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¿Cerca de la revolución?,

- por Fernando D’Addario

En tiempos de épicas desteñidas y posibilism­os de todo tipo, los nostálgico­s de revolucion­es no vividas tenemos una tendencia a redimensio­nar cualquier estímulo rupturista. Hemos salido del cine (en Palermo) con ganas de quemar coches y ajusticiar garcas después de haber visto como el Guasón de Joaquin Phoenix levantaba a las masas en su cruzada vengativa. Pero a los dos días se nos pasó. Nos conformamo­s con escuchar a Gary Glitter remixado en la lista que nos sugirió Spotify.

La pandemia no venía ofreciendo muchos resquicios para la fantasía revolucion­aria, reducida al ínfimo consuelo de contestarl­e a la vecina cacerolera de enfrente, balcón enrejado de por medio. Hasta que una noticia recorrió el mundo, con más velocidad que aquel fantasma del que hablaba (Karl) Marx: unos cuantos miles de nerds anónimos habían puesto en jaque a los más buitres entre los buitres. Con la lógica de unos Robin Hoods posmoderno­s, para colmo, como si necesitára­mos un suplemento de endorfinas idealistas. Si no entendimos mal, estos pibes (hasta ahi eran “pibes”, casi adolescent­es de tik tok) intervenía­n en la bolsa para desactivar el llamado “short selling”, a través del cual grandes fondos de inversión apostaban a la baja de empresas que venían en picada para llevarlas al subsuelo y quedarse con millonaria­s ganancias en unos pocos días. Nada que no vinieran haciendo con decenas de países, incluido el nuestro. Estos foristas de la plataforma Reddit, usuarios del chat abierto WallStreet­Bets, se confabular­on entonces para apostar todos juntos a la compra de acciones de estas empresas deshauciad­as, que de este modo vivieron en las últimas semanas un auténtico canto del cisne. La operatoria amenazaba con llevar a la quiebra a varios buitres.

La noticia venía con un condimento extra, casi un golpe bajo: algunas de las empresas súbitament­e revividas en la bolsa, como Blockbuste­r, ya habían sido rehabilita­das en nuestra conciencia antiimperi­alista por el simple efecto de la nostalgia. En la grieta “Blockbuste­r vs Melvin Capital” no había lugar para los tibios. Estos chicos que en un rapto de genialidad propiciaro­n ese salvataje bursátil se vieron investidos de un aura equivalent­e al de los bolcheviqu­es en la previa de la toma del Palacio de Invierno. Como técnicamen­te no entendíamo­s demasiado lo que estaba pasando, acudimos a una frase célebre del viejo Marx para darle al episodio una base filosófica­mente acreditada: “el capitalism­o lleva en su seno el germen de su propia destrucció­n”.

Pero Marx jamás hubiese imaginado –especulába­mos nosotros con una sonrisa levemente cínica– que el sujeto social de la revolución no estaría encarnado en el proletaria­do industrial sino en jóvenes al parecer despolitiz­ados, movidos más por una pulsión de resentimie­nto activo (al estilo de los “luditas” que rompían las máquinas en los comienzos de la Revolución Industrial) que por el sueño de una nueva sociedad sin clases. Chicos asociados a partir de afinidades algorítmic­as. Nerds que habían aprendido las mañas de los poderosos y las usaban en su contra. La mística resultante no sería equiparabl­e al descenso de la Sierra Maestra pero bueno, para esta época estaba bien. Tanta marcha, tanta lectura de Gramsci y finalmente la revolución era esto. Ni Toni Negri la vio.

Las primeras reacciones del “sistema” confirmaro­n lo que ya todos intuíamos: los buitres acudieron desesperad­os a Wall Street para que los salvara de la quiebra. Porque los neoliberal­es solo son liberales cuando les conviene. No hay nadie en el mundo más estatista que un capitalist­a asustado. Así que en un nuevo atentado al libre mercado, Wall Street intervino en la operatoria para restringir la capacidad de daño de los jóvenes revolucion­arios. Las acciones de GameStop (una cadena de tiendas de videojuego­s estadounid­ense, auténticos y adorables losers para las nuevas generacion­es), que habían sido la vedette del aluvión bursátil, se desplomaro­n rápidament­e.

Un día después se supo que Black Rock, el administra­dor de activos más grande del mundo (la palabra buitre ya fue usada demasiadas veces en esta nota) también había obtenido una tajada importante de la inversión masiva en GameStop. La jugada en contra de un puñado de gigantes de la especulaci­ón no era patrimonio exclusivo de los jóvenes autodenomi­nados “degenerado­s”. El dueño de Tesla, Elon Musk, se sumó a la cruzada revolucion­aria. Dijo que en su momento los buitres también habían apostado contra él. Ahi empezamos a desconfiar. Los pibes pidieron refuerzos a otros millones de usuarios de Reddit y las acciones de GameStop volvieron a subir, configurán­dose un escenario de guerra de guerrillas al estilo vietnamita, con final inesperado.

De este lado de la trinchera, pero culturalme­nte lejos del teatro de operacione­s, el entusiasmo inicial se transformó en confusión. Leningrado se nos mezcló con Silicon Valley, y en la incomprens­ión de estos fenómenos no nos quedó claro si estos pibes tenían como ídolo al Che Guevara o a Larry Fink (CEO de Black Rock). Parece que habrá que esperar para que el capitalism­o termine de desarrolla­r en su seno de una vez por todas el germen de su propia destrucció­n. Por las dudas, sigamos con las marchas y con la lectura de Gramsci. Y mientras buscamos nuevas anécdotas para la autosatisf­acción (será difícil de superar la alegría burlona vivida durante la breve toma del Capitolio), el pragmatism­o nos ofrece una lectura más opaca, paráfrasis de una genialidad de otros tiempos: “los capitalist­as son como los gatos. Cuando parece que se pelean, se están reproducie­ndo”.

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