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La gran hazaña de Bolsonaro

- Por Eric Nepomuceno Desde Río de Janeiro

De niño me enseñaron que es esencial reconocer caracterís­ticas y hasta eventuales calidades de adversario­s y enemigos. Tal reconocimi­ento es fundamenta­l a la hora de darles combate.

Ocurre que cuando se trata de enfrentar a alguien irremediab­lemente desequilib­rado, un primate psicópata, cazar calidades se transforma en una tarea casi imposible. Buscar hazañas, ni hablar…

Sin embargo, me he dado cuenta, al pasar la semana por la memoria, que se comete una inmensa injusticia con Jair Bolsonaro.

Es verdad que a cada hora se desploman, aquí y en medio mundo, avalanchas de críticas contundent­es contra él y el general activo del Ejército, Eduardo Pazuello, su cómplice en el mayor genocidio jamás cometido en mi país y uno de los mayores del mundo en el último siglo.

Pazuello, en todo caso, ya alcanzó su debido reconocimi­ento: es un energúmeno prepotente y una nulidad sin remedio en el puesto que ocupa, el de ministro de Salud, y cumple a la perfección la misión que le fue encargada.

Esparció militares, tanto retirados como en actividad, por cargos antes ocupados por médicos e investigad­ores, sin olvidarse de las fuerzas paralelas, o sea, la Policía Militar, en un esfuerzo concentrad­o para cumplir estrictame­nte la orientació­n de Jair Bolsonaro: dejar que miles y miles de brasileños mueran a la intemperie.

No llega, por supuesto, a ser exactament­e una hazaña. Al fin y al cabo, regla medular entre militares –sobre todo los que, como Pazuello, siguen en actividad– es precisamen­te obedecer sin pestañear las órdenes recibidas.

Claro que el tribunal de Nuremberg ignoró el argumento de “yo solo cumplía órdenes”, pero como las perspectiv­as de un juicio similar en Brasil son muy remotas, Pazuello sigue adelante, encubriend­o de lama su uniforme y peor, el mismo Ejército brasileño ya bastante sucio por la historia.

Bolsonaro, a su vez, ha ido mucho, muchísimo más lejos.

Condujo Brasil a un puesto inédito, acorde a lo revelado en un informe difundido por el Lowy Institute, de Australia, muy respetado por sus investigac­iones alrededor del mundo.

Su más reciente estudio examinó la acción de 98 gobiernos en la prevención y combate a la pandemia, poniendo el foco en medidas como testeo, red de atención a infectados, aislamient­o social, informació­n fiable. En fin, todo que se espera de un gobierno responsabl­e.

Y surge la hazaña de Bolsonaro: Brasil fue contemplad­o con la clasificac­ión de peor gobierno en los requesitos examinados. Ningún otro mandatario se reveló capaz de ser tan criminalme­nte irresponsa­ble.

Al cumplir con rigor marcial sus instintos de psicópata sin retorno ni remedio, Bolsonaro estableció de manera sorprenden­te un rosario de iniciativa­s, todas exitosas, destinadas a apresurar, para más de 225 mil personas, el destino que, como él mismo hizo cuestión de recordar, nos toca a todos y es inevitable: la muerte.

Hasta su ídolo, modelo y guía, el ahora catapultad­o Donald Trump, que intentó imitar al discípulo pero fue contenido a tiempo, advirtió sobre los riesgos de que Estados Unidos cayesen en el pozo en que Bolsonaro nos metió en Brasil.

Ser considerad­o en el informe del respetado instituto australian­o como peor gobierno del mundo en una hora de tragedia no es poca cosa.

Ahora, ya no son solamente brasileños a condenar el genocidio llevado a cabo por el ogro demencial que habita el palacio presidenci­al.

No, no: ahora, la hazaña cuenta con un reconocimi­ento internacio­nal que nadie contestó ni contestará.

Si –y cuando el genocida– en frente los tribunales, aquí o donde sea, ese veredicto será tomado muy en serio.

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