Alguien tiene que ceder
Un día se reúnen industrias, comercios, productores agropecuarios, exportadores, importadores, empresas de servicios públicos, trabajadores independientes, asalariados, gremios, rentistas, bancos y gobiernos, con una determinación: bajar la inflación. En el encuentro cada parte debe poner sobre la mesa lo que puede ceder y lo que necesita que otras cedan para cumplir. Se miran unos y otros esperando quien decide comenzar. Toman la palabra las industrias y comercios pymes. La mayoría de ellas no forman precios, pero como suelen remarcar para cubrirse según sus expectativas, se comprometen a cambiar esa costumbre si el resto de las partes les garantizan no subir sus costos. Eso involucra a la mayoría de los actores presentes, desde productores de insumos, Estado, bancos, hasta asalariados.
Estos últimos, en algunos casos el eslabón más débil, se predispone a cooperar siempre que su costo de vida se mantenga, que los bancos no abusen con las tasas y cuando corresponde, que los rentistas no suban alquileres. Los gremios avalan esa condición y también dan su palabra de reducir la corrupción interna para que sus reclamos se dirijan solo a la misión para la que fueron creados.
Revisión y compromisos
Los rentistas aceptan dejar los alquileres estables si las empresas frenan los aumentos, el Estado baja impuestos y las tarifas se mantienen. Lo mismo demanda la mayoría de los trabajadores independientes: no suba de costos y revisión del esquema impositivo distorsivo, especialmente en la categoría autónomos.
Pero llega la parte más difícil. ¿Pueden las empresas formadoras de precios cesar sus ajustes? Las que fabrican insumos que cotizan en mercados internacionales se comprometen a desacoplarlos y ceder rentabilidad. Piden a cambio estabilidad fiscal, certidumbre y libertad para girar divisas en el caso de las empresas extranjeras. Este último punto se decide debatirlo al final porque llega el turno de grandes empresas que controlan precios de bienes. ¿Cooperarán? Sí, pero si les dan garantías similares a las empresas anteriores. Reclaman además mejoras en la infraestructura pública y mayor seguridad.
Exportadores y tipo de cambio
En el medio de un debate pacífico, los exportadores hacen su propuesta: no desabastecerán el mercado interno ni subirán los precios cuando los internacionales aumenten o haya escasez. Pero solicitan al Estado impuestos razonables, bajar los costos administrativos de la exportación y crédito a tasas competitivas para financiar envíos al mundo cuando los tiempos de pago del cliente se alargan.
Eso les permitiría mejorar el tipo de cambio real efectivo (que es el que finalmente reciben) sin requerir una devaluación, y ganar mercados. Los importadores ponen su parte si no sube el tipo de cambio y los controles se vuelven predecibles, ágiles y claros.
La pelota queda finalmente en los bancos y el sector público. Los bancos aceptan cesar con los abusos, destinar financiamiento a la producción y ceder rentabilidad. Entre otras cosas, piden libertad para fijar tasas de plazos fijos y mayor bancarización.
Los gobiernos nacionales, provinciales y municipales trabajaran en bajar la presión tributaria, en implementar un sistema impositivo equitativo, no intervendrán en los precios, eliminan el cepo cambiario, terminarán con los privilegios a empresas con mayor poder de mercado, finalizarán con los excesos de gastos políticos, frenarán el crecimiento de empleo público y serán más responsables en el gasto para lograr equilibrio fiscal.
A cambio necesitan: que las empresas inviertan, que creen empleo de calidad para reducir los subsidios, que todos los actores dejen de fugar dólares para mantener el dólar, que termine la informalidad y la elusión de impuestos. El Estado Nacional, a su vez, dejará de financiarse con el Banco Central para bajar el ritmo de emisión, el Banco Central achicará sus exagerados gastos, supervisará al sistema financiero, bajará las tasas y promoverá la inversión productiva.
El encuentro siguió porque faltó la palabra de algunos actores y discutir condiciones y compromisos. Pero eso no invalida la pregunta: ¿es posible esta economía imaginaria?
Como dice el refrán: una golondrina no hace verano. La inflación no es solo monetaria, de costos, de demanda, de expectativa, ni especulativa o de falta de cooperación. Es todo a la vez. Y sin un compromiso conjunto demostraremos una vez más que “sí hay mal que dure 100 años”. O más.