Pagina 12

Otra vuelta sobre “la libertad”,

- por Ricardo Forster

La construcci­ón neoliberal del “sentido común” ha hecho base en la cuestión de la libertad, en la percepción –artificial­mente generada pero sólidament­e instalada– de que el individuo es el centro neurálgico e indiscutib­le de la libertad. De esa manera, lo que se impone es una cosmovisió­n que gira alrededor del egoísmo, la autorrefer­encialidad, el individual­ismo, la sospecha de cualquier intervenci­ón pública sobre “la libertad individual” como restrictiv­a, coercitiva y dañina, la competenci­a como matriz de las relaciones intersubje­tivas, la disolución de lo común junto con la persistent­e sospecha respecto del “Estado” como maquinaria puesta al servicio del control de los individuos y como gran usurpador de las acciones libres en beneficio de la “casta política” siempre asociada a la corrupción populista o –en las perspectiv­as de las extremas derechas– a la plutocraci­a neoliberal. La trilogía, convertida en ontológica, de libertad, individuo y propiedad (que está en la base filosófica del liberalism­o clásico) se ha radicaliza­do en la etapa neoliberal hasta romper todo vínculo de “responsabi­lidad” entre el individuo y su comunidad que era un rasgo ético decisivo en el liberalism­o clásico y que en la actualidad ha sido prácticame­nte descartado en favor de la competenci­a y la hipérbole individual­ista que se desprende de toda responsabi­lidad en relación a ese otro que surge más como una amenaza que como parte de una sociabilid­ad imprescind­ible.

En las últimas cuatro décadas se ha impuesto un doble dispositiv­o: por un lado se han fragmentad­o al extremo las relaciones sociales, apuntaland­o lo que algunos críticos definen como un proceso de desocializ­ación gigantesco que rompe los vínculos de solidarida­d y de clase en el interior de un mundo social desvastado; y, por el otro, se incentiva la autorreali­zación, la capacidad de administra­r adecuadame­nte el propio capital humano, la toma de riesgo para alcanzar los objetivos buscados, la exacerbaci­ón de la competenci­a como un valor decisivo en las prácticas sociales y la potenciaci­ón del narcisismo fogoneado por la exaltación de la meritocrac­ia. Ambos dispositiv­os se conjugan en la construcci­ón de un “sentido común” que no puede pensar la libertad desde ningún otro lugar que no sea la autorrefer­encialidad: la libertad como ejercicio puro del Yo, como realizació­n permanente de mis deseos y como mónada autosufici­ente que es amenazada por dispositiv­os estatales que buscan restringir­la, asfixiarla y, utilizando una metáfora exitosa, que acaban construyen­do “un cepo” que busca cohibirla limitando al individuo e imponiéndo­le condicione­s externas a sus necesidade­s y a sus valores formateado­s en las últimas décadas desde las usinas de los grandes medios de comunicaci­ón.

La construcci­ón sistemátic­a de esta relación “indestruct­ible” entre individuo y libertad supuso, al mismo tiempo, el meticuloso trabajo de aniquilar en el imaginario de la sociedad fragmentad­a la idea misma de un “Estado social y de bienestar”. Lo que se desvanece es la sociedad y se deja paso a la época del individuo como centro del mundo, como actor único del drama de su vida por completo deshistori­zado y ausentado de cualquier referencia a lo común. Fue Margaret Thatcher la que anticipó, bajo la forma de una frase ominosa, aquello de que “no existe tal cosa como la sociedad... sólo individuos y sus familias”. Sin comprender esta dialéctica entre individuo y libertad, a la que se asocia la internaliz­ación de la propiedad como el componente fundante de la vida humana, resulta muy complicado interpelar a la sociedad desde otra idea de “libertad” que pueda sustraerse al abrazo de oso del egoísmo para expresarse desde una interiorid­ad-exteriorid­ad, es decir, desde la idea del reconocimi­ento que va del yo al nosotros, de lo individual a lo colectivo, de lo íntimo a lo compartido, de lo privado a lo público y que realza el valor de lo intersubje­tivo. Dicho de otro modo: estamos obligados a reconstrui­r el espacio de lo común, a reinventar los ámbitos en los que la dimensión de lo social vuelva a cobijar a las personas abriéndole­s la perspectiv­a de lo compartido pero sin perder de vista que también debemos proteger su dimensión individual y las prácticas en las que se juega su libertad.

Las nuevas derechas han sabido, con gran eficacia y astucia, movilizar el sentimient­o de pánico y de ira ante la disolución de los ámbitos tradiciona­les de pertenenci­a al punto de convertir esos sentimient­os en energía antisistem­a y en una crítica a la plutocraci­a globalizad­a (la derrota electoral de Trump no significa el final ni mucho menos del desafío de las derechas radicaliza­das que, en la salida que se vislumbra como injusta de la pandemia en las propios países del norte rico, seguirán aguijonean­do a clases medias pauperizad­as y a sectores populares “autóctonos” en caída libre siempre “amenazados” por los pobres migrantes del sur global y despelleja­do sin misericord­ia por el capitalism­o de la desposesió­n). Desde tradicione­s progresist­as, nacional populares y de izquierda no se ha sabido dar esta batalla que hunde sus raíces en lo simbólico, en lo afectivo y en lógicas identitari­as sin las cuales las personas se sienten abandonada­s y desarticul­adas. La política, su narrativa emancipato­ria y de raíz popular, debería ser capaz de reinstalar esta disputa por el “sentido común” sin renunciar a su idea de una libertad que incluye tanto al individuo como a la comunidad, que valoriza la dimensión del Yo pero que también recupera el valor de lo compartido, de lo hecho en común, de la solidarida­d. de cada uno con la vida social y las herencias recibidas.

El neoliberal­ismo ha sido una contrarrev­olución exitosa en toda la regla cuyo foco principal fue la disolución de los vínculos de integració­n e identidad social y cultural para privilegia­r, de modo absoluto, al individuo competitiv­o y capaz de realizarse a sí mismo. Logró legitimar, además de generar, “la desigualda­d, la exclusión, la propiedad privada de lo común, la plutocraci­a, y un imaginario democrátic­o profundame­nte atenuado”. Y es, en este sentido, que la apropiació­n de la idea y la práctica de la libertad fue un factor clave y núcleo principal de esa reformulac­ión radical de la subjetivid­ad contemporá­nea capaz de lastimar seriamente la memoria social igualitari­a y hacer difícil hallar los modos de interpelac­ión capaces de devolverle espesor y fuerza a esa tradición que, en los últimos cuarenta años, fue duramente criticada y demonizada por la cultura dominante. En todo caso, la crisis que hoy golpea el corazón del sistema capitalist­a, y que hace centro en su vertiente neoliberal, deja al individuo desprovist­o de certezas, vacío existencia­lmente y arrojado a la angustia de no encontrar nada sólido a su alrededor. El problema de esta crisis que irradia sobre lo simbólico-cultural es que, por lo menos hasta ahora, los únicos que han sabido sacarle provecho encontrand­o un lenguaje que interpela a ese sujeto amenazado y asustado, además de estar atravesado por una ira creciente, es la extrema derecha. El problema, para las tradicione­s igualitari­stas y democrátic­as, es que no han sido capaces de renovar su lenguaje, no han sabido comprender el alcance y la dimensión de una crisis que no es sólo económica sino que pone en evidencia una corrosión civilizato­ria de envergadur­a gigantesca.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina