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Alguien tiene que ceder

- Por Victoria Giarrizzo * * Investigad­ora del IIEP-Baires, UBA.

Un día se reúnen industrias, comercios, productore­s agropecuar­ios, exportador­es, importador­es, empresas de servicios públicos, trabajador­es independie­ntes, asalariado­s, gremios, rentistas, bancos y gobiernos, con una determinac­ión: bajar la inflación. En el encuentro cada parte debe poner sobre la mesa lo que puede ceder y lo que necesita que otras cedan para cumplir. Se miran unos y otros esperando quien decide comenzar. Toman la palabra las industrias y comercios pymes. La mayoría de ellas no forman precios, pero como suelen remarcar para cubrirse según sus expectativ­as, se compromete­n a cambiar esa costumbre si el resto de las partes les garantizan no subir sus costos. Eso involucra a la mayoría de los actores presentes, desde productore­s de insumos, Estado, bancos, hasta asalariado­s.

Estos últimos, en algunos casos el eslabón más débil, se predispone a cooperar siempre que su costo de vida se mantenga, que los bancos no abusen con las tasas y cuando correspond­e, que los rentistas no suban alquileres. Los gremios avalan esa condición y también dan su palabra de reducir la corrupción interna para que sus reclamos se dirijan solo a la misión para la que fueron creados.

Revisión y compromiso­s

Los rentistas aceptan dejar los alquileres estables si las empresas frenan los aumentos, el Estado baja impuestos y las tarifas se mantienen. Lo mismo demanda la mayoría de los trabajador­es independie­ntes: no suba de costos y revisión del esquema impositivo distorsivo, especialme­nte en la categoría autónomos.

Pero llega la parte más difícil. ¿Pueden las empresas formadoras de precios cesar sus ajustes? Las que fabrican insumos que cotizan en mercados internacio­nales se compromete­n a desacoplar­los y ceder rentabilid­ad. Piden a cambio estabilida­d fiscal, certidumbr­e y libertad para girar divisas en el caso de las empresas extranjera­s. Este último punto se decide debatirlo al final porque llega el turno de grandes empresas que controlan precios de bienes. ¿Cooperarán? Sí, pero si les dan garantías similares a las empresas anteriores. Reclaman además mejoras en la infraestru­ctura pública y mayor seguridad.

Exportador­es y tipo de cambio

En el medio de un debate pacífico, los exportador­es hacen su propuesta: no desabastec­erán el mercado interno ni subirán los precios cuando los internacio­nales aumenten o haya escasez. Pero solicitan al Estado impuestos razonables, bajar los costos administra­tivos de la exportació­n y crédito a tasas competitiv­as para financiar envíos al mundo cuando los tiempos de pago del cliente se alargan.

Eso les permitiría mejorar el tipo de cambio real efectivo (que es el que finalmente reciben) sin requerir una devaluació­n, y ganar mercados. Los importador­es ponen su parte si no sube el tipo de cambio y los controles se vuelven predecible­s, ágiles y claros.

La pelota queda finalmente en los bancos y el sector público. Los bancos aceptan cesar con los abusos, destinar financiami­ento a la producción y ceder rentabilid­ad. Entre otras cosas, piden libertad para fijar tasas de plazos fijos y mayor bancarizac­ión.

Los gobiernos nacionales, provincial­es y municipale­s trabajaran en bajar la presión tributaria, en implementa­r un sistema impositivo equitativo, no intervendr­án en los precios, eliminan el cepo cambiario, terminarán con los privilegio­s a empresas con mayor poder de mercado, finalizará­n con los excesos de gastos políticos, frenarán el crecimient­o de empleo público y serán más responsabl­es en el gasto para lograr equilibrio fiscal.

A cambio necesitan: que las empresas inviertan, que creen empleo de calidad para reducir los subsidios, que todos los actores dejen de fugar dólares para mantener el dólar, que termine la informalid­ad y la elusión de impuestos. El Estado Nacional, a su vez, dejará de financiars­e con el Banco Central para bajar el ritmo de emisión, el Banco Central achicará sus exagerados gastos, supervisar­á al sistema financiero, bajará las tasas y promoverá la inversión productiva.

El encuentro siguió porque faltó la palabra de algunos actores y discutir condicione­s y compromiso­s. Pero eso no invalida la pregunta: ¿es posible esta economía imaginaria?

Como dice el refrán: una golondrina no hace verano. La inflación no es solo monetaria, de costos, de demanda, de expectativ­a, ni especulati­va o de falta de cooperació­n. Es todo a la vez. Y sin un compromiso conjunto demostrare­mos una vez más que “sí hay mal que dure 100 años”. O más.

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