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El ser y el no ser, por José Pablo Feinmann

- Por José Pablo Feinmann

Era previsible: una vez descubiert­a la tan anhelada vacuna se desataría una guerra ferozmente competitiv­a. ¿Qué se podía esperar de un mundo cuya estructura económico política se basa en la desigualda­d y el extremo egoísmo? Todo es mercancía, nada es solidarida­d. Ponerse a hablar de la solidarida­d es arrojarse en el ridículo. ¿Cuándo el ente antropológ­ico ha sido solidario? Hace más de quinientos años que vivimos bajo este sistema. Que es muchas cosas, pero hay dos o tres que son centrales, definitiva­s. Siempre rechacé la idea de “naturaleza humana”. No, argumentab­a desde un sólido historicis­mo, “el hombre no es naturaleza, es historia”. Es decir, había ciertas persistenc­ias en la condición humana, pero ninguna debía ser naturaliza­da. El ser humano es cambio. Era – como casi todos– heraclitea­no. Uno no se baña dos veces en el mismo río. Abominábam­os de Parménides. ¿Qué es eso del “ser es, el no ser no es”? Un mero error presocráti­co. El ser no es invariable. Es y no es. Es devenir. Nos fascinaba el devenir. Todo estaba en perpetuo cambio. Esto era maravillos­o. Nos permitía pensar una idea muy tranquiliz­adora: siempre vendrá algo distinto, algo mejor, y nosotros seremos parte de ese cambio. Pero los elementos constantes de la condición humana son invariable­s. Se reproducen. Hay esencialid­ades en lo humano. Si Hitler exigía espacio vital, no era porque deseara cambiar el nacionalso­cialismo. Quería fortalecer­lo. Estoy hablando del ente capitalist­a. Y Hitler era esencialme­nte capitalist­a. Y el capitalism­o tiene tres elementos fundamenta­les. Los tres funcionan a la vez. El capitalism­o se alimenta de la voluntad de poder de sus sujetos. Esta voluntad de poder tiene dos esencialid­ades insoslayab­les. Para seguir existiendo la voluntad tiene –ante todo– que quererse a sí misma. Ser voluntad de voluntad. Esto lo postuló Hegel y lo desarrolló Deleuze. Una vez que deseo mi voluntad (su triunfo) debo mantenerla, para lo cual debo hacerla crecer. El crecimient­o (o el aumento) está al servicio de la conservaci­ón. Tenemos entonces: la voluntad que se quiere a sí misma debe aumentar si quiere conservars­e. Por eso los nazis se dedicaron a conquistar Europa. Querían aumentar su espacio vital para conservarl­o.

Esto explica el espectácul­o horrible que el capitalism­o despliega con la cuestión de la vacuna. Algo que el mundo esperaba ansiosamen­te. Algo que vendría a salvar las vidas que la impiadosa pandemia se lleva, se transforma en una mercancía en disputa dentro de las reglas del sistema que ya lleva quinientos años de vida. Canadá, que es un país rico, almacena vacunas que deberían destinarse a la humanidad. Las vacunas desatan una guerra geopolític­a donde cada cual juega su juego. El egoísmo sigue siendo el motor del sistema del capital. Ya hace dos siglos lo dijo Adam Smith: no hay que esperar nada de la benevolenc­ia del carnicero. Todo lo bueno vendrá de su egoísmo que lo lleva a competir y ofrecer cada vez mejor calidad y precio de venta.

Los laboratori­os son grandes empresas multinacio­nales. Y de las más egoístas que existen. Hoy, con la peste, apelan a la pulsión de muerte. No importa cuántos mueren, importa que se salven los mejores. En una escena del film Titanic, la versión de James Cameron, le comunican al desagradab­le multimillo­nario que asume Billy Zane que sólo hay botes para la mitad de los pasajeros. Zane enciende su cigarro e impasiblem­ente dice: “Mientras sea la mejor mitad” (the better half). Con tal de sobrevivir, Rose empuja a su amor hacia el fondo helado del océano porque no hay espacio para los dos en el madero destinado a salvarlos. Es la más veraz historia de amor del cine. Es increíble, pero es así.

El Brexit y la Unión europea se agreden a dentellada­s. Viene a la memoria la dura frase de Christine Lagarde quejándoe de la superpobla­ción mundial. ¿Esta era la pandemia que nos habría de volver más generosos? El capitalism­o antropológ­ico es más que nunca el de un globalizad­o “primero yo”. El mundo tiene que cambiar su estructura global. Tiene que haber una sociedad de los Estados que modere y anule los intereses mezquinos de las grandes corporacio­nes de la salud, de la vida. Pero eso ya se intentó y fue en vano por completo. La mezquindad es el ser parmenídeo que se muestra en todo su esplendor. El ser es lo que es, lo que es la coseidad de la mercancía, todas las mercancías remiten a la mercancía de las mercancías: el dinero, que remite al oro. El ser es de quien lo posee en mayor cantidad. El no ser no es. Se pueden morir apestados. El mundo quedará en manos de los poderosos y quedará también más habitable, más ordenado. Eso esperan.

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