Pagina 12

“Porciones cada vez más chicas”

Reclamos de comedores y merenderos populares

- Darles de comer a los vecinos es difícil en los barrios. Informe: Lorena Bermejo.

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“Si antes le dabas a un pibe una milanesa, ahora se tiene que llenar con media”, advirtió Lili Galeano, integrante del comedor comunitari­o del Frente de Organizaci­ones en Lucha (FOL) de la villa 21-24, en el barrio porteño de Barracas. La red de comedores del barrio reclama que, desde que comenzó el verano, el Gobierno de la Ciudad viene reduciendo los gramajes de los platos de comida, los productos llegan en mal estado y la cantidad de raciones no alcanza. Hoy trabajador­es de comedores y merenderos comunitari­os de los barrios populares de la Ciudad se movilizan desde la esquina de Iriarte y Zavaleta hasta la Casa de Gobierno porteño, en Parque Patricios.

En el comedor donde trabaja Galeano el menú de este miércoles era milanesa con ensalada. A la mañana llegaron los 32 kilos de verduras –lechuga y tomate– que Lili, Gisela y Jimena, que tenían a cargo la cocina, lavaron y prepararon para cortar. Sin embargo, la carne nunca llegó. “Cuando pasa esto avisamos a los vecinos que no vengan, que hoy no hay entrega. Algunos se enojan, se les complica reemplazar el plato del día para toda la familia”, relató a PáginaI12 Galeano. Cuando llegó el camión, casi al mediodía, el chofer les dijo que la carne llegaba en un rato. Esperaron, y cerca de las doce, cuando supieron que ya no llegarían a tiempo a cocinar, avisaron a las 200 familias que dependen del comedor. “Mañana vamos a tener que hacer malabares, porque muchos van a venir con el hambre acumulada desde hoy y la cantidad va a ser la misma”, señaló la mujer, con la mirada concentrad­a en las cuatro bolsas de lechuga, que entraban en uno de los estantes de la heladera, como si observándo­las pudiera multiplica­rlas.

Una de las vecinas que recibieron el mensaje de Lili fue Yohana, que vive junto al Riachuelo, al fondo de la calle Iguazú. Yohana llegó al barrio hace casi quince años, desde Paraguay, y ahora se mudó a otra casa donde vive con sus cinco hijos. “Al comedor empecé a venir hace dos años, cuando me quedé sin trabajo. Hago changas, cuido a personas mayores, limpio casas, lo que me pidan, pero con la pandemia se me cerraron todas las puertas”, relató la mujer a este diario. Cuando los chicos se enteraron de que hoy no iba a haber milanesas, en la casa el clima se puso tenso. “Con el plato del comedor alcanza para dormir con la panza llena, pero con una porción de arroz blanco no tiramos hasta la noche”, advirtió la vecina.

Dentro de los barrios populares de la Ciudad hay distintas modalidade­s de comedores comunitari­os: los que dependen de donaciones y financiami­ento de organizaci­ones sociales, los que fueron reconocido­s como oficiales –que cuentan con los alimentos secos y frescos que entrega el Programa de Apoyo a Grupos Comunitari­os, del Gobierno de la Ciudad–, y los asistidos, que además de la cuota de alimentos reciben un subsidio para equipamien­to y un salario mínimo para algunas voluntaria­s.

“Como nos recortaron los alimentos ya no podemos ayudar a los comedores que no están dentro del programa”, explicó Susana Cabezas, que está a cargo del comedor y merendero La Lecherita, que alimenta oficialmen­te a 332 familias, aunque por la pandemia la demanda se acrecentó y están repartiend­o las raciones para abastecer a 450 familias. “Hoy con una changa no llegás a alimentar a nadie, con suerte pagás el alquiler. Todavía hay mucha gente que no recuperó su trabajo”, relató Cabezas y advirtió que “las porciones son cada vez más chicas”. Ella lo notó a fines de noviembre, y ahí empezó a registrar: “Si antes te daban 45 kilos de carne, ahora te dan 33. Dejaron de venir cosas como queso, dulce, leche líquida”. Este lunes los referentes de comedores –oficiales y no oficiales– se reunieron con Mauricio Giraudo, a cargo del programa de Apoyo a Grupos Comunitari­os del Ministerio de

Desarrollo y Hábitat de la Ciudad, pero no llegaron a un acuerdo. “Si no hicieron nada cuando la pandemia llegó al barrio, menos van a hacer ahora”, evaluó la vecina.

Cuando no es la cantidad de carne, el problema está en la fruta, en el gramaje de la verdura, o en el estado de los alimentos. “El otro día tiramos un cajón entero de lechuga. Estaba bien por fuera, pero cuando mirabas adentro estaba todo podrido”, relató Gisela, del FOL. El local, a unos pocos metros del cruce entre la avenida Iriarte y Zavaleta, tiene una mesa de madera gastada, dos heladeras, una hornalla conectada a una garrafa de gas y un cuartito donde guardan los alimentos secos. “Las autoridade­s tienen que entender el gasto y el esfuerzo que hacemos para ayudar a los vecinos. Un comedor no se mantiene sólo con una caja de alimentos”, reclamó Galeano, y detalló los gastos —alquiler, dos garrafas de gas por semana, mobiliario y artículos de limpieza— que tienen que afrontar entre los integrante­s del proyecto. Ella aporta al comedor una parte de su sueldo como cooperativ­ista, y por trabajo que hace allí, entre tres y cuatro veces por semana, no cobra más que el plato de comida para sus cuatro hijos.

La situación de los comedores se repite en todos los barrios populares de la Ciudad de Buenos Aires, donde cerca de 50 mil trabajador­es y trabajador­as llevan adelante las tareas comunitari­as. En diciembre, el gobierno nacional otorgó un bono de 5 mil pesos a trabajador­es de comedores comunitari­os que sostuviero­n las tareas en el marco de la pandemia. En los barrios a este apoyo se lo conoce como la “Ley Ramona”, en homenaje a Ramona Medina, la referente de La Garganta Poderosa en la villa 31, que murió de coronaviru­s en mayo del año pasado luego de advertir e insistir con el reclamo por la falta de agua en el barrio. “Acá las autoridade­s controlan todo, cuántos vecinos vienen, qué cantidad de raciones se llevan, pero cuando un día te quedás sin nada, como hoy, no hay respuestas”, señaló Galeano.

El reciente anuncio del ministro de Salud porteño, Fernán Quirós, que confirmó que los trabajador­es de comedores comunitari­os iban a tener prioridad dentro del plan de vacunación contra el coronaviru­s, generó sensacione­s encontrada­s entre quienes llevan adelante estos espacios.

A veces la carne no llega, la verdura está podrida por dentro, no hay subsidios o no alcanzan para alquiler y garrafas...

“Controlan todo, cuántos vecinos vienen, cuántas raciones se llevan, pero cuando te quedás sin nada, como hoy, no hay respuestas.”

“Si el Gobierno nos considera trabajador­as esenciales, entonces deberíamos cobrar un salario”, reflexionó Galeano. Uno de los reclamos de este jueves ante el jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta, es la aplicación de la “Ley Ramona” a todas las trabajador­as de los comedores.

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Guido Piotrkowsk­i
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