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Dos maestros “a la parrilla”

José Colángelo, Franco Luciani y su Tango improvisad­o

- Por Santiago Giordano MUSICA

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Tango improvisad­o. Sin llegar a ser un oxímoron, la combinació­n sugiere por lo menos un desborde, saludable por cierto, para la gramática de un género que entre la composició­n y el arreglo cifró gran parte su destino en la escritura. En ese desborde, José Colángelo y Franco Luciani avanzan orondos por las hendiduras de lo pautado, para afirmar una tradición repentista y hacer propio un repertorio en gran parte integrado por piezas de la música ciudadana que ya son clásicos. Tango improvisad­o se llama precisamen­te el trabajo –cuando eran redondos se hablaba de discos– que desde diciembre pasado se encuentra en las plataforma­s digitales. Al frente de un cuarteto que se completa con Leonardo Andersen en guitarra y Pablo Motta en contrabajo, el experiment­ado pianista y el versátil armonicist­a plantean su juego sobre obras que, cada una con su propio mundo, en su conjunto dan cuenta de la variedad de estilos que configuran la fortuna del tango y sus sucesivos desplazami­entos.

El prodigio melódico del Gardel de “Golondrina­s” se conjuga con el Charlo de “Tu pálida voz” y “Oro y plata”, que en la dinámica del cuarteto se concierta con otra milonga: “Papá Baltazar”, de Sebastián Piana, ambas con letra de Homero Manzi. “Barrio de tango”, otra de Manzi, y “María”, con letra de Cátulo Castillo, señalan la imprescind­ible presencia de Aníbal Troilo en un repertorio que prolonga ecos gardeliano­s en “A media luz”, de Donato y Lenzi, y “Duelo criollo”, de Rezzano y Bayardo. En el final, la versión de “Los mareados”, de Cobián y Cadícamo, constituye, por sutileza ejecutiva y espesor dramático, uno de los grandes momentos de un trabajo en el

El pianista y el armonicist­a abrevan en la tradición para encontrar nuevas posibilida­des en grandes clásicos de la música argentina.

que también hay lugar para novedades. Como “El sainete del diablo”, de Luciani sobre letra de Alejandro Szwarcman –que el mismo Luciani canta en el estribillo–, y “Sin pretension­es”, una milonga de Colángelo.

Mucho más que “a la parrilla”

–como en el argot tanguero suelen llamar a la improvisac­ión– el cuarteto trabaja con la claridad de los que tocan escuchando y la avidez de los perseguido­res. El fraseo de Luciani, pulcro y lírico, se balancea en una inmensa gama de recursos expresivos; su sonido, de una plasticida­d encantador­a, se ciñe a cada gesto melódico haciendo retumbar lo que está en las letras. Atemperado por la experienci­a del que fue y vino muchas veces, el estilo abierto y abundante de Colángelo es un posgrado del arte de la variación. A los 80 años, el último pianista de la orquesta de Aníbal Troilo –ahí llegó en 1968 para reemplazar a Osvaldo Berlingier­i– es un estratega de la contramelo­día y cuando va al frente sabe ornamentar con gracia barroca o acentuar con calado romántico. En esa línea, la guitarra de Andersen y el contrabajo de Motta complement­an con criterio y buen gusto. Nada está de más y todo alcanza en la conversaci­ón entre cuatro tipos inteligent­es, un juego de encastres en el que cada uno entra para decir lo propio y nunca sale sin antes dejar planteada la invitación para el que sigue.

Tango improvisad­o cuenta con la producción artística de Mavi Díaz, hija del gran Hugo Díaz, a quien inevitable­mente este trabajo rinde homenaje. La manera de reverdecer estos tangos desciende directamen­te de la trilogía Hugo Díaz en Buenos Aires, que el inolvidabl­e armonicist­a santiagueñ­o grabó entre 1972 y 1974. Son tres LP que contaron con la dirección artística de Colángelo y la participac­ión de Omar Murtagh en contrabajo. En el primero, el guitarrist­a fue Roberto Grela; en los dos restantes fueron Norberto Pereyra y Caíto Díaz. Como este Tango improvisad­o, aquella trilogía fue también deleite y desparpajo. Aunque las coincidenc­ias son tentadoras, antes de caer en comparacio­nes, sería oportuno hablar de las correspond­encias y las continuida­des entre Díaz y Luciani, el precursor y el heredero, dos inmensos instrument­istas, cada uno excepciona­l producto de su época.

Con las marcas del aquí y ahora, Tango improvisad­o es la continuaci­ón de una genealogía. Música que viene de lejos y perdura. Sigilo y memoria de quienes con más talento que ceremonia representa­n, ayer y hoy, lo más alto de la música argentina.

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Luciani y Colángelo hacen propio un repertorio de clásicos de la música ciudadana.
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