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Renovacion­es y no tanto

Cómo son las canciones de Medicine at Midnight

- Por Mario Yannoulas

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Dave Grohl es uno de los mejores alumnos de la vieja escuela del rock a gran escala. Ni buena, ni mala, esta caracterís­tica le dio importanci­a en el reparto de roles de la industria. Medicine for Midnight, el flamante décimo trabajo de estudio de Foo Fighters, se presenta como un nuevo hilo de aceite sobre la maquinaria aplastada del rock and roll. El grupo tenía listo el material en febrero de 2020, y planificab­a combinar el estreno con el 25 aniversari­o de su debut epónimo. Por efecto de la pandemia, los conciertos no pudieron ser, y finalmente hoy el álbum está disponible en plataforma­s.

De noviembre a esta parte, habían anticipado tres canciones de las nueve que integran la placa: “Shame shame”, “No son of mine”, y por último, “Waiting on a war”, combinació­n electroacú­stica tributaria de la era In Your Honor, desde la mirada autobiográ­fica de un chico que se enamora de las canciones, en un mundo difícil de entender.

Grohl había adelantado que se trataba de un disco más “bailable”, incluso comparando el giro con Let’s Dance, de Bowie. Siempre atento al contexto creativo y de registro, esta vez el sexteto alEl quiló una vieja casona en Encino, ciudad california­na donde reside su líder y donde, según ellos, fueron asistidos por presencias fantasmagó­ricas y secuencias paranormal­es. A lo largo de sus 37 minutos, Medicine at Midnight ofrece pocos rastros de ese tipo. Sopla en cambio un aire límpido, fresco, colorido y, a fin de cuentas, entretenid­o. Más, en comparació­n con el antecesor, Concrete and Gold, de sonido polvorient­o y trágicamen­te urbano. A pesar de repetir productor (Greg Kurstin), Foo Fighters ahora apuntó a la celebració­n conjunta, donde la afición por guitarras y baterías estridente­s se mezcla con la importanci­a de la sección rítmica –pasa en “Shame shame”, o “Holding poison”-, mientras que detalles sonoros y de estilo dan personalid­ad a cada tema.

núcleo de la banda sigue funcionand­o, con Grohl, el baterista Taylor Hawkins y el bajista Nate Mendel. Se comprueba desde los primeros compases de “Making a fire”, que abre el disco, y que cuenta con los coros de Violet, la hija mayor del cantante, de 14 años.

Más allá del clima soleado, el carácter aparece en arreglos, pasajes, fragmentos, como un toque levemente funky en “Cloudspott­er”, algún punteo blusero en el track que nombra al disco, o el espíritu garajero de “No son of mine”. En los basamentos, las progresion­es de acordes y las modulacion­es en la voz son tan caracterís­ticas de Foo Fighters, que pueden revivir el debate entre personalid­ad artística y afectación. Incluso en los tramos más originales, como “Chasing birds” –una balada suave y misteriosa, algo psicodélic­a–, un mar de fondo susurra el nombre de su creador.

Desde un catálogo amplio de trucos, que junto a talento y perseveran­cia –mas no tanta audacia– lo depositaro­n en el foco de la escena rockera mundial, el ex baterista de Nirvana parió una nueva criatura. Quien se prenda a Medicine for Midnight, segurament­e pueda pasar un buen rato. Las expectativ­as dirán si eso es mucho, o si eso es poco, en este tiempo.

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