Un largo camino a casa
Llegamos al fin de este enero de 2021, plena temporada de verano. Para muchxs, una de las peores de los últimos treinta años, con una escasez de visitantes no solo en las salas teatrales sino también en las principales ciudades de veraneo. Una de las pocas que vive una temporada gloriosa es Cariló, con turistas para hacer dulce. Aquellos que no pudieron viajar a Punta del Este o al extranjero volvieron a disfrutar de las hermosas playas argentinas en medio de esta pandemia que nos preocupa a todxs.
Ingenuamente, yo creía que en esta fecha estaría todo mucho más tranquilo y controlado, pero no es así. La falta de conciencia de muchxs, la irresponsabilidad de otrxs, las fiestas clandestinas y la rebeldía al uso del tapabocas nos tienen en un verano más tenso que el clima entre el oficialismo y la oposición.
Muchas jurisdicciones se lo toman de manera diferente: la semana pasada, Formosa volvió a estar nuevamente en el ojo de la tormenta por ser una de las provincias que aún mantiene un protocolo muy estricto de aislamiento de su población. Además de ser muy restrictiva con el ingreso de gente a la provincia. La historia viene desde el año pasado, cuando la Corte Suprema de Justicia después de un hábeas corpus que presentó una persona que quedó varada en las afueras de la provincia, determinó que ninguna provincia de la Argentina tiene fronteras internas y no se le puede restringir el ingreso y la circulación a los habitantes dentro del país.
Estamos de acuerdo con que las medidas de control de ingresos frente a una situación de pandemia son necesarias. Lo que no se puede hacer bajo ningún punto de vista es prohibir ingresos y salidas dentro del territorio argentino a ningún habitante.
En un momento, en Formosa, llegó a tener en espera a más de 1700 personas que intentaban volver a sus casas. Fue de público conocimiento, al inicio de la pandemia, el caos de las largas colas de gente acampando con lo que podía al costado de la ruta durante meses y nadie hizo nada. Finalmente, en noviembre la Corte Suprema ordenó que la provincia debía arbitrar todas las medidas para que se garantizara el ingreso, obviamente con el control correspondiente y en los casos detectados como positivos, seguir el protocolo y aislar a las personas. No hubo más justificación para tener a la genta varada hasta más de quince días en la ruta esperando poder ingresar.
La semana pasada llegó a la provincia el secretario de Derechos Humanos de la Nación, Horacio Pietragalla. En mi humilde opinión, debió viajar mucho antes. Hace más de veinte días hay denuncias de personas que estaban y están aún hoy alojadas en distintos espacios. Los casos incluyen a familias enteras que están aisladas cuando tienen hasta cinco hisopados negativos. También hay quienes dicen haber estado más de catorce días aisladas, sin una justificación formal del por qué. Una familia declara que a principio de año habían aislado al padre por dar positivo y, en consecuencia, también alojaron al resto de sus integrantes en los centros de aislamiento. A pesar de obtener resultados negativos, estos fueron pasando de un recinto a otro. Un dato no menor es que la madre de esta familia estaba embarazada de cuatro meses y en todo este proceso que les tocó vivir, experimentó un alto nivel de estrés y perdió a su bebé. Este sería uno de los tantos casos, todos muy diferentes. Finalmente, a pedido de varias ONG y de referentes de la oposición se abrió una investigación alegando malas condiciones higiénicas de los centros de aislamiento y un atropello sobre las libertades de los residentes.
¿Qué dijo la provincia? El gobernador de Formosa, Gildo Insfrán, expresó que todo lo hacían en función del cuidado sanitario. Disculpe, señor gobernador, celebro su responsabilidad por el cuidado de lxs ciudadanxs de su provincia, pero lo que acá esta en discusión son las estrictas medidas de restricción que vive Formosa, que según los denunciantes, rozarían las violaciones a los derechos humanos. Hoy su provincia es una de las más severas, inclusivo se está investigando si las libertades de las personas con o sin covid están en riesgo, al mantenerlas más tiempo del permitido epidemiológicamente dentro de un centro de aislamiento. No se entiende el sentido de eficacia de esta medida si finalmente termina generando lo que se proponía prevenir: al reunir en un mismo espacio a personas infectadas, según los denunciantes, con gente sana estarían exponiendo a estos a un contagio evitable.
Todo este escenario nos remonta a una tensión que roza la tragedia: por un lado, el Estado debe estar más presente que nunca para proteger la salud pública. Frente a mayor irresponsabilidad ciudadana, incluso, mayor debe ser el control lamentablemente. Por otra parte, en el ejercicio de ese control se producen excesos, que como Formosa parece demostrar, terminan volviéndose en contra del mismo ciudadano que debería proteger. No podemos convertir a estos dos extremos en una nueva grieta: tiene que haber un modo de encontrar un sano equilibrio, o al menos uno que sea respetuoso de los derechos humanos.
I@
Desde 2019, con el parate impuesto por la pandemia, la Fundación Narices Chatas viene trabajando en un proyecto de fabricación de ladrillos ecológicos reciclando una materia prima que sobra: botellas de plástico. La iniciativa está en Tartagal, el centro urbano más importante de una zona que, sobre todo desde la década del 90, viene soportando altos niveles de desocupación y miseria. Por eso, sueñan con que algún día sea una fábrica que tenga la doble virtud de ofrecer trabajo y, a la vez, facilite la construcción de viviendas para tanto sin techo.
Eso es lo que contará Fabiola Soria, presidenta de la Fundación, casi al final de una larga conversación. Es que empieza por el principio.
Narices Chatas existe desde hace más de una década, pero como organización dedicada al boxeo, con un gimnasio en el que su hermano, Aarón Soria, que fue boxeador profesional, entrena y prepara a jóvenes en esta práctica.
Fabiola no es una mujer común. En 1997, a los 21 años, se inició como promotora de boxeo, una rareza en ese mundo reservado a los hombres. La llave de entrada fue su hermano, y así pudo organizar el primer campeonato de boxeo de los barrios en Tartagal. A su vez, este trabajo la empujó a una toma de conciencia sobre las desigualdades en su ciudad, “generalmente el boxeo se nutre más de donde están los barrios más carenciados” y eso lleva a “que a la fuerza vos empecés a tomar contacto y empecés a conocer la realidad por detrás de los boxeadores”, a ver sus necesidades. Con la idea de ayudar, comenzaron a organizar eventos cuya recaudación era destinada a los merenderos barriales.
Esa misma necesidad motivó que en 2009 habilitara en su casa, sobre la calle Rivadavia, un merendero propio, que se llamó Narices Chatas, como en el ambiente boxístico les dicen a los boxeadores. El merendero abría los sábados, día elegido porque es cuando las comunidades indígenas urbanas y periurbanas acostumbran a salir, en grupos de abuelas con sus nietos, “ellos recorren toda la ciudad pidiendo pan o algo que les regalen”.
“Acá los esperamos cuando vengan”, contó Fabiola que pensaron cuando en su casa decidieron abrir el merendero los sábados. El nombre de la primera abuela wichí que ingresó está grabado en su memoria: Virginia Pérez, de la Comunidad Lapacho II, ubicada a dos kilómetros de la ciudad, sobre la ruta nacional 81, un mal camino de tierra. “Ella fue la primera que ingresó junto con los nietitos de ella y el sábado que viene ya estuvo junto con otras señoras más y más chicos y así se fueron haciendo parte y durante muchos años han sido los fieles concurrentes de venir, si era día del niño, si era Reyes, si era día de semana también”. Y cuando Virginia enfermó, Fabiola comenzó a a visitarla en la Comunidad y compartían actividades, y un día “empezamos a organizar la merienda en la casa de ella también”.
Cuando Virginia falleció, Fabiola, que se había comprometido a seguir ayudando a sus nietos, continuó yendo a la Comunidad. Esa “primera generación” de Narices Chatas es ahora un grupo de jóvenes de entre 18 y 21 años, pero Fabiola sigue yendo porque “ya tenemos una segunda generación” de esa misma comunidad.
En Lapacho 2 funciona el merendero Narices Chatas 2, donde se sirve la merienda todos los días. Por un tiempo el alimento se ofrecía en la casa de otra mujer, Nery, que está gravemente enferma, así que otras mujeres de la Comunidad limpiaron un terreno para que funcione en ese lugar, con la intención de que vayan más niños. Fabiola contó que han acordado que la Fundación seguirá proveyendo la mercadería (que consigue mediante donaciones) pero las propias mujeres
Un ladrillo demanda 20 botellas. Por ahora se concentran en reunir la producción para iniciar la construcción de baños.
de la Comunidad se encargarán de preparar los alimentos y servirlos.
La familia Soria también gestiona el merendero Lohana Berkins, donde brindan alimento a niños y a integrantes del colectivo Lgbtiq.
Fabiola puso énfasis en que desde la organización buscan fomentar el crecimiento de las personas que asisten. “Quizás eso me viene del boxeo, porque vos cuando promocionás un boxeador, vos agarrás un chico común y corriente, lo pasás como uno dice del debe al haber, esa es la tarea de un manejador, que deje de ser alguien común para después sobrevivir de lo que hace. Y eso es lo que nosotros hacemos con cada uno de los que se acercan, ya sea a los que vienen a los merenderos o ya sea los que hacen deportes”.
Fabiola inscribió el proyecto de ecoladrillos o Plastilladrillos en ese objetivo de ayudar a que las