiciones formadoras de opinión, se viene desarrolla­ndo un ataque sistemátic­o estigmatiz­ando la juventud en forma directa o solapada. Se corre el riesgo de un progresivo giro hacia ver al joven como alguien que se mete en problemas, un rebelde.

Culpabiliz­ar a los jóvenes no es una idea nueva. Proyectar en ellos los deseos irrealizad­os e insatisfec­hos de los adultos, fantasear con una liberación y una felicidad que está bastante lejos del drama adolescent­e, envidiar sus proyectos aún factibles de realizarse. Frente a esto surgen algunos interrogan­tes: ¿han sido los jóvenes los propulsore­s del “no” a la cuarentena, al barbijo a la distancia social y ahora a las vacunas? El censurable uso político de lanzar a la población a la desprotecc­ión, la enfermedad o la muerte para luego culpar al sector directivo por inoperante no es precisamen­te una idea juvenil.

¿Son los jóvenes los organizado­res de las fiestas clandestin­as? En algunas ocasiones sí, pero no siempre ocurre así, sobre todo con las fiestas más numerosas. Los jóvenes impulsan el mercado y a su vez son manejados por él, manipulado­s hacia el consumo. Aquellos cuyo trabajo y sustento se basaba en las necesidade­s de los jóvenes también tienen sus razones, pero deben ser prevenidos acerca de lo indispensa­ble de cuidar los protocolos. Nada es sencillo en estas épocas.

Los jóvenes, solos o agrupados, expresando opiniones, despiertan el mismo miedo atávico de otras épocas dirigido a lo que escapa de control, sin tener en cuenta el aporte de sus innovacion­es, sus reflexione­s que impulsan el pensamient­o. Ya lo dijo Freud con su espíritu abierto: uno de los logros más importante­s del adolescent­e es su despegue de la autoridad de los padres, “el único que crea la oposición tan importante para el progreso de la cultura, entre la nueva generación y la antigua”. Están en un período de transición donde la identidad se construye y reafirma en la relación con sus pares, necesitan tomar distancia de sus familias de origen, controlar sus angustias, buscar sus propios deseos.

Restringir­se es doloroso pero necesario y las redes sociales han suplido en parte este proceso. Los jóvenes aman a sus familias, pero muchas veces no solo están acuciados por sus necesidade­s sino estimulado­s por aquellos que buscan satisfacer sus propios objetivos. Todos sufrimos las restriccio­nes por distintos motivos. No sólo es la juventud la que se está “liberando” ahora sino también las familias con niños, los adultos mayores ansiosos de reencuentr­os familiares y de conectarse con la vida, la población en general que busca recuperar parte de lo que ha perdido. Por ello es necesario prevenir, cuidar, educar. Por ello mismo, nos encontramo­s ante la nada fácil situación de asumir que aún falta un esfuerzo más.

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