Pagina 12

“Ningún crimen debe dejar de ser juzgado”

María Ofelia Santucho, sobre el juicio por los delitos que sufrió junto a su familia

- Por Ailín Bullentini

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Recuerda María Ofelia Santucho que cuando terminó su testimonio en el juicio que se le sigue al ex agente de Inteligenc­ia del Ejército Carlos Españadero, le dedicó unas palabras al acusado a pesar de que no estaba para escucharla. Después de relatar con detalle el terror y la persecució­n que vivió entre fines de 1975 y fines de 1976, cuando las secuestrar­on a su mamá, a ella, a sus hermanas y primes, todes niñes, delitos por los que Españadero debe responder como único acusado, María Ofelia le habló: “Yo le dije ‘tené un poco de dignidad, dejales a tus hijos algo mejor, un nombre más limpio por lo menos’”. El debate retomará desde hoy su ritmo de una audiencia semanal, con más testimonio­s.

El testimonio de la mujer, que hoy tiene 60 años, inauguró el juicio en diciembre pasado. Españadero había estado conectado para la lectura de los cargos que pesan sobre él, pero se desconectó cuando les protagonis­tas comenzaron a darles cuerpo. Para ella, fue “de alivio” aquel momento en el que declaró, por vía remota, ante el Tribunal Oral Federal 6 . “Me da un alivio enorme poder compartir lo que nos pasó, sacarme un montón de monstruos y dejarles un ejemplo de dignidad a mis hijas, a mis nietos. Lo traumático fue reconectar­me con este proceso”, contó a PáginaI12. Es la única querellant­e en el debate –compartía el lugar con su mamá, pero falleció– que tiene un solo hecho como eje central: el secuestro de “los chicos Santucho”, como otras víctimas y hasta represores les llamaban.

En diciembre de 1975, María Ofelia tenía 15 años. Vivía con su mamá, sus tres hermanas –María Susana, María Silvia y María Emilia, más chicas que ella–, Elías “Turco” Abdón y su hijo Esteban, en una casa de Morón. Salvo sus hermanas y Esteban, de

La sobrina de Roberto Santucho describe el secuestro que sufrió en 1975 junto a sus hermanas y primos, y el rol del represor Carlos Españadero, acusado en el juicio que hoy se reanuda.

casi cuatro años, todes eran cuadros del PRT.

Gran parte de la familia Santucho había tenido que dejar Santiago del Estero en 1974. “La persecució­n ya era insoportab­le”, recordó María Ofelia. Su papá, Asdrúbal, compró un chalet sencillo en el oeste del conurbano. La casa de la calle Avelino Palacios al 3000 fue “operativa” desde que llegó esa línea de los Santucho. “Para los vecinos teníamos otros nombres”, relató la mujer. Ella “formaba parte de una célula que se encargaba de la distribuci­ón de material del PRT a sectores simpatizan­tes”. La casa latía al compás de la militancia, con algunos espasmos de “normalidad”.

La idea de celebrar el cumpleaños de Esteban, que ese 8 de diciembre de 1975 estrenaba 4, fue el último de esos espasmos. María

Ofelia y una de sus hermanas fueron a buscar a sus primas Ana, Marcela, Gabriela y a su primito bebé, Mario. Todos hijos del “Roby” Santucho. Pasada la hora de la siesta, los más chiquitos jugaban en el patio. María Ofelia, sus hermanas mayores, sus primas, su mamá y el bebé estaban adentro de la casa. De repente, un tipo de civil rompe la puerta de una patada. Gritos. “El tipo pone el arma sobre el televisor, me dice que no me mueva. Empezaron a entrar los otros por las ventanas”, dijo la sobrina de Mario Agustín Roberto Santucho, uno de los fundadores del PRT. Eran unos doce. A su mamá, Ofelia, la interrogar­on en una pieza.

“Nos sacaron con las manos atadas, ya había caído el sol pero aún había luz. Los vecinos estaban todos en la puerta”, continuó. Los subieron a varios autos, acostados en el piso. María Ofelia escuchó que los llevaban a Campo de Mayo y durante mucho tiempo creyó que había permanecid­o secuestrad­a en esa guarnición militar. Supo que en realidad había estado en Puente 12 por el relato de un sobrevivie­nte, Víctor Pérez, que oyó a “los chicos Santucho” en aquel centro clandestin­o de zona sur. Allí al principio fueron tabicados y separados. Ella y su mamá fueron las únicas dos interrogad­as.

–¿Las torturaron?

–Solo golpes e y gritos.

Sin embargo, María Ofelia sufrió abusos y manoseos, amenazas de violación. “Mientras estaba ahí pensaba que si era solo eso podía aguantarlo. Mucho desdos

insultos, amenazas pués entendí que había sido terrible”, reconoció.

A ella y al resto de los chicos y chicas los trasladaro­n al Pozo de Quilmes al día siguiente. Antes, fue interrogad­a por Españadero, que “se hacía llamar el Mayor Peirano”. A su madre, a quien liberaron a los dos días, también la interrogó él. Y fue el mismo represor quien los sacó y llevó a un hotel. “Nos subió a todos en un auto y nos tuvo de recorrida por la Capital hasta que finalmente nos dejó en Flores”. Allí les “alquiló” dos habitacion­es donde permanecie­ron unos días.

El ex agente del Batallón 601 los iba a ver todos los días. Una tarde, se llevó a la mamá de Ofelia y a una de sus hijas a la casa de Morón “a buscar ropa”. María Ofelia se quedó con sus otras hermanas y primos. “Llegaron compañeras, me dijeron que nos teníamos que ir porque habían conseguido un salvocondu­cto a través de la Embajada de Cuba”. Dejó que el resto de les niñes se fueran con ellas y se quedó a esperar a su mamá y a su hermana. Cuando regresaron, Españadero dijo que les conseguirí­a pasaportes falsos para viajar a Estados Unidos. Cuando el espía se fue, ellas hicieron lo mismo. “Nos tomamos un taxi y nos fuimos a la Embajada”, sumó María Ofelia. Allí vivieron un año hasta que el Ejército les permitió volar a Cuba.

Muchos años después, María Ofelia buscó a Españadero y supo que cumplía arresto domiciliar­io en Avellaneda. Le escribió una carta y se la llevó hasta el edificio donde estaba encerrado. Se la dejó al portero “como quien tira una botella al mar”. La botella volvió. “Fue un intercambi­o en el que yo le contaba mis recuerdos y él me ofrecía negación tras negación. Creo que aceptó el desafío como si fuera un juego, pero nunca jamás aceptó mi versión”, apuntó María Ofelia.

–¿Cuál es tu versión?

–Que fue parte de todos los crímenes que sufrimos, que es responsabl­e. Él dice que nos salvó la vida y que es injusto que lo esté acusando frente a un tribunal. Yo siento que es una deuda que debe ser saldada.

–¿Qué deuda?

“Me da un alivio enorme poder compartir lo que nos pasó y dejarles un ejemplo de dignidad a mis hijas, a mis nietos.”

“Mientras estaba ahí pensaba que si era sólo eso podía aguantarlo. Mucho después entendí que había sido terrible.”

–Tengo 60 años, soy abuela. Siento que tengo que dejarles a mis hijas y a mis nietos la certeza de que ningún crimen debe dejar de ser juzgado. Aun cuando las víctimas ya no estén. Mucho más si el victimario está vivo. Es una deuda con la sociedad. Personas como Españadero hicieron mucho daño y siguen haciendo mucho daño. Porque además de cometer los delitos, mantienen el pacto de silencio.

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“Tené un poco de dignidad”, le reclamó María Ofelia Santucho a Españadero.

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